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Hace 200 años, el 28 de marzo de 1815, Carlos Antonio José Ángel de la Guarda Alvear y Balbastro, más conocido como Carlos María de Alvear, impartía un decreto muy propio del terrorismo de Estado. Imponía la pena de muerte a quien “atacara al sistema de libertad e independencia” y a “los que divulguen especies alarmantes de las cuales acaezca alteración del orden público, a los que promuevan la deserción de soldados”. También se “reputa como cómplices a quienes, teniendo conocimiento de una conspiración contra la autoridad, no la denuncien”.

Aislado con sus cómplices (lease: facción), Alvear gobernó con apoyo de su logia y algunos oficiales del ejército. Así, implantó una red de espionaje y arrestó sin juicio a opositores, además de imponer una fuerte censura a la prensa.

Como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hubiera sido el primer caso de caer castigado por su propio decreto, si seguía en su cargo. Con el tiempo y derrotas que lo hicieron huir a Brasil, el tan patriota llegó a expresar a su graciosa majestad británica: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderosos” (Levene).

A los diez días de difundir el decreto, un domingo de Pascua, mandó a fusilar a un capitán acusado de conspirar. Entonces, comienza a ser cuestionado hasta por las propias familias patricias de Buenos Aires.

Alvear, quien mitristamente pasó a la historia como un brillante militar que llegó de España como San Martín, su rival años después, no pasó el grado de alférez en las tropas hispánicas. Pero fue Director Supremo desde el 15 de enero de 1815, al 15 de abril del mismo año.

Esa política represiva de Alvear apuntaba a un enemigo que lo hacía temblar: en las provincias crecía la beligerante marea artiguista. El 24 de marzo de ese 1815, Santa Fe se había declarado independiente del Directorio e integró la liga artiguista de los Pueblos Libres. La fuerza del federalismo comenzaba a expresarse en provincias que estaban cansadas del centralista y autoritario gobierno porteño.

Ante las protestas y movimientos federales, Alvear llegó a ofrecer a Artigas la independencia de la Banda Oriental, con la condición de que dejara de levantar a los gauchos y originarios litoraleños, que seguían su proyecto libertario y democrático.

Ante el rechazo de Don José a esa propuesta, Alvear envió a su ministro
Manuel José García para entregar al embajador británico en Brasil, Lord Strangford, una documentación a través de la cual ofrecía al ministro inglés de Relaciones Exteriores el dominio del Río de la Plata. Esa patética carta nunca llegó porque Belgrano y Rivadavia lo impidieron.

Desobediencia de la tropa

Comenzaba abril, hace doscientos años, y Alvear despachaba un enorme ejército de cinco mil hombres para disciplinar a Santa Fe. La dimensión de esa fuerza es comparable a la tropa del ejército sanmartiniano, de 5.400 soldados.

Al frente marchaba el ministro de guerra, Francisco Javier de Viana, quien designó al coronel Ignacio Álvarez Thomas a tomar San Nicolás de los Arroyos y Rosario. Pero, en una posta de Fontezuelas, hoy Pergamino, la tropa y oficiales se levantó contra Alvear.

Artigas estaba en Santa Fe, en Cuyo se preparaba San Martín, también Rondeau se amotinaba en el norte. La metrópoli porteña explotaba y se pedía que Alvear dejara el Directorio, así lo hizo días después. Fue reemplazado por Rondeau quien al estar en misión en el Alto Perú, mandó como delegado a Álvarez Thomas.
Explotó el desbande de autoridades del gobierno y la logia. En ese convulsionado retroceder las autoridades porteñas intentaron frenar alguna posible venganza artiguista con el envío de un reloj de oro, la refutación de los cargos infames contra el charrúa y la quema en la plaza central de un bando que ofrecía recompensa por la cabeza del federal.

Además, le “obsequian” muy engrillados un par de oficiales que habían desertado de las tropas federales. Pero, como dejó documentado el cura Dámaso Larrañaga: “Siento ver con esos grillos –díjoles Artigas– a hombres que han peleado y pasado trabajos por la causa. El Gobierno de Buenos Ayres me manda a Uds. para que yo los fusile, pero yo no veo los motivos. Uds. me han hecho la guerra, pero yo sé que Uds. no son los que tienen la culpa, sino los que la han declarado y me llaman traidor en los bandos y en las gacetas, porque defiendo los derechos de los orientales y de las otras Provincias que me han pedido protección. Si Uds. me han hecho la guerra, lo mismo hacen mis jefes y oficiales, obedeciendo lo que yo les mando, como habrán obedecido Uds. lo que sus superiores les mandaron y si hay otras causas, no nada tengo que ver con eso, ni soy verdugo del Gobierno de Buenos Ayres” (Artigas y la Revolución”, Hugo Barbagelata).

“Nómade y sanguinario”

Esa conducta y ética solidaria y tolerancia de Don José, contrasta con aquel comportamiento terrorista de Alvear y como ese Vicente Fidel López, quien escribió: “Los caudillos provinciales que surgieron como la espuma que fermentaba de la inmundicia artiguista, eran jefes de bandoleros que segregaban los territorios donde imperaban a la manera de tribus para mandar y dominar a su antojo, sin formas, sin articulaciones intermedias, sin dar cuenta a nadie de sus actos, y constituirse en dueños de vidas y haciendas”.
“Artigas fue un malvado, un caudillo nómade y sanguinario, señor de horca y cuchillo, de vidas y haciendas, aborrecido por los orientales que un día llegaron hasta resignarse con la dominación portuguesa antes que vivir bajo la ley del aduar de aquel bárbaro”, remarcaba López en su odio.

El proyecto artiguista molestaba también por esa concepción ética e igualitaria que resalta en el libro La filosofía popular y regeneradora del magnánimo José Artigas, Leonardo Rodríguez Maglio.

El autor de esa obra profunda y reveladora, licenciado en filosofía y vecino de Piriápolis, señala: “Artigas quería una firme Liga de amistad, en igualdad de dignidad, privilegios y derechos entre todas las provincias; que era decir –para él–, entre todos los países del Río de la Plata y de América del Sur. Daba prioridad, por encima de la unión, al concepto de que «los pueblos deben ser libres» (4 de abril de 1813)”.

Fuente: El Eslabón

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