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En tiempo presente: en América no faltan nuevas fronteras para viejas naciones; de hecho sobran bastantes líneas divisorias “nacionales” que deberían trastrocarse en provinciales.

Para arribar a esa conclusión es preciso valorar el ser dinámico en que se ha configurado el mestizo americano. Los que habitamos esta región lo somos, mucho más allá de los niveles de sangre india o europea que corra por nuestras venas.

Aquél argentino citadino que desrazona en términos de “indio de mierda” barrena una fase de su ascendencia; se autodesprecia. Aquél argentino enjundioso que idealiza a un indio puro, lejano y sabio, se sacude el presente, niega; también se autodesprecia.

En tren de objetar poemas y canciones muy difundidas y harto citadas, hace algunas semanas editorializamos rechazando aquello de “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Disparate, por grande que resulte su autor y enorme que fuere su intérprete. Hoy vale cuestionar aquello de “cinco siglos igual”.

Si bien esa narración jamás fue acertada, reiterarla en la actualidad, con el Unasur en marcha, es caer en la más imponente de las falacias. Bebiendo esta infusión nativa, el mate, y mirando serena y retrospectivamente, puede decirse que América vivió en los últimos 500 años el tramo más intenso, atractivo, creativo, violento y apasionante de la historia mundial.

La mezcla de europeos e indios que hoy son nuestros pueblos, con todos los magníficos añadidos de las más variadas corrientes migratorias, ha gestado maravillas que en lugar de llevarnos a llorar amargamente las batallas entre invasores e invadidos deberían orientarnos a saludar y evaluar adecuadamente el resultado.

Reivindicar pueblos indios ideales es un modo sencillo de devaluar a los pibes y pibas de acá a la vuelta. Estos son América hoy, son la Argentina presente y viva. Pretender ser “indio” es la contracara de sentirse “europeo”. Todo es bueno cuando la intención de fondo es evitar la nacionalidad realmente existente.

Pero además ello implica una noción de vida, digamos platónica, bastante aristocrática en el sentido estéril de la expresión. La mundanidad de la conjunción borroneada, la multiplicidad de matices, la virulencia de un idioma candente, la expansión de la gesta callejera irregular, son menoscabados en aras de una sociedad “perfecta”.

La sociedad “perfecta” bien puede anclarse en perfiles sublimados del Viejo Continente o en los reinados complejos establecidos antes de la llegada de Cristóbal Colón. Puras macanas. Esas dos zonas humanas estallaron y dieron lo mejor de sí, en los cinco siglos vigentes, al unirse. Como en toda articulación, hubo fuego y crimen, pasiones desbordantes y amores plenos.

Hoy la Argentina lanza una nave al espacio. Brasil habla con voz potente y retumba a nivel planetario. Bolivia elabora nuevos desafíos de integración social. Venezuela se planta y decide crecer desde sí misma. Ecuador se zambulle en ríos inexplorados de la web. Nicaragua deja atrás la tierra arrasada y se urbaniza rápidamente. El Salvador intenta arrimarse y dejar de asesinarse. Cuba sigue adelante. Eso es el mestizaje.

No hay progreso en el continente que no haya estado amparado, asentado, en las dos grandes vertientes humanas que confluyeron aquí. Cuando la Argentina pretendió ser Francia o Gran Bretaña en América del Sur apenas logró elaborar una estúpida parodia de la Gran Europa. Y al pretender arcaizar la región a través de un indianismo sin tempo, el adjetivo merece volcarse sobre quienes creen ser antagonistas.

Las premisas que buscan sociedad puras, retomando viejas tradiciones no mixturadas con las creaciones presentes derivan en pensamientos y vertientes cerradas que no por europeas y democráticas, que no por indianistas y transformadoras, dejan de ser autoritarias, verticales y racialmente excluyentes.

El pensamiento en acción gestado por estas playas nos ha permitido trazar nuestros rumbos, con todas las dificultades y vaivenes detectables, y nos ha brindado ciertas pistas acerca de los factores a considerar a la hora de seguir acrecentándolo. Por caso, ya sabemos o deberíamos saber que cuando un concepto “queda bien” hay que desconfiar.

Por estas horas, en días como hoy, clavarse puñales por lo ocurrido con civilizaciones anteriores, lanzar grandiosos calificativos sobre los pueblos originarios y hacerlos depositarios de excelentes valores humanos que “lamentablemente se han perdido”, queda bien. Queda muy bien. Es un modo elegante ¿afrancesado? de golpear el entorno, de desmerecerlo.

Sin embargo, la que hoy dice presente en el mundo es esta Nuestra América. Llena de che, de culeao, de changos y botijas, de cumbias, de tangos, de rocks, de ¡putos!, de obreros, de tercerismo, de pibitas con notebooks, de pueblerinos, de sofisticados, de artistas, de ¡berracos!, de ¡Ta!, de literatos, de cineastas, de futbolistas, de rubias y morenas, de ingenieros, de científicos y de miles de cosas más.

Si tuviéramos mejores ojos para ver la Patria, entenderíamos el caldo de cultivo que ello implica.

Es que no somos europeos, ni somos indios. Somos americanos. Para más datos, del Sur.

* Director La Señal Medios / Área Periodistica Radio Gráfica FM 89.3.

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