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Yo no sé, no. Era la primera vez que Pedro iba de vacaciones a Mar del Plata y todas las mañanas su mamá y su papá le habían puesto una tarea. Ya que ese año comenzaría primer grado, tenía que aprender a escribir con un lápiz del 0 al 9, de 6 a 7 de la mañana en un cuaderno de 12 hojas, en el jardín de un hotel que estaba sobre la Peralta Ramos, justo enfrente del puerto de los submarinos. Para cuando Pedro ya le salía más o menos bien el 0, el 1, y así hasta el 9, le empezó a tener ganas a los submarinos para seguir avanzando en su preparación para encarar lo que se venía a fin de marzo: la primaria. Su práctica con los submarinos comenzó así: El 0 era una gran boya roja y luego el 1, el 2, el 3 y el 4 eran los submarinos en superficie. Dos estaban amarrados, el 3 y el 4, y a los demás hasta el 9 los dibujó sumergidos y avanzando.
Pasaron unos años y en los últimos días de un enero, Manuel estaba con un cuaderno de 24 practicando todas las mañanas divisiones de dos cifras. Manuel miraba un árbol de mandarina que en forma temprana anunciaba cuántas mandarinas daría llegado el invierno. Ese árbol estaba al lado de dos de limones que daban frutos todo el año y Manuel practicaba dividiendo una equis cantidad de inexistentes mandarinas por una cifra de dos dígitos de limones existentes. Tiguín, por las mañanas, practicaba en cuaderno multiplicaciones de tres cifras. Como tenía dos bicis y quería que una sea para reparto, tenía que multiplicar los rayos de sus ruedas para hacerla fuerte y aguantar lo que venga. Carlos practicaba los distintos tipos de ángulos mientras dibujaba en su cuaderno distintas puertas, portones y ventanas. La Graciela le enseñaba a la pequeña Susi a sumar números pares e impares y como ejemplo ponía hojas y pétalos de flores. Raúl, Juancalito y Vaquita (que ya había aprendido a coser pelotas de cuero) practicaban dibujando en un cuaderno figuras geométricas mientras con unos cueros de viejas pelotas dibujaban y cortaban gajos de ocho lados (octógonos) para hacer una pelo nueva a la que llamarían “7 más un suplente”).
La Moni y Laurita practicaban solucionar problemas más complejos ya que ese año irían a 5to, en la Anastasio, y uno de los problemas era “si tengo tres baldes de 10 litros cada uno, ¿cuántas veces tengo que volcar agua con un vaso de 70 centímetros cúbicos para llenarlos?”. La Moni y la Laura habían templado los vasos con unos globitos de carnaval bombuchas mientras pensaban en los bailes de carnaval que estaban próximos. Lo cierto es que esos últimos días de enero estábamos afilados en algunas materias escolares y eso venía bien como para tener un febrero con más tiempo para el disfrute. Pedro se vio avanzando con la aritmética con un conocimiento que a veces no se veía pero él sabía que estaba ahí sumergido pero avanzando como aquellos submarinos.
Manuel le encontró la vuelta a la multiplicación de tres cifras a pesar de que su cuaderno era de hojas lisas y sus números, mandarinas y limones, estaban todos desparramados.
Una tarde, cerca del tambo de Tito, le preguntamos a la pequeña Susi cuánto era 4 + 4. La Susi miró la pelo que había terminado de coser Luis (Vaquita) y dijo: “Cuatro más cuatro es mucha suerte porque te da un trébol de ocho, de ocho gajos”.
Publicado en el semanario El Eslabón N° 702 del 1/02/25
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