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(Resumen del capítulo anterior: el plan es así: Filoso Fofó, payaso y analista político de este circo lo invitó a Mauricio a departir una noche de drogas, canciones y hamburguesas con los personajes de esta columna: el doctor Luis Güis Kelly, experto en cotidianología protoparalelepípeda; El Desubicado, héroe y hazmerreír; el señor Abramovi, nada menos que el autor.

La idea del staff, básicamente, consiste en hacer el bien por partida doble: por un lado, ayudar a Mauricio a cumplir su sueño de formar su banda tributo a Queen; por el otro, ayudarlo a evitar que sea presidente. Convencidos de que el bien es lo mejor que se puede hacer, al menos en la ficción, esperan la llegada del candidato que quiere ser Freddy Mercury.

Por otra parte, en el capítulo anterior surgió la idea de hacer un casting de políticos que se están por quedar sin laburo después de las elecciones. La idea es aprovechar las dotes que tienen como figuras públicas –están, de alguna manera, entrenados para ser populares– y así generar dúos de música pop de esos que tan en boga están hoy por hoy. Herr Mess & Lole podría ser uno de ellos.)

Sábado a la mañana, mientras el eslabón asoma y ya sus rayos iluminan, en la oficina de producción de esta columna se desayuna como hace tiempo no sucedía. Un desayuno de trabajo y de placer, compartido con espíritu colectivo. Se ve que el señor Abramovi se levantó contento, se entusiasman en silencio los personajes mientras devoran grasientas medialunas previo sopar en las tazas de humeante café con leche. Café instantáneo del más barato, pero bueh, está bien… Y las tazas tampoco son gran cosa, pero bueh…

Todos los saben: hay onda porque hay un plan común, un único destino para la única proa: hay onda porque viene Mauricio.

En eso, un murmullo comienza a ganar el pasillo del piso 37 del edificio en el cual se encuentra la oficina de producción de esta columna. Fugazmente suenan dos timbrazos. El Desubicado se levanta como pedo de buzo: “¿Quién es?”, corre a preguntar mientras apunta su ojo derecho a la mirilla de la puerta.

–Hola, soy…

–Pasá, Mauricio, te estábamos esperando –lo recibe al tiempo que le abre la puerta.

Mauricio se manda como rayo adentro de la oficina y cierra él mismo de un portazo. Se apoya contra la puerta, de espaldas, con la desesperación –su tímido rostro así lo demuestra– de quien intenta refugiarse de un hato de zombies en ciernes.

Sonríe con su mejor cara de boludo, respira hondo y pregunta, en general: –¿Se puede cerrar con llave?

–Claro –se ofrece Güis Kelly, pero al mismo tiempo hace el ademán de no tener la llave a mano.

–¿Dónde está la llave, señor Abramovi? –pregunta El Desubicado.

–No sé –grita el autor de esta columna desde el baño, porque justo fue a mear.

–Bueno, pero entonces no hagamos ruido. No tienen que enterarse de que estoy acá –advierte temeroso Mauricio.

–¿Qué pasa Mauri? –pregunta Fofó.

–Vos sos Fafín, ¿no? –repregunta Mauricio –. Te reconocí por la voz. Yo hablé con vos. Vos me invitaste, recuerdo tu voz.

–Ah, mirá vos, vos recordás mi voz pero mi nombre no. Fofó soy. Fi lo so Fo fó –silabea enojado el payaso mientras va alzando la voz.

–No, no, no, no –suplica Mauri –. No hagamos ruido Fofín. Shhhhh.

Todos hacen silencio. De fondo se escucha la cadena del baño que acaba de tirar el señor Abramovi. El Desubicado no aguanta más el silencio. Pregunta susurrando: –¿Qué pasa Mauricio?

Mauricio abre sigilosamente la puerta de la oficina, asoma un ojo al pasillo e instantáneamente vuelve a cerrar la puerta. “Ahora no están”, dice. Se lo ve como aturdido.

–¿Quiénes? –le preguntan todos susurrando.

–Mis equipos. Me siguen todo el tiempo. No pueden estar sin mí. No me dejan tranquilo. No existen sin mí –responde algo mortificado Mauricio.

–¿Qué equipos? –pregunta el señor Abramovi sumándose a la charla –. Encantado –le extiende la mano –: soy el Polaco.

–¿Cómo el Polaco? ¿El que canta cumbia? –pregunta El Desubicado.

–Vos no sos El Polaco –refuta Mauricio.

–Bueno, está bien. Déjenlo ahí, se me escapó. Acá para ustedes soy el señor Abramovi –concede el autor mientras le da la mano cordialmente a Mauricio. Y pregunta: –¿Algún problema que están todos hablando bajito?

–Están mis equipos –intenta explicar Mauricio –pero recién salí al pasillo y no estaban.

Abramovi lo mira contrariado. Fofó intenta interceder para ver si alguien entiende algo: –Tus equipos, Mauri, ¿te referís a Melonián, Larreca, la otra chica que va a Buenos Aires, la mujer de la silla, Miguelito? ¿A ellos? –le pregunta.

–Sí, bueno, claro. Mis… mis equipos… mis… amigos, mis muñecos… –se traba Mauricio. Y trata de seguir: –Es mi gente, mis… no los aguanto más, me aburren… Son muy aburridos.

–No existen tus equipos –ataca gentil Güis Kelly –. Qué tal, yo soy Luis Güis Kelly –se acuerda de saludar. Y sigue: –No existen tus equipos, es tu imaginación.

–¿Cómo que no existen? –ataja Mauri –. Horacio acaba de ganar el gobierno de mi ciudad, con Miguel hicimos un muy buen papel…

–No es tu ciudad, Mauri –increpa Fofó sin perder la amabilidad para con el invitado.

–¿Cómo que no es mi ciudad? ¿Y de quién es? –se defiende Mauricio.

–Tu ciudad tampoco existe –redobla Güis Kelly –, está todo en tu imaginación. Lo único que vale es el aquí y ahora. Respirá hondo, Mauricio, y date cuenta de que Larrea no existe.

Mauricio cierra los ojos e inspira. Se llena de aire y su rostro comienza a esbozar una sonrisa progresivamente ¿naif? (alguien que no lo quisiera la podría calificar de pelotuda). Güis Kelly le draculea el cerebro: –¿Ves? ¿Existen o no?

–La verdad… no sé qué decir… –duda Mauricio.

El doctor remata, agarrando con firme gentileza la solapa del saco de Mauricio: –A ver: fijate. Abrí los ojos, mirá, mirá bien. ¿Están acá?

Algo intimidado, Mauricio ausculta la oficina y responde: –Nnnooo… señor.

–Doctor, doctor soy, decime doctor –lo corrige Güis Kelly. Y sigue: –¿Los ves acá? ¿Los ves ahora? No los ves. Lo único que vale es el aquí y ahora, y no los ves ni aquí ni ahora, ergo, o sea: no-e-xisten.

Güis Kelly le suelta la solapa amablemente a Mauricio, que parece repetirse en voz baja a sí mismo “no-e-xisten”, “no-e-xisten”. El Desubicado le pregunta al recién llegado si quiere desayunar.

–Esteeee… primero me gustaría prender un porrito –replica Mauricio.

–¿A las 9.35 de la mañana? –se asombra El Desubicado.

–Yo hubiera venido antes pero se demoró el subtrenmetrocleta. Además, cómo están los embotellamientos en Dakar… Ustedes acá viven todo el tiempo de rally, ¿no? Jiji.

–Acá en Dakar se vive de cada cosa… –Abramovi prende, le da una seca, retiene el aire y extiende el churrete a Mauri mientras suelta el aire. Y sigue: –Es más, en cualquier momento a alguien se le va a ocurrir traer el subtrenmetrocleta a Dakar.

–Que no lo traigan –advierte Mauricio. Pita y hace una pausa. Entonces sigue: – Que no traigan… ffssshhhhh… el subtrenmetrocleta, es un invento, es la nada, es una porquería. Me hacen poner la cara por cada cosa, no aguanto más…

–Bueno Mauri –lo palmea Fofó mientras le saca el cigarrín de entre los dedos y se lo lleva a sus labios –. En realidad te esperábamos para después de almorzar, pero bueno…

–Perdón Fifí, pasa que no aguantaba más –se disculpa Mauricio –. Imaginate, cuando me dijiste de venir a ver si armábamos la banda, ¿qué me iba a quedar haciendo? Mirá si se me aparecía Don Miembro…

–Yo te quería preguntar sobre Don Miembro, Mauri –interrumpe El Desubicado –: ¿Es realmente tan malo como parece? Porque no debe haber nadie tan antipático como él.

–Y… –reflexiona Mauricio – creo que Don Miembro no se quiere ni a él mismo, y si a eso le sumamos cuántas personas lo quieren a él el resultado termina siendo cero porque ni siquiera él mismo se quiere. Pero bueno, una medialunita les voy a aceptar –se abalanza sobre la mesa –y para el mediodía unos amigos van a traer algo de sushi. Mmm, qué rico –saborea –lo pueden pagar con tarjeta de crédito en hasta tres cuotas.

–Ah, querés que lo paguemos nosotros… –se asombra Abramovi.

–Claro, sí, muchas gracias por la invitación –sopa la medialuna en el café con leche, Mauricio. Y saborea: –Mmmm… y qué buen café italiano.

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