Ignacio Bogino, defensor de Central Córdoba, terminó de darle forma a su libro que arrancó en pandemia. Admirador de Fontanarrosa y con el retiro pisándole los talones, también incursiona en el dibujo y la pintura.

Ignacio Bogino arrancó 2025 sabiendo que será su último año como jugador profesional. Desde sus inicios como delantero a este presente en la zaga del Matador de Tablada. De la rapidez de un wing, a la experiencia del defensor central. De la lectura de partidos, a la lectura de libros. De la pintura a la escritura. Todo en esta entrevista con El Eslabón.

Memorias de un wing derecho

Flaco y rápido, Ignacio Bogino supo dejar un surco, arriba y pegado a la raya, en su etapa formativa en Morning Star. Delantero hasta los 15, cuando pegó el estirón. Usted no me lo va a creer, escribiría el Negro Fontanarrosa. “A medida que fui creciendo, fui bajando de puesto”, se ríe. Luego fue 5 hasta que en una práctica, a falta de un zaguero, lo ubicaron allí. Dos meses después de estrenarse en su nueva posición, la que lo acompañará durante toda su carrera, ya era jugador de Rosario Central. 

El profe Horacio Vigna, histórico colaborador de don Ángel Tulio Zof, le avisó a su madre de una prueba en el Canaya. “Era conocido de mi tío. Se la cruzó en un cumpleaños y le dijo que había prueba. Estuve dos meses probándome, la fila iba quedando cada vez más corta. En edad de quinta estaba compitiendo en AFA”.

De pasos muy breves por el extinto club Inter (que quedaba por calle Santa Fe), y por Social Lux (“Mercadito”, le dice Bogino), remarca que “mi formación, antes de pasar a Central, fue Morning”, aquel que también supo llamarse Evita Estrella de la Mañana. Algo de esos inicios en la entidad ubicada en avenida Bordabehere al 4200 vuelven en su novela. “Creo que la escribí para sacarme el fútbol de adentro, la carrera. Como para liberarme”.

Uno nunca sabe

“Cuando uno lee está escribiendo”, sostiene Nacho Bogino, y aclara: “Pero nunca me sentí capaz”. Es que, continúa, “desde que había terminado la secundaria no tenía herramientas, o eso pensaba yo. Las herramientas que son más del campo de la formación académica. Uno empieza a romper esos mitos de los escritores”. Atravesada esa barrera, le lanzó. “Mi hermano tuvo un accidente grave, y empecé a escribir a partir de eso, pero medio clandestinamente”, cuenta. Después me llamaron para participar del libro Pelota de papel, para dibujar”, uno de sus fuertes artísticos, que quedó plasmado, por ejemplo, en las paredes del Gabino Sosa con un mural. “Y les pedí si podía escribir un cuento también”.

Así, en la segunda edición de esos libros escritos por ex y actuales futbolistas y deportistas, escribió El llanto e ilustró el cuento de César Carignano.

Casi como una consecuencia de su rosarinidad, del amor por el fútbol, la escritura y el dibujo, se hizo fanático de Roberto Fontanarrosa. “Él era de esos mundos que me gustaban. Leía los cómics, todo sus libros de humor gráfico. Y después sus libros de cuentos”, remarca el también lector de Osvaldo Soriano, Julio Cortázar, entre varios otros.

De más pibe, cuenta, solía entrar en librerías, casas de música y de arte. “Con mi primer sueldo –recuerda– le compré un lavarropas a mi vieja y una guitarra criolla para mi”. Entre concentraciones y el tiempo libre luego de los entrenamientos y partidos, adquirió el hábito de la lectura: “Me pasó en un momento en que no sabía qué iba a pasar con el fútbol, atravesaba un mal de amores, esas crisis existenciales que van tocando cada tantos años, y me encontré con un libro de los tantos que estaban en mi casa, que estaban más de adorno que de lectura. Y empecé a leer”. Tenía 20 años cuando se topó con La canción de nosotros, novela de Eduardo Galeano.

Te digo más…

Entre los los pasos iniciales en Rosario Central y sus pasos finales en Central Córdoba, la carrera de Bogino incluyó Arsenal de Sarandí, Patronato de Paraná, Temperley y Brown de Adrogué. Durante su estadía en suelo bonaerense, la relación con la lectura y la escritura adquirió mayor relevancia. “Cuando me separé me quedé solo en Buenos Aires. Me di cuenta que tenía que hacer algo y que eso me gustaba, que me sostenía los días de soledad”. Así fue que se anotó en el taller de la reconocida escritora Gabriela Cabezón Cámara.

A ese espacio, al que el coronavirus le puso fin, llevó el primer capítulo de su novela. “Después arrancó la pandemia y nunca más volví a Buenos Aires”. Trabajar en esa historia, que pronto será libro, “creo que me salvó la vida”, acepta.

Entre los posibles títulos, adelanta, el que pica en punta es Estrella del mañana, “que es una mala traducción de Morning Star, que es «estrella de la mañana»”. La trama tiene a un director técnico, “una historia que ya no me acuerdo si es verdad o me la inventé”, admite entre risas. “Estando en Brown de Adrogué, una señora se le acercó a Pablo Vicó (histórico entrenador del club) y le dio algo detrás del alambrado. Todos lo empezamos a cargar. Vi que había quedado medio extrañado y le pregunté qué pasó. «Me dio pelo para que proteja al hijo», me respondió”.

Este hombre de bigotes parecido al Don Ramón del Chavo, dirigió 15 años al Tricolor, donde es símbolo. Durante esa época vivió, literalmente, en el club. “Tenía su departamento. Fueron años dirigiendo el Nacional B, podía vivir ahí, pero el tipo vivía en el club. Entrabas y estaba colgando la ropa. Era raro, y a la vez tenía algo de romanticismo”. 

Hablando de entrenadores que tuvo, asegura que ninguno “habilitó la lectura”. Y eso que entre ellos tuvo, nada menos, que a Gustavo Alfaro. Al parecer, más citador de frases literarias que lector. “Son sus formas –dice entre risas–, él ya sabe del personaje, hasta debe buscar las frases para que eso suceda”. De todas maneras, destaca: “Estoy muy agradecido con él, hizo un carrerón”. 

Sobre contagiar de lecturas a sus compañeros futbolistas, explica: “Al principio regalé libros, pero vi que eso no funcionaba. Que cada uno debe buscarlo, que los consejos para esto no sirven mucho. Capaz que le regalas un libro a alguien que llega a la casa y se tiene que hacer cargo de 10 hermanos. Y vos le decis que lea, es cualquiera, no tiene mucho sentido”. Y añade al respecto: “Mostrarse sensible es, para mí, lo que te hace llegar a un libro. Acompañar con mis actos. Eso, de alguna manera, habilita”.

Una lección de vida

Cuando a Ignacio Bogino se le pregunta sobre el balance del año que pasó, piensa en colectivo y, en principio, lejos de las canchas. “Fue un año complicado. Me tuve que ir acomodando un poco a esta nueva forma que está gobernando, que está transformando las cosas en algo diferente”, opina sobre el gobierno de Javier Milei. Ante eso, agrega: “Uno tiene que ir resguardando las cosas importantes que venían de antes y que no hay que perderlas nunca”. Pero reconoce: “Fue un cimbronazo, tuvimos que ir acostumbrándonos”.

En lo personal, el inminente retiro –se producirá en 6 meses o un año, según adelanta– ocupa gran parte de su cabeza. “Estoy en el final de mi carrera. Hace muchos años que lo vengo trabajando, pensando. Eso resignifica todo porque es el fin de una forma de vida que vengo llevando desde muy chiquito”. 

Ya se retiró una vez, en pandemia. Pasó un año sin jugar, sin frecuentar vestuarios. “Me había acostumbrado a ese modo de vida del retiro”, admite. Pero no logró resistirse a un llamado de Central Córdoba, donde ya jugó más de 100 partidos. “Fue como volver de la guerra, como que no entendes muy bien qué pasó”. En su regreso enfrentó a Boca por Copa Argentina, certamen que volverá a tener al Charrúa entre sus participantes (enfrentará a Sarmiento de Junín). 

Se jacta de haber jugado en “todas las canchas del fútbol argentino”, entre Primera y Ascenso. “Eso no se puede pagar, es un capital muy grande”. Y de “dedicarme a lo que quiero y no tener que trabajar de lo que puedo”. De todas maneras, afirma que “al fútbol lo fui moviendo: al principio era todo; después, lecciones de la vida, me hicieron dar cuenta de que eso no era así; y también la relación de uno con la derrota y la victoria, que es la gran enseñanza”. Y se explaya: “Tenés pruebas todos los fines de semana, en el medio la gente que opina sobre lo que vos haces. Todo eso es bravo, la sensación de exámen todo el tiempo y aprender a perder es lo que más me costó. Incluso, hasta hoy lo estoy trabajando, con la lección final de perder la carrera”. En conclusión, subraya: “Aunque estuve muy enojado mucho tiempo con el fútbol, hoy soy un agradecido”.

Publicado en el semanario El Eslabón del 11/01/25

¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 6000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.

Más notas relacionadas
Más por Santiago Garat y Facundo Paredes
Más en Deportes

Dejá un comentario