Por Pablo Bilsky. El aumento de la cantidad de rechazos a argentinos en el aeropuerto de Barajas y el feroz ataque xenófobo contra un equipo de fútbol que compite en Catalunya hace pensar, más allá de la coyuntura, en la incomprensión, la opresión y hasta la destrucción del otro como una de las marcas de Europa.

Todavía aturdidos por el aterrizaje, con zumbidos en los oídos y los músculos contracturados, los pasajeros hacen la cola en el remozado aeropuerto de Barajas. Más allá del cansancio y del papeleo, es un momento tenso, porque la posibilidad del rechazo se hace cada día más probable. “No me dejaron entrar”, la frase resuena como una música ominosa en la cabeza del que espera, con el pasaporte azul y los papeles en la mano. El que espera imagina “lo peor” mientras hace la fila frente al cartel que indica, ya poniendo de entrada un límite claro: “Pasajeros no comunitarios”, es decir “no europeos”.

Y más allá de los casos particulares que por estos días nos conmueven, hay hechos que son repetidos, estructurantes, que dan cuenta de una parte, parcial pero representativa, de las sociedades europeas, y nos plantean la necesidad de diversificar y ampliar la mirada a la hora de construir nuestro imaginario sobre “Europa” y “lo europeo”.

Junto a la Torre Eiffel, la Revolución Francesa, la pulcritud y el orden suizos, la muy inmaculadamente verde campiña inglesa, por sólo mencionar al pasar algunos lugares comunes, está Auschwitz, como símbolo de todos los campos de concentración del mundo. Los filósofos de la llamada Escuela de Frankfurt señalaron que es, justamente, y más que ningún otro, el campo de concentración, la síntesis más horrorosa y más certera de la “racionalidad europea”, del sistema que Europa impuso a gran parte del planeta, a sangre y fuego. Allí está África, la contracara de Europa, el espejo donde Europa se mira con vergüenza, el continente saqueado, el continente que al igual que América, se expolió sistemáticamente para hacer la acumulación originaria capitalista que luego dio lugar a las maravillas del arte y la cultura europeas, todas manchadas con sangre. Genocidio es la palabra indicada.

En los aeropuertos, los europeos, los que tienen otro color de pasaporte, van a la otra cola, la más rápida. Y comunitarios y extracomunitarios viajan juntos, se deben separar allí, sean familiares o no.

El que espera en la cola teme, ansioso, y se imagina fracasado, contándoselo a amigos y parientes, con vergüenza, con la ilusión del gran viaje convertido en pesadilla, en malos tratos, en una aventura que termina, antes de comenzar, en la sala de detención donde confinan a los rechazados, a los indeseables, a los “sudacas”, a los nacidos en tierras que algunos consideran despreciables. A medida que se acerca al empleado que va a verificar sus papeles, la tensión nerviosa del pasajero es proporcional a la de los músculos faciales del señor uniformado que en ese momento es como una suerte de juez todopoderoso, con su gesto adusto, al borde de convertirse en estatua.

Según un informe de la agencia Efe dado a conocer este domingo, el rechazo a argentinos que intentan ingresar a España por el aeropuerto madrileño de Barajas creció un 209 por ciento entre 2007 y 2008. Y horas después de conocidos estos datos, este lunes trascendió un feroz ataque xenófobo perpetrado por un grupo de skinheads de la barrabrava del Barcelona contra integrantes del Central Catalunya, equipo de fútbol fundado por rosarinos e integrado por jugadores de distintas nacionalidades. Varios argentinos terminaron internados tras ser atacados con piedra y palos. “Si llegaban a tener una pistola nos mataban a todos”, dijo uno de los jugadores argentinos que integra un equipo junto a uruguayos, marroquíes, bolivianos, ecuatorianos y paraguayos. “Te voy a apuñalar, tu vida no vale nada”. Así amenazó a un argentino un joven nacido en la bella, desarrollada y exquisitamente culta Catalunya.

En libro Ensayos escogidos (2007) el escrito catalán Juan Goytisolo, que vive autoexiliado en Marruecos, califica duramente a la sociedad española en su trabajo “Nuevos, ricos, nuevos libres, nuevos europeos” y hace mención muy puntual a la humillación que deben padecer muchos argentinos en Barajas. El autor, que se ganó la antipatía de los españoles más reaccionarios porque rescata la herencia árabe y judía como lo fundamental de la cultura hispana, relaciona la xenofobia española con el desarrollo de una sociedad consumista y adoradora del dinero que alcanzó el bienestar más tarde que el resto de Europa.

“El contraste de la recepción cordial de los emigrantes españoles hace cincuenta años por una Argentina entonces boyantes, situada en el pelotón de los diez primeros países con mayor renta per cápita y la dispensada hoy, cuando los papeles se han invertido y de solicitantes hemos pasado a ser solicitados, no puede ser más chocante”, señala Goytisolo.

Y una vez pasada la cola y la estatua uniformada, si el pasajero logra acceder a las calles de Madrid, podrá encontrar seguramente, junto a los xenófobos que les dicen “sudacas” a los latinoamericanos y “moros” a los musulmanes (término impregnado del olor rancio de la vieja Inquisición española), otras personas que recuerdan las toneladas de trigo que la Argentina donó a España en 1947. Era la posguerra, los denominados “años del hambre” en España. “En esa época nos matamos el hambre gracias a los argentinos”, recuerdan algunos madrileños. Pero no es fácil acceder a ellos.

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