Una construcción política que exacerba la negación es siempre endeble.
Una construcción política que exacerba la negación es siempre endeble.

Justificaciones y pretextos de la derrota, ponderaciones sobre la victoria y otras yerbas. Lecturas y lecciones de los comicios pasados: ausencias de liderazgos y política del disvalor.  

¿Vale aún la pena, luego de la contundente victoria oficialista preguntarse en qué instancia del ciclo kirchnerista-cristinista nos encontramos? ¿Cenit o comienzo del ocaso? Sí, lo vale.

Una de las plumas estrellas del diario mitrista, el profesor Mariano Grondona, se hacía estas mismas preguntas. El lector colegirá cuáles habrán sido sus respuestas. Pero lo que nos interesa aquí es plantearnos, más bien, cuáles fueron las razones de la victoria y qué nuevos interrogantes se abren.

Bonanza económica, capacidad de encubrir actos de corrupción como los casos Schoklender y Zaffaroni, políticas de alta aceptación popular… hasta la misma muerte de Néstor son algunos de los factores que la oposición esgrime para encubrir su propia falencia y excusarse de su paupérrimo desenvolvimiento electoral.

Distintos modos de justificarse cuando no teorizaciones precarias nos explican cómo una “mayoría desunida” es derrotada por una “minoría unida”. Los ropajes son de los más diversos. En ocasiones, nos deleitan con construcciones teóricas sobre aquello que es una esperanza mesiánica: el surgimiento de una figura que aglutine los anhelos de la oposición de vencer al kirchnerismo. Resuena el reclamo por alfonsines, yrigoyenes o mitres. Acallados gritos de aquellos que reclaman un líder, alguien que sepa alinear la tropa. Otras voces, nos aleccionan desde la teoría política más pura; fue la escurridiza diosa Fortuna la que se les escapó de las manos a la oposición; no por falta de virtud republicana, por supuesto, –¿quién más republicanos que ellos?– , sino tal vez, por falta de virtud principesca.

Estos han sido algunos de los pretextos de una oposición que no supo asumir la derrota. Pero, ¿será quizás posible otra lectura de lo acontecido? ¿Será que es plausible concebir la derrota opositora como el reconocimiento de la ciudadanía, por lo menos del 50 por ciento de ella, de un modelo de país que camina? ¿De una Argentina que no la para nadie?

¿Se trata de 100 metros llanos o de un simple juego de postas? Las respuestas quedarán pendientes. Y si es un juego de postas, ¿a quién Cristina se las cederá? Es ésta una pregunta ineludible.

Cristina interpretó de modo muy personal, y efectivo por cierto, la máxima peronista “Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar" e hizo de ella su caballito de batalla, su slogan de campaña. Sus adversarios no dieron la talla, y el asco y las náuseas les ganaron hasta el vómito. No advirtieron lo endeble de una construcción política que exacerba la negación rozando los márgenes del nihilismo. Negación de la propia  identidad y de sus potencialidades, incluso de la realidad misma. Crítica que no edifica, sino que derrumba. Suma de demandas particulares insatisfechas que no logran condensarse en una demanda popular capaz de articulación. A falta de propuestas, derrotas por doquier. ¿Llegó la hora de entender que los ladrillos también se hacen con bosta? 

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