ecorail
Foto: charhadas.com.

(Falso resumen del capítulo anterior: El Desubicado asiste al desfile electoral de Dakar en el que se corona ganador el Miguel de Dos Cabezas, un Godzilla litoraleño que se impuso en los comicios aun cuando —paradojas de la electoralidad— también perdió. Termina el desfile y El Desubicado emprende el regreso a su guarida. Camina unos pasos, se detiene y mientras termina de masticar un riquísimo y patriótico choripán suelta involuntariamente un globo amarillo medio cachuzo que apenas levanta vuelo unos metros para terminar cayendo en picada hasta injertarse fofo en la boca de un tacho de basura.)

Camino a su hogar, El Desubicado se encuentra en una esquina con su viejo amigo Ariel Rotweiler, secretario general de la PPP: la agrupación de Perros Potencialmente Peligrosos. Ostentando coquetos lentes para el sol, y prolijamente vestido de traje, corbata y bozal, el can parece no reconocerlo. —Ey Arielito, ¿cómo andás tanto tiempo? —le pregunta El Desubicado. Pero el perro finge no escucharlo y se concentra en la pantalla de su celular.

El Desubicado insiste; le chista le silba pero el perro ni bola. Se le acerca y le palmea gentilmente su robusta cabeza. —Ey, Arielito, ¿no te acordás de mí? Nos conocimos hace cuatro o cinco años…

—¿Guau? ¿Perdón? —Ariel se hace el perro boludo.
—Ey, pichicho, soy yo, El Desubicado, héroe y hazmerreír de esta columna. Y vos sos Ariel Rotweiler —le acaricia la mandíbula.
—¿Está seguro, señor? Arfff —responde el can como extraviado.
—Pero sí, perro. Pero estás cambiado —El Desubicado escanea al can —. Pensar que te conocí en un piquete resistiendo la colocación de un chip para controlar a los caballos carreros y a los perros grandotes.
—Guau… discúlpeme buen hombre, no sé de qué habla. ¿No sabe si por acá pasa algún subtrenmetrocleta? Llego tarde a la casa de unos amigos galgos que hacen running —sorprende el rotweiler, a quien la palabra chip parece alterar.
—¿Subtemetroqué? —pregunta El Desubicado.
—Subtrenmetrocleta, el último hit de los charts del transporte público, ¿cómo se mueven acá en Dakar?
—Nos gusta caminar, es mucho más rápido que en cualquier otro medio de transporte. Igual, no te entiendo Ariel, ¿qué fue de aquel brioso can que defendía a sus pares y no sólo a los de su misma especie? ¿Qué pasó? ¿Al final te pusieron un chip? —insiste El Desubicado, duro de roer hasta para un rotweiler. Al escuchar nuevamente la palabra chip el perro se queda como congelado con la lengua afuera y la mirada perdida.
—Urffff… no sé de qué me habla —responde el perro, e intenta refugiarse en su celular. El Desubicado responde con una caricia en el lomo y murmura: —No puedo creer que no me reconozcas Arielito, nunca me pasó algo así en esta columna. Capaz que te pusieron un chip…
—¡¡¡Grrrr!!! —se molesta el perro —. ¡¡¡Basta con lo del chip!!! —muestra los dientes.
—No te pongas así, sólo te estaba acariciando —se defiende El Desubicado. Pero el rotweiler lo sigue ignorando hasta que decide alejarse de la esquina.

“Estoy seguro de que es Ariel, lo que no entiendo es por qué no me reconoce”, se queda pensando El Desubicado, convencido de que a su amigo le colocaron un chip. O algo así. Sigue caminando por las calles de Dakar, El Desubicado, hasta que llega hasta una cabina de peaje. Obediente de las normas (sonará curioso, pero en Dakar hay determinadas zonas donde se les cobra peaje a los peatones), extrae un billete de 10 pe de su billetera y se arrima a la ventanilla entreabierta.

—No se gaste, se fueron todos —lo sorprende una voz etérea. El Desubicado gira en 360 grados intentando ver quién le habla. Pero no ve a nadie. —No se gaste —insiste la vocecita —no va a poder verme. Parece que nadie me quiere ver… buuuuu —se lamenta la voz.
—Yo sí quiero verlo, pero usted debería mostrarse —responde El Desubicado.
—¿Le parece? Apenas aparecí por esta cabina de peaje para preguntar dónde había alguna parada de subtrenmetrocleta el personal se hizo humo. Se rajaron todos. ¿No ve? Ni siquiera levantaron las barreras… buuu.
—¿Usted también viaja en subtreneso? —se asombra El Desubicado.
—Es muy divertido para un fantasma, pero parece que acá en Dakar todavía no tienen de esos chiches.
—Si es divertido para un fantasma seguro pronto habrá un subtrenomesalesapalabra. Pero primero me gustaría verlo a usted.
—Bu, ¿está seguro de que no se va a asustar? —pregunta y advierte amable la voz.
—Faltaba más, ¿dónde está?
—Es que… —la voz parece dudar —soy… un fantasma. Buuuuuuuuuu.
—¿Y cuál es el problema?
—Es que… nací para asustar —confiesa la voz. Y pregunta: —¿Seguro que me quiere ver?

El Desubicado no puede más de curiosidad. —Pero dale, aparecé —eleva la voz ya un tanto descortés.
—Está bien: acá estoy. BUUUUUUUUUU —responde tenebrosa la voz.
—¿Dónde? —El Desubicado da otro giro de 360 grados, pero sigue sin poder ver a quien le habla.
—¡¡¡Acá, buuuuuuuuu!!!!
—¡¡¡¿¿¿Dónde???!!! —se marea El Desubicado.
—¡¡Acá!! ¡¡Acá arriba, boludo!!! —sorprende la voz.

El Desubicado mira hacia el techo de la cabina de peaje y lo ve: es como una sabanita de amarillo desvencijado que parece levitar. —Ah, pero sos un fantasmita… —le espeta con aires de descubrimiento.

—No cualquier fantasma —se agranda la sabanita —. Soy el Fantasma del Pro, buuuuuu. Hasta hace unos días todos hablaban de mí, ahora pareciera que todos tratan de esquivarme…

El Desubicado le pide que baje. La sabanita amarilla mira para todos lados con dudoso temor. “Bajá, no hay nadie”, le insiste. El Fantasma del PRO se deja caer lentamente y El Desubicado lo toma con suavidad y lo ayuda a acomodarse en tierra firme.

—Gracias amigo —agradece el fantasma —. Esto parece una pesadilla…
—¿Qué hacés por acá, Fantasmita?
—Lo de siempre… asustar un poco al electorado, agitar algunas memorias. Pero bueno, ya me quiero volver, aún tengo un par de laburos este año.
—Me imagino —se imagina El Desubicado —. En un año electoral seguro que tenés un montón de laburo como Fantasma del Pro.
—Y sí… pero no me puedo ir de acá. Y no sé por qué…
—Pero eso es normal para un fantasma, ¿no? Digo, ustedes por ahí se cuelgan y vagan en pena sin saber qué los retiene hasta que les ayuden a descubrir qué es y así poder liberarse.
—¿Vos creés en esas huevadas? —responde entre signos de pregunta la sabanita.
—Eso dicen —se defiende como puede El Desubicado.
—No sé… es muy raro, hay algo que no me deja ir de Dakar. Qué lugar extraño… Llegó un momento en que no sabía a quién tenía que asustar. A veces cuando llegaba con mis globos y equipos técnicos muchos me pedían autógrafos. Pensé que iba a ser más fácil asustar a los dakarensos. Y al final ni sé quién ganó las elecciones.
—El Miguel de Dos Cabezas —afirma con aires sabihondos El Desubicado.
—¿Ganó Miguel? Bu, o sea que no asusté a nadie…
—Claro, sí, bueno, ojo. Ganó y perdió —explica sin explicar El Desubicado.
—¿¿¿Cómo???
—Es un Miguel de Dos Cabezas, el último hit en el chart electoral. Puede ganar y perder al mismo tiempo y su vicegobernador siempre será radical. ¿Ahora me entendés? —intenta esmerarse El Desubicado.
—Buuff… es raro Dakar… Al final me voy a terminar asustando yo —. El Fantasma del PRO respira hondo y se concentra: —A ver si entiendo: el Miguel de Dos Cabezas sería… como un subtrenmotocleta electoral…
—Algo así —se alegra El Desubicado.
—Lo parió, con razón no se asustan tanto de mí, ya tienen lo suyo ustedes. Creo que no tengo lugar acá… Buuuuu —se lamenta el fantasma.
—No te pongas así —se lamenta El Desubicado. Y le propone al fantasma: —Tengo unos amigos que me gustaría presentarle. Tal vez te puedan ayudar. ¿Venís?
—Y bueh, buuuuu. (Continuará)

Publicado en el semanario El Eslabón.

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