Yo no sé, no. “La tía Conce, cada vez que ganaba Ñul y me veía llegar, me cantaba: «Arena, cemento, a la lepra un monumento», todo para hacerme enchinchar”, me dice Pedro en una de las primeras kermeses que se hizo en la capillita Santa Isabel de Hungría (el motivo era juntar plata para los ladrillos, la arena y el cemento de las primeras aulas para la escuelita que se venía). A algún padre de la cooperadora, quizá de profesión albañil, se le ocurrió hacer la piñata con parte de una bolsa de cemento. Lo que resultó casi imposible para los pibes que, ya espiando y todo, le daban palazos y palazos a ese tesoro que, colgando en lo alto, parecía imbatible. “La verdad que, con esa jugada de media vuelta, Kempes ya merece un monumento”, dijo alguien en la Sirena, un bar a una cuadra del Superior de Comercio. El Matador, de media vuelta, la había clavado en un ángulo en un partido contra Paraguay. “Qué cara de cemento hay que tener”, dijo alguien en la popular, cuando vio por enésima vez al Pampa Orte errar un gol Qué cara de cemento para decir que nos traía a un goleador. Y bueno, el Pampa tardó seis meses en hacer un gol, pero después no paró. Tanto que terminó jugando en el Loma Negra, el club nacido –para mí– de un capricho que se mandó la Fortabat, que a esa altura ya la había juntado a palas con los negociados con tantas dictaduras, y de tanta obra pública que eran monumentos a la corrupción. Los primeros cánticos a un monumento se los hicimos a Sarmiento. Cada vez que pasábamos por la plaza, era casi un rito cantar, casi bajito: “Si ves un monumento de mierda y de cemento, no preguntés quién es, seguro es de Sarmiento”. Y nos salía del alma, porque a parte de la caca que tuvo políticamente en el marote, siempre estuvo cagado por las palomas. Durante años, para medir la actividad económica, uno de los índices que se tocaban o se medían era la producción y la venta de acero y de cemento. Para algunos era producto del campo que derramaba. Y a lo mejor, en algún momento fue así. Si la noticia de que escasea cemento en Rosario es real, quizás no es sólo por falta de provisión, es porque hay una reactivación por abajo donde los vecinos hacen pequeñas reformas con algún pesito que tienen a mano. La cara de cemento que tienen los que pronostican todo negativo diariamente por la pantalla, es porque o no la ven, o sólo lo dicen de puro retrógrados. Y bueno, capaz que queden petrificados cuando la historia se escriba incorporando otros monumentos, con otros movimientos, ocupando nuevos espacios, como el de Juana Azurduy y de otras tantas Juanas que esperan su merecido reconocimiento.
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