
Historias de jubilados e hinchas contra las políticas de ajuste. Camisetas de todos los colores, en Rosario y Buenos Aires, defendiendo y alentando a los mayores. Dejar la vida en las plazas y en las tribunas.
Aunque porteño de nacimiento, Leonardo Perel reside en Rosario. Es hincha de Chacarita por su padre, que hizo inferiores en el club cuando vivían en Villa Maipú, donde está el estadio Funebrero. Con pasado metalúrgico y docente, este jubilado se emociona al saber que la protesta en plaza San Martín (y la del Congreso en Buenos Aires) se masificó gracias a otro jubilado e hincha de Chacarita como él.
Carlos Dawlowski agarró un retiro voluntario en el Correo Argentino en 1994. Había sido mensajero a los 13 años, luego ascendido a cartero. Vive en Parque Chacabuco, que limita con el porteño barrio de Caballito, donde repartió cartas durante 20 años. Más tarde se jubiló. El domingo 9 de marzo, un grupo de hinchas lo agasajó con un asado en la previa al partido ante Estudiantes de Río Cuarto. Ya en la platea, varios lo reconocieron como «el viejito de Chaca, el jubilado», y le pidieron fotos. “Estaba muy emocionado, se puso a llorar un par de veces”, le cuenta a este medio Javier Mendoza, testigo del hecho y uno de los hinchas que se movilizó al Congreso el miércoles 5 cuando vieron en la tele la represión policial contra Carlos y El Sopa Daniel Bruno, otro jubilado y Funebrero.
Carlos, ovacionado en la cancha y distinguido por la comisión directiva del club de sus amores, vaya que tiene motivos para protestar. Su jubilación no llega a los 400 mil pesos, muy por debajo del palo doscientos de la canasta básica del sector. “Si no tiene un familiar que lo ayude –reflexiona Mendoza–, o come o compra los remedios, las dos cosas no”. Encima, lleva en su piel las marcas de la gorra. Patricia Bullrich, que como ministra de De la Rúa les descontó 13 por ciento, ahora, como ministra de Milei, les pega. Sin embargo, trata de violentos a los hinchas y abuelos y no a la policía que reparte palos y les dispara gases y balas de goma. Como la definió alguna vez Néstor Kirchner, “es débil con los fuertes y fuerte con los débiles”.
A pesar de los gases, los palos recibidos
Aunque el fenómeno se presente como novedoso y se intente reducir (con grandes titulares mediáticos que parecen dictados desde la Casa Rosada) a una protesta de “barrabravas” y “militantes K” y de “izquierdas”, las luchas de hinchas por derechos extra futbolísticos tienen antecedentes. Democracia en clubes argentinos en plena dictadura, entidades deportivas barriales contra los tarifazos, espacios de derechos humanos con camisetas y banderas en cada 24 de marzo. O mujeres y disidencias en marchas feministas militando por sus derechos desde su identidad como hinchas.
Cerca tenemos el caso brasileño y su tradición iniciada por Sócrates y la Democracia Corinthiana en los 80, más adelante reproducida en protestas de hinchas de varios clubes contra Bolsonaro. O la creación en Colombia del barrismo social, que apoyó la candidatura de los hoy presidentes y vice Gustavo Petro y Francia Márquez.

La socióloga Julia Hang sostiene incluso que un barra es más que un ser meramente irracional y violento. “Son sujetos para quienes la violencia es legítima en ciertos momentos y no en otros. Son barras, pero a su vez son padres de familia, y también pueden ser militantes políticos”. Javier, el hincha de Chaca, aporta: “Nosotros somos parte del pueblo. También sufrimos el hambre, los despidos y todo lo que está pasando”.
Por más que los impulsores de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) prometan con esa figura jurídica soluciones para cada equipo, para las y los socios, sus clubes son más que los resultados de cada domingo. Si bien los ánimos cambian según entre la pelota o no, esos espacios también significan pertenencia, solidaridad (en pandemia, ahora con Bahía Blanca, y sobran los ejemplos).
Todo hincha es político
En estos tiempos, los estadios de fútbol se han convertido en verdaderos plebiscitos sobre sus equipos y/o dirigentes. Del “movete, dejá de joder” que baja de las tribunas ante una derrota transitoria, al “que se vayan todos” ante el resultado adverso hecho hábito. Cuando, semanas atrás, hinchas de Newell’s observaron que se dilataba el adelanto de las elecciones prometido por el presidente Astore, tomaron el club. Horas después salió un comunicado con los pasos electorales a seguir.
Esto de hinchas que buscan incidir con sus acciones en las políticas del club, dice Hang, “está bueno pensarlo contra esa idea conservadora y quizá hegemónica que ve al fútbol o al deporte como algo fuera o alejado de la política, o al hincha como un sujeto irracional”. Esa lucha también frenó el avance de las SAD, que llevó a Chiqui Tapia, capo de AFA, a ser el “único opositor exitoso” de Milei, según el escritor Martín Caparrós. “Siempre en el fútbol hay datos que sirven para entender la época”, agregó el autor de Boquita en una entrevista con el medio cooperativo Tiempo Argentino.
Rivales, no enemigos
“Si algún día me hacen uno de esos tontos reportajes llamados ping-pong”, contaba Roberto Fontanarrosa, “cuando me pregunten por «una camiseta», diré: «La de Chacarita»”. El Negro sólo anteponía la auriazul del Canaya por “razones claramente sentimentales”. Ahora, hinchas de uno y otro marcharon juntos hacia el Congreso, donde se unieron a otras camisetas y banderas. En Rosario, a contramano de lo que dicta esa pereza intelectual maquillada como sentido común, también convivieron leprosos y canayas. “Creo que los hinchas de fútbol tenemos más en común entre nosotros que con el resto de las personas”, opina Javier Mendoza. “Tenemos los mismos sentimientos, la misma música, el mismo folclore, sólo nos diferencian los colores”.
Experta en estudios sociales del deporte, Hang desarma aquello. Reconoce que “en el fútbol argentino la rivalidad entre clubes es muy importante”, pero eso no impide “que pueden unirse y pensar políticas juntos”. Así nacieron espacios como la Coordinadora de Hinchas, la de Derechos Humanos, la Sin Fronteras de Fútbol Feminista.

Si hasta La 12 alentó alguna vez a Los Borrachos del Tablón cuando éstos se enfrentaron con la policía. “Y pegue, y pegue, y pegue River pegue”. Quienes frecuentan las canchas, dice Mendoza, “no le tenemos miedo a la policía, estamos más acostumbrados” a sus palos. “Más la generación nuestra post dictadura. Vamos a recitales y te pegan, a la cancha, a bailar a la noche, y es lo mismo”.
En la marcha de los miércoles, los hinchas modifican las letras de cancha como antes hicieron con las versiones originales. “Como en la tribuna te abrazas con el de al lado sin conocerlo cuando tu equipo hace un gol, ahora abrazamos a los viejos”, compara Mendoza. Su equipo son los jubilados. “Nuestro clásico –agrega– ahora es la policía y este Gobierno”.
A la plaza con pancartas

Por Sarmiento y Amenábar, donde Eduardo Vitantonio vivió de pibe, lo pasaba a buscar su abuelo. Caminando, de la mano, hacían una cuadra hasta Rueda y otra hasta San Martín. Tres cuadras más adelante, por Virasoro, los esperaba la cancha de Central Córdoba. Hoy el abuelo es Eduardo. “Antes de venir acá estuve cuidando a mi nieto”. Lo pasó a buscar por el jardín y luego lo dejó con su esposa, la abuela. “Ella lo cuida mientras yo me vine a esta actividad”. Jubilado desde 2018, es uno de los creadores del Frente Jubilados en Lucha de Rosario. Habitué de los tablones del Gabino Sosa, un grupito de pibes, también Charrúas como él, lo reconocen y lo saludan. “Esta –dice por la camiseta azulgrana que lo viste– la llevo pegada en la piel”.
En la plaza San Martín, frente a la sede de Gobernación donde es la protesta local contra el fin de la moratoria y demás reclamos, también está Ana Moro. Jubilada como docente e histórica militante de derechos humanos, posa con la rojinegra junto a la peña leprosa 17 de Octubre. “Esto de las hinchadas es un hecho histórico”. Esta mujer que frecuenta el Coloso desde muy jovencita, destaca “este hecho político que generó el fútbol”.
Hugo Botta es socio de Rosario Central y está pronto a jubilarse. “Vengo como hincha, porque esto nos va a tocar a todos”. Le pregunto por qué viene vestido de auriazul. Antes de quebrarse en lágrimas, alcanza a balbucear: “Porque el fútbol es del pueblo”.
Publicado en el semanario El Eslabón del 15/03/25
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