Crónica de uno de los espectadores que presenció el concierto de la Orquesta Filarmónica de Israel en el salón Metropolitano de Rosario. Fue un show internacional inolvidable.

El lunes 24 tuve la suerte de acceder a uno de los inalcanzables tickets para poder presenciar el concierto que brindó la Orquesta Filarmónica de Israel, dirigida por el talentoso Zubin Metha. Las entradas inaccesibles por su costo garantizaban que nadie que le interese la música y no tenga poder adquisitivo se acerque. Pero, como era una causa solidaria, el concierto era a beneficio del Hospital Centenario, justificaba lo excesivo de los precios.

Entonces, entradas demasiado caras a un evento que no convoca a grandes mayorías y a beneficio de un hospital público era la invitación ideal para que gente adinerada, políticos de turno y la farándula de cabotaje se exhibiera. Así sucedió.

Desde una hora antes, aproximadamente, comenzaron a llegar al shopping Alto Rosario maravillosos autos y suntuosas 4×4 que disputaron los lugares cercanos del estacionamiento al salón Metropolitano.

De estos vehículos bajaban sus conductores trajeados para la ocasión y con la posibilidad de cerrar el coche desde cincuenta metros y ser observado por el mundillo. De la puerta del copiloto hicieron lo propio esposas y/o acompañantes con pilcha de noche, centímetro y medio de espesor en el revoque de la cara y peinados de peluquería de esa tarde.

No obstante la cosa no empezó tan bien, una interminable cola de más de dos cuadras de largo debieron soportar para poder ingresar, que no discriminaba ni sector, ni el valor del lugar que habían adquirido. Para colmo más de uno sacaba chapa y enrostraba a los demás como evitaba la espera tan poco distinguida y populosa. Quienes abonaron los tickets más costosos, no menos de setecientos pesos de diferencia, no encontraron otro beneficio más que el lugar. La cosa empeoraba poco a poco.

Pero lo peor llegó cuando se encontraron que los lugares no eran más que sillas de plástico o madera precintadas unas con las siguientes a través del respaldo. Y empeoro aún más al notar que las sillas eran demasiado pequeñas para que entrara una persona sin ocupar el espacio aéreo de las sillas de al lado. Ahí comenzó el show, y no de Zubin Metha.

El primer combate era en la zona de la cadera y era fundamental no perderlo. Vale aclarar que no era el lugar, ni el momento para discernirlo a las trompadas limpias. La contienda continuaba en la zona de los hombros, también fundamental; pero más difícil de disimular.

El combate terminaba en miradas amenazantes sin girar la cabeza para quien tenía pegado a su cadera y hombro. Inténtelo y verá que es como rascarse una oreja con el codo, pero más gracioso Y todo esto con el saco o el tapado y la cartera en la mano. No quiero exagerar pero era un juego de telemach.

Hasta que un empleado lo arruinó, convocado por las masas apareció con pinza en mano para liberar las sillas de los precintos y aligerar un conflicto que no iba a terminar bien. Tal era la situación que el empleado a no dar abasto dejo que la gente se liberara ella misma pasándoles la herramienta. Digno de fotografiar fue ver a más de uno con traje o vestido de noche liberando sillas con una pinza y quienes lo rodeaban a gritos y mano levantada solicitar el indispensable instrumento.

Fue un show internacional inolvidable, valió la pena el hacinamiento. Estoy hablando de la música.
 

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