Fotomontaje: Franco Trovato Fuoco.
Fotomontaje: Franco Trovato Fuoco.

(Resumen del año que vivimos en peligro: finalmente, ganó Mauricio. ¿Y ahora?) En algunas latitudes la noche llega en plena tarde. Cuestión de costumbres, el sol pega a su manera en cada lugar de la Tierra que, sí o sí, no deja de girar a su alrededor y sobre sí misma. Y en torno a esa certeza única todo lo demás es incierto. Lo que no quita que haya cosas predecibles, como los artificios discursivos del neoliberalismo a la hora de aplicar las mismas recetas que, cada tanto, horadan distintos ojetes en esa renovada historia de dominación iniciada cuando uno de los primeros homínidos decidió que quería ser el único amado por las hembras de su horda y no paró hasta lograrlo, aunque fuera a través de la mentira y el terror. Así de complejo puede llegar a ser el amor.

En la oficina de producción de esta columna hoy no se trabaja. El señor Abramovi, su autor, ha decidido darles unos días de vacaciones a sus personajes, sabiendo que esta vez será el mercado el que tenga la próxima palabra. Intimamente, desea que esa próxima palabra no sea la última, pero sabe que no son días para desear; al menos con expectativas. De hecho, su último deseo, la bizarra muerte de Jorge Lanata por sobredosis de sí mismo, no tuvo más consecuencia que una lamentable e injusta derrota de Independiente en el último clásico. «No, no, no, no. No hay que desearle la muerte a nadie, así no se construye nada bueno», fue la estúpida lección que debió aprender con el 2 a 0 en contra consumado.

«Habrá que aprender un par de cosas más», murmura mientras prende la compu, convencido de que la obviedad es una gran maestra aunque sus enseñanzas no sean suficientes.

A varias cuadras de la oficina, en el parque de motorhomes en donde vive, Filoso Fofó, payaso y analista político de este circo, intenta analizar la derrota que no pudo evitar. Más que la derrota propia, en cierto modo inevitable, lo que intentó impedir Fofó fue el triunfo de Mauricio. El plan, una ingeniería política montada sobre un doble y noble propósito, parecía óptimo: ayudar a Mauricio a cumplir su sueño de formar una banda tributo a Queen y lograr así que desistiera de ser presidente, algo que el propio candidato de Tío Sam había confesado que no quería afrontar ya que no le interesa la vida de los demás y sólo le importa cantar.

Hubo un momento en el que parecía que el plan funcionaría: es que Mauricio la rompió cantando a lo Fredi Mercury en la zapada que organizó en la oficina de producción de esta columna y todos los personajes estaban dispuestos a ayudarlo a triunfar en el firmamento pop con la esperanza de que, de paso, abandonara la política. así, el arte podría salvar a la patria.

Sin embargo, una vez consumada la victoria de Durán Barba en los comicios del mundo real, Mauricio traicionó a sus amigos y decidió asumir la presidencia, convencido de que así podrá –Menem lo hizo– cumplir con todos sus sueños gozando de las ventajas que pueda prodigarle el sillón de Rivadavia.

«¿En qué fallamos?», se pregunta Fofó en la soledad de su casilla, como si la suma de las voluntades individuales expresadas en una urna pudiera arrojar una respuesta colectiva a los dilemas que plantea ese curioso ejercicio de mercado en el que se ha convertido la democracia en la posmodernidad.

Lejos de allí, en el altillo de un conventillo donde hasta hace un tiempo funcionara su consultorio de cotidianología protoparalelepípeda, el doctor Güis Kelly estruja la última botella de licor de chocolate Cusenier que tenía guardada con la loable intención de jamás tener que volver a usar. Sin efusividad, no deja sin embargo de reír por dentro al recordar aquel momento en el que dijo que jamás volvería a tomar esa porquería.

«Nunca digas nunca», murmura interiormente mientras intenta degustar esa pasta etílica cuyo precio podría dispararse al punto de ser necesaria la creación de nuevos billetes de altas denominaciones. «No está tan mal», eructa en comparación con las medidas macroeconómicas que Melconián ya debe estar paladeando como venganza contra todo hombre de bien que quiera pisar suelo argentino.

A unas pocas cuadras, en ese lugar donde las mentes preclaras suponen que no hay nadie, una discreta alegría se apodera esperanzada de la guarida de El Desubicado. Una alegría concreta, tangible, pero con poco correlato hormonal y sin fundamento ontológico, a la altura de ese tímido placer animal que podría despertar un blooper por la tele o youtube.

Está claro –el lector de esta saga debe haberlo sospechado desde un principio– que El Desubicado votó a Mauricio. Si alguien le hubiese preguntado por qué –para lo cual alguien debería haberle prestado un mínimo de consideración– él podría haberlo incluso justificado.

Sabida es la tendencia de el Desubicado a jugarse por sus amigos. Y también es sabido el cariño que el héroe y hazmerreír de esta columna ha profesado, desde que lo conociera, por el Bigote de Mauricio, aquel simpático y escueto mostachín que el candidato empresario hijo y favorito de Mirta Legrand extirpara de su labio superior a instancias del maléfico consultor ecuatoriano.

Convencido de que la presidencia de la nación permitiría a Mauricio volver a ostentar su bigote, El Desubicado optó por votarlo, aún sin certezas sobre tal cometido. Así, a la hora de analizar el sentido del sufragio, evaluó: «Ya que no hay mucha diferencia entre Mauricio y el sapo Dani, más vale trato de ayudar a un amigo». El resto era sencillo: meter un papelito en un sobre y luego depositar éste en una urna. Con la idea de que algo cambie.

«Ya no daba para más la situación del Bigote de Mauricio», se autoconvence El Desubicado tratando de ratificar que su voto –y su consiguiente reflejo electoral– tuvo una digna razón de ser. Y recuerda el derrotero de su piloso amigo, obligado en los últimos tiempos a hacer horas extras en el labio superior del polifacético e hiperkinético Aníbal, cuya agenda sobrecargada de actividades como jefe de gabinete, estudiante universitario y dirigente deportivo lo tuvo a maltraer, teniendo que soportar además toneladas de chimichurri producto de los kilos de choripán que pasaban por las fauces de su populista y eventual jefe manchando irremediablemente la existencia del bigotín.

Es entonces cuando, en la soledad de ese festejo que no puede compartir con el resto de los personajes y el autor, decididamente enrolados en el lado progre de la vida, El Desubicado decide llamar al Bigote de Mauricio para ver si encuentra en él a alguien con quien de alguna manera festejar este golpe de timón.

–¿Cómo dice que le va al bigote más copado de Dakar? –encara canchero la conversación El Desubicado.

–Hola mostro –responde el Bigote de Mauricio –. Acá estamos, de vacaciones.

–Ah sí… yo también. Parece que al autor de esta columna le pegaron mal las elecciones y nos dio licencia a todos…

–Je, ese muchacho Abramovi, siempre tan sensible…

–Sí… y bueno… yo aprovecho… estoy medio al pedo, pero bueno, se supone que las vacaciones son buenas…

–Son buenas cuando tenés trabajo…

–Y… si no, no serían vacaciones, Bigo…

–A mí también me vendrían bien unas vacaciones. Trabajar en el labio superior de Aníbal me mató… Y para colmo no para, sigue, sigue…

–¿Seguís haciendo reemplazos al Bigote de Aníbal?

–No, ya terminé. Ahora no sé qué voy a hacer…

–¿Cómo no sabés? Ahora que ganó Mauricio supongo que vas a volver con él…

–¿Te parece?

–Y… si nombró al rabino Birdman como ministro es porque tiene trabajo para todos…

–Bueno, pero el rabino ese puede trabajar de cualquier cosa. Yo no. Soy un bigote, no puedo ser, de pronto, ministro de ecología…

–Pero bueno, Bigote, ahora que va a ser presidente, Mauricio va a volver a usar bigote…

–¿Vos creés?

–Y… creo que va a hacer cualquier cosa que lo haga sentirse más Fredi Mercury, ¿cómo no se va a dejar el bigote?

–Dios te oiga… me encantaría volver a su labio superior, todo bien con Aníbal, pero tanto chimi me dejó todo endurecido…

–Creo que sí, vas a volver, acordate… Y si no, ¿para qué lo voté?

–¿Votaste a Mauricio por mí?

–¿Y por qué otra cosa lo iba a votar? Para algo tiene que servir tantas elecciones, ¿no?

Por un momento, el autor de esta columna y sus personajes coinciden por fin en algo con El Desubicado: para algo tiene que servir tantas elecciones…

Fuente: El Eslabón.

Más notas relacionadas
  • Hasta luego

    Entonces, luego de unos días de licencia, los tres personajes principales vuelven a la ofi
  • Y llegó el futuro

    (Resumen del capítulo anterior: mientras en el mundo real cerca de 25 millones de ciudadan
  • Decidan ustedes

    En una dimensión paralela a ese mundo real donde aparecen como monigotes destinados a toma
Más por Andrés Abramowski
  • El testigo

    El calor parecía aumentar en el local, lleno de ansiosos, humo y voces. Le dije que por es
  • Remontar el barrilete en esta tempestad

    Yo no sé, no. La tarde se ponía fresca y Pií entraba en calor dándole al serrucho. Tenía p
  • ¿De qué se cansó “la gente”?

    En medio de una hecatombe social, Malena Galmarini lanzó una piedra en aguas peronistas de
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Fuga en la Bolsa

El gobernador Pullaro pidió bajar retenciones al agro; recursos nacionales para infraestru