Dedicado a Oscar Alemán Mayer

Los partidos de la liga nicoleña de fútbol eran diferentes. El espectáculo no necesariamente estaba dentro del campo de juego, es más, en muchas oportunidades, o mejor, en la mayoría de las veces, lo lindo estaba en los contrapuntos entre una tribuna y la de enfrente. Se escuchaban detalles de traiciones amorosas, peleas matrimoniales o entre jóvenes la noche anterior en el boliche. Todos identificados con nombre, apellido y seudónimo. Un poema para los curiosos de las vidas ajenas.

A la vez, el costo era bastante más caro que la módica suma de la entrada por ese entonces. La mayoría de las canchas no tenían reparo del sol, la lluvia o el viento, por lo tanto, cuando los partidos eran en pleno invierno o esas tardes de calor húmedo y pesado sólo el sentir por la Ribe, el club Regatas de San Nicolás, justificaba la presencia.

La cancha, conocida como Estadio Municipal, en la cual Teatro (equipo de fútbol que pertenecía al edificio de artes escénicas del municipio) jugaba de local, no era la excepción. Ubicada en pleno Barrio Garetto, poseía pista olímpica. Si enumeramos desde la cancha hacia afuera: seguía la pista, el alambrado y detrás unos montículos grandes de tierra que hacían las veces de tribunas. Los cuales no eran reparo suficiente cuando el viento soplaba.

En ese barrio, como en casi todos por esos días, la poca edificación, sumada a las dimensiones del predio, generaban las condiciones mínimas como para que una tarde de frío se pudiera comparar a un chapuzón en el mar ártico.

Ese domingo o sábado nublado y húmedo, hacía del frío el peor enemigo del evento. Las manos no se asomaban de los bolsillos, ni siquiera las de los fumadores compulsivos. Los pies, en constante movimiento rítmico, se golpeaban unos con otros mientras que las peras se escondían debajo de los cuellos altos de las camperas. Aun así, nada amenizaba la sensación térmica del Barrio Garetto. 

Regatas necesitaba ganar para clasificar y empataba de visitante ante el team escénico. Encima, el poco tiempo que le restaba al partido, más la descollante actuación de Anastasio, portero del equipo local, presagiaba el peor desenlace: que ellos festejaran con algunos “sanmartines” el dejarnos afuera.

Pero la historia la escriben los que hacen. Manolo no aguantó el sufrimiento, sobre todo el que nos infringía Anastasio cuando debía ir a buscar la pelota detrás del arco. Tardaba no menos de cinco o seis minutos. Recordemos que la cancha tenía pista olímpica, por lo tanto, luego de la portería se extendía un terreno suficiente para que el circuito cerrara la curva como en la vieja cancha de River o el estadio Mario Kempes de Córdoba.

Manolo era unos años más grande que yo y sufría asma. Se pasaba gran parte del día en el club y mi recuerdo no lo asocia con actuaciones destacadas en los deportes (en eso nos parecimos) pero sí participando de las charlas de fútbol y básquet de su querido –y de esto no hay dudas– Regatas.

Para agilizar el juego, Manolo ingresó a la cancha y comenzó a alcanzarle la pelota al golero del edificio dramatúrgico interfiriendo en el objetivo del equipo local. Ante esto, Anastasio le advirtió: “Mo me la alcances más”. Pero a los ribereños no nos detienen las desventajas físicas y Manolo desoyó al portero y la fue a buscar cada vez que fue necesario.

El bar Massimi ya saboreaba el resultado, si no fuera por el entrometido que agilizaba el juego. Por lo tanto, cansado de advertencias y amenazas, el uno de Teatro llevó a cabo lo que venía prometiendo.

Manolo corrió al balón, lo tomó y volvió hacía el campo de juego hasta llegar a un metro del golero y desde allí le arrojó la pelota despacio y a la altura de las rodillas del receptor para que la tomara con las manos, prodigiosas hasta ese momento. Pero Anastasio tenía otros planes. Ni bien se acercó el balón, lo recibió con una tremenda patada, tomando la pelota de lleno con todo el empeine de su pie derecho lo que produjo que el esférico saliera despedido con la fuerza suficiente para recorrer el mundo y volver a Barrio Garetto en cinco segundos y fracción. La cercanía del destino, la cara de Manolo, lo exceptuó de precisión en la pegada.

Nada pudo hacer la víctima, las manos aún sentían las asperezas de la superficie del balón y la nariz ya experimentaba el sabor de la cera de su oído. Ninguna de sus manos superó la altura de las tetillas, por lo tanto, fue la cara entera la que recibió semejante impacto en esa tarde gris y de tremendo frío.

Mientras la mayoría de los presentes asistían al fanático de Regatas que no lograba recuperar la conciencia, el réferi elevó la tarjeta roja señalándole la salida a Anastasio, que pedía explicaciones de por qué debía irse. 

La cara de Monolo se inflamó y su piel reseca por la helada se estiraba poniendo en evidencia la costura de la pelota marcada en el rostro, sin que se perdiera detalle de cada uno de los hilos que sujetaban al gajo continuo. 

Teatro perdió a su Messi, y Regatas lo aprovechó. Unos minutos después de la expulsión, el Werther Medina puso el uno a cero con un certero testazo que Anastasio hubiese atajado, sin lugar a dudas, pero que su reemplazante fue incapaz de detener. La fiesta fue de la Ribera y llegaron los gritos y los abrazos.

Finalizado el pleito futbolístico, con una sonrisa de oreja a oreja, yo y otro simpatizante le pedimos al querido Tribi que nos alcanzara hasta el club en su camioneta. Al subir a la caja de atrás vimos que reposaba Manolo, de cara al cielo, apreciando la avifauna que le circundaba sobre el rostro sin poder responder ninguna de las preguntas de la pirámide invertida que pregona los manuales de periodismo: Qué, quién, dónde, cuándo y cómo.

Pero unos pocos minutos más tarde comenzó a reaccionar. Primero preguntó cómo habíamos salido, como para confirmar sus sospechas, y después afirmó con una voz entrecortada que partía de una boca diminuta en relación con su rostro hinchado y marcado: “Ganamos gracias a mí”.

Y era verdad, Regatas había clasificado gracias a Manolo. Después de escucharlo, y a pesar de todo, sentí envidia. También me hubiese gustado decir que la Ribe ganó gracias a mí. ¿Por qué negarlo?

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Un comentario

  1. Manuel Arámburu

    03/06/2023 en 15:34

    Gracias Jerónimo por el recuerdo
    Todavía me acuerdo

    Responder

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