Ilustración: Facundo Vitiello
Ilustración: Facundo Vitiello

De pronto, un día, como en una narración de Stephen King, los celulares empiezan a chorrear sangre, trozos de carne humana desgarrada, sudor y barro. Y las computadoras se niegan a trabajar y gimen, y gritan enloquecidas. Y son alaridos espantosos los que profieren los aparatos, gritos de dolor, gritos de torturados y explotados. Puede decirse que la descripción es una burda parodia de la literatura de ciencia ficción, pero si cambiamos de género, acaso resulte igualmente inquietante.

Por ejemplo, la narración de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas, que fue publicada por entregas en 1899, y en forma de libro en 1902. El tono es realista y narra una experiencia vivida en el corazón del río Congo. Desde entonces, cada vez que se piensa en los saqueos y los genocidios perpetrados por los europeos en África, más precisamente en el Congo, se nos aparece, como una pesadilla, lo que describió Conrad.

La expresión “¡El horror, el horror!”, surge de su libro y se erige en emblema de todos los horrores del colonialismo, que fueron muchos. El Congo fue explotado y arrasado sin piedad por colonos a las órdenes del rey Leopoldo II de Bélgica, quien consideraba es país un coto de su propiedad. Detrás de la pulcritud y el orden de la civilizada Bélgica está la sangre, el barro y la tortura del Congo. El guión de Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola es una adaptación del libro de Conrad.

Por aquellos años, lo que atraía a los europeos era el marfil. Y hoy, detrás de las maravillas tecnológicas que arroban y alienan a millones de personas, también están la sangre, el barro, los abusos y la explotación. Lo que atrae ahora a los europeos es el coltán, un mineral óxido que toma su nombre de la contracción de otros dos minerales que lo integran: la columbita y la tantalita. El coltán tiene propiedades que lo convierten en un elemento muy codiciado para el desarrollo de nuevas tecnologías. Y aquí nos reencontramos, otra vez, con la historia de África, y de América, y de todos los continentes arrasados por el colonialismo y el imperialismo. El hecho de tener recursos naturales valiosos convierte a esas regiones en el centro de la ambición desmedida de las potencias imperiales y coloniales. Sucede con los minerales, con el petróleo, con el agua. Se inventan conflictos, se fabrican guerras, se perpetran invasiones como meras excusas, con el único objetivo de hacerse de los recursos naturales.

El coltán está presente en telefonía móvil, computadoras, videojuegos y todo tipo de aplicaciones electrónicas. También se lo utiliza en los condensadores, la industria aeroespacial, bélica, y atómica, y en medicina, para implantes. Es una solución sólida y cristalina, de color azul, que se forma por la fusión de óxido de niobio, hierro y manganeso, por un lado; y óxido de tantalio, hierro y manganeso por otro. Esta combinación mucha conectividad, resistencia a las temperaturas y la corrosión y una singular capacidad de almacenar temporalmente cargas eléctricas y liberarlas cuando es necesario.Mujeres, niños y hombres excavan la tierra con las manos desnudas o con herramientas inadecuadas, en un régimen de semi-esclavitud, durante jornadas extenuantes y con salarios de menos de un dólar por día. Todo ese horror para que tengamos teléfonos y computadoras cada vez más rápidas y bonitas.

Las condiciones de explotación y esclavitud en las que se producen computadoras y telefonía móvil habilita, además, una serie de reflexiones sobre nuestras propias herramientas de trabajo. ¿Es posible hoy, acaso, escribir una nota, y publicarla, sin que en alguna parte de ese proceso intervenga algún elemento, pieza, chip o procesador elaborado en condiciones inhumanas? No.

Según se informa en el diario electrónico mexicano Proceso el coltán “es escaso y todavía no existen suficientes estudios mineralógicos y geoquímicos que permitan conocer su certera ubicación en la tierra”. Australia, Canadá y Tailandia, según se señala en la nota, comparten un 5% de la producción, y Brasil ostenta aproximadamente el 10%. Colombia y Venezuela han anunciado el descubrimiento de algunas reservas en la región amazónica y, antes de morir, Hugo Chávez incluso habló de un potencial de 100 mil millones de dólares del llamado oro azul.

Pero para desgracia de África, la mayor parte de las reservas conocidas se ubica en la República Democrática del Congo, que detenta el 80% de la producción mundial. “Esta riqueza que, correctamente explotada, podría sacar rápidamente de su proverbial pobreza a los congoleños y a sus vecinos de Uganda y Ruanda, se ha convertido por el contrario en una pesadilla de guerra, explotación laboral y daño ambiental”, señala la nota que lleva como título “Coltán, electrónica, explotación y sangre”

En el marco de la denominada “fiebre del coltán”, en la región minera de los Kivus hombres, mujeres y niños padecen un régimen de semi-esclavitud y excavaban con sus propias manos, o con herramientas precarias, hasta a 300 metros bajo tierra, en jornadas extenuantes, sin medidas de seguridad y con salarios que no alcanzaban un dólar al día.

“Nadie, ni aquí ni en el extranjero, tiene voluntad real para acabar con esto. Todos sabemos lo que pasa, pero la guerra, el saqueo y la miseria siguen”, se quejan activistas locales de derechos humanos que sistemáticamente se niegan a dar su nombre, porque en la región de los Kivus denunciar y ser identificado equivale a una sentencia de muerte.

Según se informa en el diario electrónico mexicano Proceso, en 2002 la ONU documentó la conexión directa entre la segunda guerra del Congo, que entre 1998 y 2003 costó la vida de 5 millones de personas, y la intrincada red de intereses creados para saquear la zona, y repartió por igual la responsabilidad entre unas autoridades congoleñas corruptas y ávidas de dólares, los gobiernos de Ruanda y Uganda que exportaban el material sin aranceles ni permisos, y 114 empresas multinacionales –alemanas, belgas, británicas, chinas, estadunidenses, francesas, entre otras– que resultaban las beneficiarias últimas de esta cadena de expoliación ilegal. El diario español El mundo publicó el 19 de diciembre de 2013 la nota de Alberto Rojas “Viaje al infierno del coltán”, en la que se describen, desde el lugar de los hechos, una larga serie de abusos y aberraciones en las minas de este mineral.

En Venezuela

En Venezuela hace años que se viene alertando el peligro. En la nota de Carlo Magliore “Coltán, petróleo, agua y SOS Venezuela”, se denuncia también que la bendición de la naturaleza suele devenir maldición en el capitalismo. “Tenemos el coltán, un extraño mineral, fruto de la oxidación de varios elementos, que se usa en la industria de alta tecnología. Oxido por el que se mata a miles o millones de seres con tal de obtenerlo, elemento que sin el cual no hay telefonía celular, ni telecomunicaciones, ni industria aeroespacial. El estado Amazonas es la reserva más grande del mundo después de la de la República Del Congo. Allá saben bien el precio en vidas que se paga por tener ese oxido”, dijo Magliore.

Los denominados “minerales de sangre” ya formaron parte de varios informes de la ONU, y cada vez tienen más presencia en las redes sociales, donde activistas principalmente de Europa y Estados Unidos recuerdan a los usuarios que sus celulares, computadoras, tabletas y demás implementos electrónicos son literalmente producto del sudor y la sangre.

Según se informa en el diario electrónico mexicano Proceso, tras ser sometidas a la presión social, “tanto las autoridades congoleñas como algunos actores internacionales han intentado en últimas fechas mejorar de algún modo la situación, aunque con escasos y discutibles resultados, según asentó el último informe de la ONU. Entre mediados de 2010 y 2011, por ejemplo, el gobierno congoleño puso algunas limitaciones a la actividad. Sin embargo, el resultado fue que muchos mineros perdieron su única fuente de ingresos y muchos comercios legales pasaron al mercado negro.

O sea que tanto la ciencia ficción de Stephen King, como el realismo de Joseph Conrad, o los crudos informes de los activistas resultan igualmente ominosos. Acaso los bellos y cada vez más serviciales celulares, tabletas, computadoras o consolas un día empiecen a chorrear sangre, barro, sudor y jirones de carne humana. Y emitan una sola y misma expresión, repetida hasta el infinito, como un ritornello de pesadilla: el horror, el horror.
(Publicada en el eslabón n°140)

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