Semanas de brindis. Mejor brindar que hacer balances. Es insoportable la realidad y las costuras están a la vista. Las nuestras. Las de esta ciudad que nos habita. Oh, fin de año, danos tu redención al menos mientras nos encontramos.
Pasamos los últimos meses viviendo al día, mirando de reojo la agenda del mundo para no quebrarnos de ansiedad. No podemos más. Nosotrxs, que nos iluminamos de palabras, voces, imágenes. Nosotrxs que no olvidamos y todavía clavamos algunas equis en los pronombres. Extrañamos la ciudad que tuvimos y por la que vagamos y ahora sentimos que faltan cómplices, sobran discursos, mensajes, stickers. Hablamos del hartazgo de las retinas, de la falta que nos hace la idea como imagen, el sonido de la fantasía.
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Sin manifiesto ni propuesta programática. Sin respuestas, seguimos. Porque no sabemos. Es la conversación la que sabe.
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Bebíamos birras, tragábamos la sangre dorada de las horas. / Éramos el sentido luminoso del verano. / Fe en lo oculto, en genios que surgirían / de grietas singulares. Beatriz Vignoli
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Darle manija a un decir, hablar con alguien en un contexto. Hacerlo rodar en el tiempo. Dejar que espese. El runrún frenético de signos, el napalm de la época, la repetición de la palabra crueldad hasta la oquedad completa, la muerte al tuntún en la ciudad, una suma de espantos que nos fue dejando afuera de una posibilidad que este año, por los propios accidentes, nos llevó a revitalizar: escuchar, leernos (escribimos), hablar, escuchar.
Por el porvenir, ¿qué podemos hacer? Montón de acciones. Y en parte, imaginar. O sea, improvisar. Por ejemplo, imágenes superpuestas como bocetos topográficos: la ciudad que supimos hacer, la más reciente y plomiza, la que necesitás recordar de otra manera para que la vida sea vivible, la que alucinás, la que todavía no existe.
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La imagen, que crece en mí desde el interior de esta tarde, habla de procesiones solitarias y caravanas colectivas. Alguien que vive afuera del cementerio las recibe y recibe al pájaro que anida en su cabeza. Un hombre joven se detiene ante sus ojos. Va en moto, va caminando, no sé cómo va; es un golpeado, un sobreviviente; todas las flores se quemaron en su pecho. Sin quererlo, dice: “Nos entiende porque sabe hacer silencio. Nos recibe y nos quedamos, por fin, en silencio”.
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Bajo el cielo de los sueños de trabajo, tierra de tablas de traslado vacuno, resistentes bibliotecas populares y ágiles potreros, cerca de la cumbre de la esperanza de progreso, junto al río y sus posibilidades, destinos de grandeza nacidos de los campos y cargados a los barcos, bajo este cielo oscurecido ahora por la rotación de la tierra, hace tiempo por otras razones la noche se cerró, colgó zapatillas de los cables tendidos en las bocacalles, desviando el horizonte hacia una gloria efímera,
rugosa,
amarga y desteñida.
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En el largo discurrir de la conversación, tratamos de diferenciar lo que perdimos nosotrxs mismxs de lo que ya no existe en el mundo. Lo primero es sin dudas una perspectiva infinita, divino tesoro. Lo que es del mundo es para otro texto, pero nos deja una inquietud: este pesimismo, que quizás traemos desde la cuna y que en otros años más luminosos pareció disiparse, ¿es signo de una época como tal?
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Entre tu verdad y la mía/ hay otra que respira sin nosotros… Concepción Bertone.
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Resulta que por mucho que gustemos de ellos, la vida no está en los discursos formulados. Salís a caminar, entrás a cualquier bar, te ponés a conversar con una persona desconocida, casi desconocida, alguien que cruzás cada tanto. ¿Un reencuentro? ¿Un momento iniciático? ¿Un atajo al mañana?
No es tan lineal pero armás algo con otrx, imaginás, te liberás de vos mismx, peloteás. Salta la ficha de quizás la última dimensión que te permite saltear el laberinto por arriba.
En el decir, deslizarse en palabras inesperadas. Escuchar es dejar que alguien te habite, que te chante una sorpresa, que te ilumine algo impensado. La oralidad nunca deja un decir fijo. La conversación como método.
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hay que matar al tirano / le dijeron / apareció al otro día / con el costado enrojecido / he comenzado / contestó / matándolo dentro de mí mismo. Felipe Aldana
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Qué año de mierda es algo que se dijo seguido. Mutamos proyectos e ideas de futuro ya varias veces en la vida. Las suficientes para saber algo y no saber en absoluto. Si el espíritu cae, si la bruma lo envuelve, parece que vivir son un montón de cosas y a la vez la vida te está pasando por al lado. Cada unx aportará lo suyo, la historia es larga.
En todo caso, a nosotrxs la incertidumbre nos puso a conversar, a pensar en el diálogo. No es un premio ni un tiroteo. No es una inversión ni un intercambio. Si dejamos ladrar a los perros románticos podríamos escuchar: es un don. Una estrategia de supervivencia para la cual necesitamos volver a tener secretos, estar a la sombra, hacer silencio, callarnos un rato. Ese es nuestro brindis, un champán sentimental. Volver al ruedo, distraernos, reírnos, hacer temblar algunas palabras, suspender la pretensión.
Equivocarse es un estado de gracia. De toda deriva puede surgir ¡atención! otra cosa: la conversación. Que como cualquier arte no sirve para algo, sirve para darla, hacerla, practicarla. Vivir y no morir de exactitud, de eficiencia, de algoritmo, de realidad.
¡Nos vemos!
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