Arroyo Seco es una zona sojera por excelencia. Las 4 x 4 transitan sus calles hasta el hartazgo. Pero por estos días hay tristeza. Aunque el dicho repita que no “hay mal que dure cien años”, por ahora las paquetísimas señoras poseedoras de tierras sojeras, las Señoras de la Soja, están de para males.

La caída del precio internacional de este otrora apreciado poroto fue tan estruendosa que la onda expansiva hasta llegó a afectar los percheros de las boutiques por estos pagos: “Mirá, están intactos”, señala con resignación la dueña de un negocio de indumentaria femenina de la zona.

Es notable comprobar cómo las Señoras de la Soja se replegaron en sí mismas, se encerraron a elaborar el duelo por la gran catástrofe que les toca vivir.

Y no son pocos los hombres, también sojeros entristecidos, que hacen leña del árbol caído, y entonces se escuchan expresiones machistas y poco comprensivas del dolor sojero ajeno. “Parece que hasta las más regordetas acaparadoras del mercado femenino, compradoras compulsivas y consumidoras escandalosas, han suspendido la lipoescultura. O sea que este verano vamos a ver cuerpos rollizos y glúteos caídos, acompañados de miradas melancólicas y lamentos quejosos y abrumadores”, describen algunos habitantes de la zona, sin piedad.

Otros, en cambio, apuntan que “seguramente sacarán a relucir sus anteojos de sol Gucci, pero del verano pasado, como último objeto de culto de una perdida belle époque”.

La salida sobrenatural no se descarta, y seguramente las cadenas de oraciones y los ayunos invadirán a este Macondo sin realismo mágico. Porque es mucha la tristeza que anida en esos rotos corazoncitos desalmados y extremadamente ambiciosos que alguna vez tuvieron al país en vilo.

Parece que las Señoras de la Soja, convalecientes mujeronas que se ofendieron cuando nuestra Presidenta denunció el “piquete de la abundancia” tendrán que aprender a vivir con menos ostentación y fanfarronería, cosa muy dolorosa para ellas. Pero no se preocupen señoras, si tan poco estimulante les resulta su vida por tener que apelar un poquito a la austeridad, y si su crisis de autoestima no logra paliarse con un buen libro, algo de dinero les quedará para consultar al licenciado Rolón.

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