La historia tiende a señalar al desembarco del 2 de abril de tropas argentinas en las Islas Malvinas, como el principio del fin de la última dictadura militar. Pero la caída del régimen se había preanunciado dos días antes, con la multitudinaria manifestación convocada por la CGT y reprimida violentamente por la Policía Federal en el centro de la Ciudad de Buenos Aires.

 


Las crónicas de la época dan cuenta de al menos un muerto y dos mil detenidos, pero el saldo de aquella jornada de lucha en demanda del levantamiento del estado de sitio, fue la sensación de que el movimiento obrero estaba vivo y luchaba por el fin de la dictadura.

Aquel histórico día demostró también el apoyo popular de la población en general a los manifestantes, con episodios tales como que algunas señoras arrojaron macetas desde los balcones a las fuerzas de la represión.

El miedo había sido vencido y se iniciaba una contraofensiva popular, fundada en el repudio a la represión y en el estruendoso fracaso de una política que había sextuplicado la deuda externa, desindustrializado el país, reducido el salario real, aumentado la desocupación y extranjerizado la economía.

Cuando se conoció la noticia del desembarco en Malvinas, una multitud llenó la Plaza de Mayo en la que Leopoldo Fortunato Galtieri se dio el lujo de hablar desde el histórico balcón.

Pero muchos otros argentinos sospecharon que esos militares que habían beneficiado a los capitales extranjeros en desmedro de la burguesía nacional y que habían deprimido la producción nacional con importaciones provenientes de países centrales, difícilmente hubieran actuado con un sentimiento anticolonial al desembarcar en Puerto Argentino.

Al observar el decidido apoyo de los Estados Unidos a su histórica aliada, Gran Bretaña, Galtieri -que se consideraba "un niño mimado" de los norteamericanos- se manifestó sorprendido. Los militares argentinos creyeron que el gigante del norte apoyaría la recuperación de las islas en retribución a los servicios prestados en todo el subcontinente en la represión de la guerrilla. El canciller de la dictadura, Nicanor Costa Méndez, lo expresó claramente: "Estados Unidos nos traicionó", dijo.

En realidad, los norteamericanos no hicieron más que apoyar a su histórico aliado. No puede ser traidor aquel que nunca fue realmente un amigo. Sólo habían usado a los militares argentinos como gurkas en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional, que sostenía algo así como que en América latina se libraba la tercera guerra mundial, esta vez en contra del marxismo. Pero cuando la dictadura enfrentó intereses de otro país central, los norteamericanos eligieron a sus viejos aliados que vinieron a recuperar el pedazo de tierra que ocupan ilegítimamente.

Es obvio que la cúpula militar no decidió el desembarco en los dos días que van del 30 de marzo al 2 de abril, de 1982. La manifestación de la central obrera tampoco fue decidida en pocos días, sino que fue el producto de una reorganización del movimiento popular y de la consolidación de un extendido consenso de hartazgo hacia la dictadura. Pero el elevado rechazo expresado el 30 de marzo, fue percibido antes por los dictadores que decidieron desembarcar en Puerto Argentino, montados en un legítimo sentimiento que los argentinos cultivan desde la escuela primaria.

El objetivo era obtener legitimidad y sustento frente al descontento, pero para ello embarcaron al país en una guerra absurda y demostraron que sólo habían sido valientes frente a jóvenes apasionados pero inexpertos, embarazadas y familias enteras desarmadas. Algunos célebres represores se rindieron sin disparar un tiro.

Mal entrenadas, mal armadas, mal vestidas y mal conducidas, las tropas argentinas tuvieron 649 bajas, el triple que los británicos. Margaret Thatcher fue reelecta en 1983 y los militares argentinos volvieron a sus cuarteles el mismo año.

Al conocerse la rendición, la dictadura volvió a reprimir a su pueblo en Plaza de Mayo y alrededores, donde anida realmente el sentimiento aniimperialista. El intento de utilizar el orgullo nacional como lo habían hecho en 1978 con el campeonato mundial de fútbol, se convirtió en la tumba de la dictadura. Pero la condena popular se había consolidado mucho antes.

*Periodista del diario Tiempo Argentino y la agencia Télam.

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