El 10 de agosto fue la fecha pautada y cumplida para realizar el nuevo encuentro de los Presidentes de los países que integran la, aún joven, Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR). Lejos parecían comenzar a quedar los augurios optimistas para la organización por parte de muchos analistas, incluida quien escribe, de cara a los nuevos desafíos que ha encontrado en su camino en los últimos meses.
Sin lugar a dudas, las semanas precedentes han sido las más álgidas. No sólo las discusiones regionales se han hecho lugar en la agenda del organismo, sino también las diferencias bilaterales cada vez más profundas entre algunos de los miembros del mismo. El hecho que materializa tal argumento no es otro que la ausencia en el encuentro del Presidente colombiano, Álvaro Uribe, quien hace algunos días realizó una recorrida por los países de la región, a fin de explicar sus nuevos planes en materia militar de la mano de los Estados Unidos; a tan sólo algunos días de realizarse la Cumbre de los países de la región, el mandatario colombiano priorizó el diálogo bilateral con algunos de los interlocutores más importantes de la región, entre ellos Argentina, en vista de las fricciones entre Colombia, Ecuador y Venezuela, por diferentes temas pero más que nada debido a la polémica desatada en torno a la concreción de un renovado pacto militar entre Colombia y los Estados Unidos.
Son tiempos complejos los que corren, a los desacuerdos entre algunos actores de la región se pueden sumar los movimientos y reacomodamientos que se esperan después de toda transición. La reciente Cumbre implicó la asunción por parte de Ecuador a la presidencia pro témpore del organismo, hecho no menor si consideramos la cercanía entre el gobierno ecuatoriano y el de Venezuela a su vez, ambos, fuertemente enfrentados a Colombia en los últimos meses y actores cruciales en los bruscos movimientos acontecidos en el tablero regional en los días pasados: debido a la reciente escalada en la tensión bilateral Venezuela ha decidido suspender las subvenciones al combustible que se exporta al país colombiano como respuesta a la autorización que el gobierno Uribe dio al ingreso de militares de Estados Unidos a siete bases del país, una acción sin dudas considerada por el gobierno chavista como una amenaza en su patio trasero. Esto ha llevado a reconfirmar en los días pasados el congelamiento de las relaciones bilaterales y pese a que no parece haber interés en un conflicto de carácter bélico, la sombra de un enfrentamiento es una de las posibles salidas, la menos deseada quizá pero la más temida también, que se está barajando.
De otra parte, Ecuador y Colombia vienen alimentando las diferencias que un año atrás los pusieran al borde de un conflicto armado debido a la incursión de fuerzas militares colombianas en territorio ecuatoriano, para asestar un golpe contra las FARC en el marco de su lucha contra el narcotráfico. Como sabemos, tal entredicho se canalizó institucionalmente, muchos hablaban de los nuevos aires que respiraba el consenso regional y del resurgimiento de las cenizas de la tan vapuleada y a veces cuestionada Organización de Estados Americanos (OEA). Lo que no se pudo frenar fueron las réplicas, ya que con el correr de los meses nuevos o renovados desacuerdos fueron surgiendo entre estos dos actores, tal como muestran por ejemplo las restricciones comerciales que Ecuador sostiene sobre muchos productos colombianos desde junio del año pasado a la fecha.
Como corolario de las tensiones, la ausencia del mandatario colombiano en el encuentro lanza una serie de hipótesis sobre la mesa regional que de seguro han reactivado los canales de comunicación entre unos y las conversaciones privadas entre otros actores. En los pasillos de la región, pese a no parecer existir la voluntad manifiesta de los Estados de hacerlo, algunos ya comienzan a hablar de una inminente guerra. La pregunta que en consecuencia nos puede surgir es si Argentina, Brasil y Chile permitirán la concreción de tal posibilidad. Otros se aventuran a sostener que la ausencia del mandatario responde a la intención de Uribe de escapar a la posibilidad de repudio del pueblo ecuatoriano o evitar la “reprimenda” del organismo. También están quienes hablan de un retorno “maquillado” a los tiempos del intervencionismo norteamericano en los asuntos hemisféricos.
Como si todo lo mencionado fuera poco, días atrás una institución que estudia el gasto militar en el mundo (el Stockholm International Peace Research Institute o SIPRI) publicó su informe anual el cual sostiene que el aumento del gasto militar en América del Sur ascendió a los 34.100 millones de dólares en 2008 y creció un 50% entre 1999 y 2008. El porcentaje de incremento supera en cinco puntos el promedio mundial (un alza del 45% entre 1999 y 2008), lo que ha llevado a que los países de la región se acusen entre sí de estar alentando una carrera armamentista.
De cara a este complejo panorama, UNASUR se enfrenta así por estos días a una batalla que parecía lejana y quizá se creía hasta ganada, la de la estabilidad regional y, de la mano de ésta, la gravitación de la influencia norteamericana en el continente y las formas en que esta repercute sobre nuestra realidad. La llegada de Barack Obama al poder a comienzo de este año había prometido un cambio de política exterior, esto lejos de ser una ilusión se volvió una realidad. Pero como era sospechable, existen cuestiones que Estados Unidos no puede permitirse negociar: la lucha contra las drogas, su alianza con Colombia en pos de combatir el narco – terrorismo y en consecuencia la estabilidad en ciertas áreas de nuestro continente que podrían repercutir directamente sobre el devenir de su política interna, son casos cabales. Y Estados Unidos, tal vez con mejores modos aunque con similares resultados que años atrás, ha venido a encarnar la manzana de la discordia una vez más en suelo americano, al punto que la reciente reunión acontecida en Quito tuvo como eje central la discusión acerca del posible pacto militar entre el gobierno de Uribe y el norteamericano que ya mencionamos.
Por su parte, Brasil, el actor de más peso en la región y uno de los más alertados ante la sombra norteamericana gravitante, pidió el pasado lunes 10 que se convoque a los Estados Unidos a un diálogo con los miembros de UNASUR a los fines de aclarar sus planes, así como sostuvo con fuerza la necesidad de no condenar ni realizar juicios apresurados acerca de la decisión tomada por Colombia.
Argentina por su parte, cumplirá un rol de soporte fundamental, no sólo por su saludable relación con el gobierno de la nueva presidencia pro tempore del organismo, sino también por un elemento que el mismo Chávez ha catalogado como fundamental, el Eje Buenos Aires – Caracas. La suscripción de una serie de acuerdos bilaterales en materia comercial y tecnológica, en momentos en que Caracas se apresta a sustituir tradicionales importaciones de Colombia por suministros de “países aliados”, como es el caso de nuestro país, son sólo la reafirmación de esto.
Las próximas batallas de UNASUR comienzan a gestarse en su propio seno, no parecen encontrar una solución viable y quizá no lo hagan en la medida que quien detenta la conducción del organismo por estos días es a la vez una de las partes involucradas en uno de los tantos cruces existentes entre los actores de la región. Las libertades políticas en Venezuela, la inestabilidad de la región andina, los entredichos comerciales, la asociación norteamericana con países de la región y su grado de injerencia en los asuntos latinoamericanos y la carrera armamentista regional son algunas de las tantas batallas que comienzan a reabrir sus frentes y a los cuáles la UNASUR deberá dar respuesta o, al menos, poner paños fríos con un nutrido diálogo que mantenga los canales de comunicación abiertos y las armas en los cuarteles.
* Investigadora del Centro de Estudios Políticos Internacionales / FUNIF Rosario