Trump y Milei, entre diferencias sustantivas en las concepciones sobre política económica y coincidencias en el rechazo de todo lo que se suele denominar últimamente la “agenda woke”, son fenómenos que se articulan a partir de su desigualdad fundante.

Si hay algo de lo que ya no quedan muchas dudas es de la coherencia entre los proyectos –o, para ser quizás más rigurosos, del proyecto– de Milei y de Trump. El reciente anuncio de la salida de Argentina de la Organización Mundial de la Salud (OMS), así como las tensiones con los organismos internacionales ya clásicos nacidos, en su mayoría, pos segunda guerra mundial, los encuentros ideológicos en el ataque contra los derechos sexuales, las restricciones fronterizas y las deportaciones contra los migrantes fundamentalmente pobres que en Argentina encuentran expresión en la permisión de cobrar aranceles en las universidades públicas a extranjeros y negarles la atención sanitaria pública y gratuita, así como en la versión devaluada del “muro” que se pretende levantar con alambre en la frontera con Bolivia, o en el nacionalismo de segunda que anda discutiendo si los mapuches son chilenos e invasores o argentinos ciudadanos –¿alguien se acuerda de la preexistencia?–; y el llamado a la cruzada contra la mentada agenda “woke” –término que se popularizó en estos pagos hace relativamente poco; acá más bien solíamos hablar de “progresismo”– dan cuenta de una línea relativamente clara en esos dos proyectos.

Esto no es ninguna novedad: el llamado que hizo Milei en sus triunfalistas primeros meses de mandato a conformar una internacional derechista” no es más que la sedimentación de un proceso que pasa de las sombras a la luz, y que quizás es posible rastrear hasta al menos la vieja sociedad de Mont Pelerin, de la que participaban Friedrich Hayek –ideólogo central de lo que llamamos neoliberalismo–, así como los nombres resonantes de Ludwig von Mises y Milton Friedman, o el epistemólogo Karl Popper. Dos de esos cuatro fueron citados explícitamente por el Presidente argentino en diversas ocasiones. 

Sin embargo, la coherencia del proyecto no significa univocidad. Decir que Trump, al igual que Milei, es un fiel seguidor de los economistas de la escuela austríaca –es decir, de Von Mises, Hayek y Friedman– sería una locura. La idea del “orden espontáneo” que sostiene Hayek choca directamente con la política arancelaria que hoy mismo el mandatario republicano está llevando adelante como método central para ejercer presión sobre los países que no se subordinan directamente a sus exigencias (geo)políticas. Si Milei se hizo famoso hablando de economía, y su principal argumento de discusión era del orden de las políticas macroeconómicas intervencionistas que generan desorden fiscal, ¿cómo podría alabar a un mandatario cuya política económica está tan claramente a contramano suya? “Trump entiende perfectamente la geopolítica, y utiliza la política comercial de Estados Unidos como parte de la geopolítica, no es que él sea proteccionista, sino que sabe del rol que tiene Estados Unidos en el mundo y, consecuentemente, su política comercial es parte de su estrategia geopolítica. Entonces, si uno no entiende el campo de juego en el que juega Trump, difícilmente se pueda entender la visión. Pero sin lugar a dudas los lineamientos que él está planteando nos van a traer un mundo mucho mejor, seguro”, aclaró Milei en una entrevista que le hicieron en Davos, obligado a relativizar su propia postura para explicar las decisiones del presidente estadounidense.

Desde Hayek, ¿no se podría decir que hacer ese uso de la política económica, por más que el objetivo sea geopolítico o cualquier otra razón extraeconómica, llevaría al hundimiento en última instancia de Estados Unidos por el vicio de la regulación y el entorpecimiento de las “complejas estructuras de relaciones” que permiten igualar en última instancia la oferta y la demanda? O las regulaciones no producen necesariamente esa supuesta catástrofe económica, por un lado, por lo cual Milei estaría equivocado en Argentina –cuestión que no hace falta discutir ahora–, o está subido a un barco que va a encallar a la vuelta por un convencimiento fundamentalmente emocional.

Ambas explicaciones nos dejan un vacío. Es el problema de intentar entender tanto a Milei como a Trump como masas aisladas, que compartirían algunos elementos sustantivos y se diferenciarían en otros. Claudio Katz, economista argentino e investigador del Conicet propone una vuelta a este problema: es el mismo interés el que produce las semejanzas y las diferencias de un Milei y de un Trump, y es el interés político y económico del aparato imperial estadounidense. Por supuesto que hay corrimientos, y los acercamientos inesperados del presidente argentino a los “asesinos comunistas” chinos habla de la capacidad de pulseada del gigante asiático. Pero si entendemos que lo que se llama a veces el “proteccionismo” de Trump y la locura desreguladora y librecambista de Milei es primero una complementariedad y secundariamente una diferencia, podemos acercarnos un poco más a una visión de conjunto en donde el par desarrollo-subdesarrollo no es un problema de meritocracia sino un proceso constante de apropiación y expropiación violenta.

Publicado en el semanario El Eslabón del 08/02/25

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