Foto: FB.
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(Resúmen del capítulo anterior: la reunión convocada por el señor Abramovi, autor de esta columna, para discutir acerca de la crisis de chistes por la que atraviesa la misma termina en un extraño ritual de marihuana, alcohol, pizza y la discografía de Frank Zappa. La música ayuda a calmar el espíritu de todos, a excepción del Desubicado, que confiesa el aburrimiento que le genera el genial artista ítalonorteamericano. Entonces salta Filoso Fofó y lo acusa de haber votado a Del Sel. El Desubicado se defiende subiendo la apuesta: confiesa que suele mirar Tito y Pelusa y que además le gusta. El señor Abramovi se preocupa, pero el hambre es más fuerte. El Desubicado se va de la oficina dispuesto a no escuchar más a Frank Zappa y votar a quien se le cante.)

En el plano siguiente El Desubicado llega a su guarida. Apenas prende la tele lo ve. Ahí, ese que está dominando la pantalla del tele es un amigo suyo. Un gran amigo, ahí. Surfeando orondo el mar de muecas del verborrágico Aníbal Fernández, en cuyo labio superior luce fielmente adherido, el Bigote de Mauricio, acaparando el firmamento catódico del prime time. Si bien El Desubicado no puede entender muy bien de qué habla Aníbal rodeado en su salsa de micrófonos, sí alcanza a ver cómo el Bigote le hace señas para que espere a que termine la conferencia de prensa.

El Desubicado se queda mirando fijamente la pantalla donde habla Aníbal Fernández, que con la gracia del Zorro se va deshaciendo de movileros que se quieren pasar de listos pero no les da la pera. “¿Necesitará un Bernardo?”, se pregunta El Desubicado pensando en el fiel mayordomo mudo del Zorro que también la iba de sordo para que los malos hablaran en su presencia creyendo que no los escuchaba y así, se convertía en una suerte de pinchadura humana de comunicaciones que Don Diego luego traducía a la perfección mediante el lenguaje de señas.

Al parecer la entrevista rompe los ratings porque hace media hora que Aníbal está hablando por todos los canales. Hasta que por fin termina y el Bigote de Mauricio logra salir del televisor. Se lo ve cansado.

—Pufff… Ahora entiendo al Bigote de Aníbal ¡cómo te hace laburar este tipo! Habla mucho, come mucho, estoy en constante movimiento… ¿Cómo le va?, tanto tiempo –saluda al Desubicado el Bigote de Mauricio mientras se seca la transpiración e intenta limpiarse las miguitas de una medialuna y una mancha de un cortado en jarrita.
—Hola Bigotín, qué bueno verte –se alegra El Desubicado de ver al Bigote de Mauricio mientras lo acaricia como a un hámster –. Así que seguís haciendo changas en el labio superior de Aníbal Fernández. Se ve que andás con mucho trabajo.
—Sí, Aníbal es muy exigente. Está casi todo el día despierto y en actividad. Y es el namber uan allí donde esté: en el gabinete, en la Federación, en el club, en la orquesta de cámara y hasta en el dúo de badmington que tiene con la suegra.
—¿Cuál es el badmington?, ¿El que juegan en una casita de vidrio? –se confunde El Desubicado.
—No. Ese es el squash –corrige el Bigote de Mauricio.
—Ah, el badmington es el del penachito.
—Claro, el que juegan con la plumita. Y no sabes cómo juega Aníbal, por eso tiene tantos reflejos este hombre. Es genial. –el Bigote de Mauricio suspira para cambiar el aire. Se recupera y aclara: —Pero es muy cansador este laburo. Además, yo sigo extrañand…
—Pará Bigotulio –lo corta El Desubicado –, no empecés con que extrañás al pelotudo de Mauricio. Ya me contó el doctor Güis Kelly que te tuvo 13 días sin afeitarte y que cuando te habías ilusionado con volver a pender de su labio superior te rasuró de un saque y te dejó agonizante en el lavabo. (NdelaR: chiste reciclado de algún otro capítulo.)
—Es cierto –admite el Bigote –. Mauricio no me ha tratado bien últimamente. Pero a veces extraño sus maneras, su hablar… Su música, sí, también.
—¿Su música? ¿Te olvidaste de la vez que te usó para disfrazarse de Freddie Mercury y al final te tragó y te tuvo que cagar? –se indigna El Desubicado. Y sigue: —No sé cómo será este Aníbal, pero por lo menos parece divertido de verdad. Salvo que extrañes al otro vago porque te daba menos laburo.
—Es cierto –concede el Bigote –Mauricio es más relajado y zen
—Es un vago de mierda –inserta El Desubicado.
—No se suena los mocos, no come hamburguesas, ni hablemos de choris. Come tostadas, pero sin manteca, no toma helado y sólo bebe champagne. Ni siquiera me ensuciaba cuando íbamos al programa de Mirtha.
—Pero… ni que fuera Binner –se ataja El Desubicado.
—Ojo con Hermes –corrige el Bigote –. Hermes tiene onda, lo que pasa es que es muy poco fotogénico. Y Mauricio ni siquiera es amargo, Mauricio no tiene gusto. Yo no sé por qué me afeitó. Yo por lo menos le aportaba algo… tenía bigote por lo menos.
—Eso es cierto.
—Ahora ni se le nota que es narigón. ¿No lo viste bailar, pobrecito? Pero sí, es verdad, debo admitir que me quedaba cómodo ser su bigote, vivía relajado en el glamour. Me gustaba salir en la revista Caras.
—Y sí… ¿A quién no le gusta salir en la revista Caras? –pregunta y se pregunta El Desubicado mientras sirve dos grapitas. —¿Y qué te trajo de vuelta por Dakar? ¿Viniste a votar? –curiosea.
–Sí, además por acá tengo amigos que andan bien, los vine a visitar –cuenta el Bigote. —Soy muy amigo del pulóver de Miguelito del Sel.
—Ah, no digas, ¿El rosadito ese que le cuelga de los hombros?
—Jaja, sí… es medio anticuado. Parece mentira que quede gente que use pulóveres anudados sobre los hombros, jajaja. Pero este pulóver es un pingazo. Y además las modas vuelven, ¿no?
—A mí me gusta Del Sel –confiesa El Desubicado –, me hace acordar a Francella.
—Francella… cómo me hubiera gustado ser su bigote… Ir a la cancha.
—Pero con Mauricio ibas a la cancha
—Eso no era la cancha, era un play room adentro de un estadio. A Mauricio no le gusta el fútbol, se la pasaba jugando a los flippers, bah… a un solo flipper, siempre el mismo. Después posaba una vez por tiempo para salir en la tele. Ni siquiera comía sanguchitos.
—¿Y Del Sel no se copará con un bigote? –se le ocurre al Desubicado.
—¡Pero por favor! –se horroriza el Bigote de Mauricio –. Ese muñequito con un bigote parecería un criminal de guerra.
—A mí me cae bien.
—Pero sin bigote, claro, Miguelito es macanudo.
—Yo lo voté –confiesa El Desubicado.
—¡¡¡¿Votaste a Del Sel?!!!–se horroriza otra vez el Bigote de Mauricio.
—¿Vos tampoco me entendés? Pensé que eras más open mind –se decepciona El Desubicado.
–Bueno, sí, claro, obvio, podría entenderte… pasa que, bueno, ¿Del Sel? ¿En serio lo votaste?
—Quería ver qué se sentía. Tampoco era tan difícil, era sólo poner una crucecita al lado de la fotito. Y además… ¿A quién iba a votar?
—Bueno, sí –concede el Bigote de Mauricio. Y confiesa: –Yo lo voté a Buzzi. En realidad es porque soy muy amigo de su bigote ¡otro pingazo el Bigote de Eduardo! Y lo que tiene que aguantar.
—¿Buzzi cuál era? –pregunta El Desubicado.
—El precandidato ruralista del fren…
—Ah… ese parecido a Rolo Puente. Me gustaron sus spots en el que no decía nada y al final se reía con el río de fondo. El bigote salió bien, aunque para mi gusto no le alcanzó para disimularle la cara.
—Es que a veces no se puede –se defiende el Bigote de Mauricio –. Es un mito eso de que los bigotes tapamos las caras de boludo, no siempre se puede… no, no.
—Y sí… es difícil. Además lo hacían sonreír mientras le acercaban la cámara.
—Es cierto, pobre hombre –se apiada el Bigote –. Quisieron domar su rústica y campestre estampa con una steadycam… Jajaja, las cosas que les hacen hacer los publicistas a los candidatos.
—Jajaja, a Del Sel le hacían contar chistes de negros y putas –se ríe El Desubicado.
—Bueno, pero eso no fue tomado como un chiste –intenta corregir el Bigote.
—A mí me hacía cagar de risa. No veo cuál es el problema, ¡qué tanto critican a alguien que te hace reír! ¿Por qué no se lo puede votar? Además no va a ser el primer artista gobernador, y su compañero Boasso también fue actor, así que… ¿Usted conoce otro mucho mejor?

Fuente: El Eslabón.

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