(¿Resumen del capítulo anterior? El señor Abramovi va a colapsar. A esta altura del año siempre le suele pasar algo que se llamaría así como todo junto al mismo tiempo no doy más y me sigo haciendo empernar por todo aquello que pase por aquí y la concha del mono. Estrés, también lo suelen llamar algunos, pero no: el estrés es una consecuencia; el problema –ergo, la causa– es ese destino que uno se va forjando cuando no sabe –o no puede, o no quiere, o no le sale– decir que no. ¿No? Es lo que le debería haber dicho a los personajes de esta columna cuando lo convencieron de que invitara a Mauricio a una jornada de panchos, tripas y lounge a ver si armaban una banda tributo a Kiss. No, perdón, de Queen; porque parece que Mauricio quiere ser Fredy Mercury.
Pero ni siquiera alcanzó a sacar la guitarra del ropero, el señor Abramovi, que ya no aguanta más a Mauricio. Y no sólo eso; tampoco se banca al resto de sus personajes que están embobados con este pelotudo que le hizo gastar 679 mangos por un sushi de mierda aunque parece que tiene gran talento para el metegol.)
Abramovi lava los platos que quedaron sucios del desayuno para servirles el sushi a los cuatro tarambanas que ya se sentaron a la mesa y charlotean acerca de múltiples pelotudeces cual colegiales de bermudas y medias tres cuartos. Ellos son (trompetas a lo mirta legrand): Filoso Fofó, payaso y analista político de este circo; el doctor Luis Güis Kelly, experto en cotidianología protoparalelepípeda; El Desubicado, héroe y hazmerreír de esta columna; Mauricio, hijo, eventual candidato presidencial, jefe de gobierno, empresario y aspirante a cantar en una banda que haga temas de Queen.
–¡¡¡Vamos, señor Ardamonteeeee!!! Queremos morfarrrrrrr –exclama Mauricio, ya totalmente integrado al grupo; acto seguido le da una profunda sequoia al pirulete que, conteniendo la respiración, le acaba de habilitar un achinado Fofó.
El señor Abramovi, autor de esta columna, respira hondo. Desde hace un tiempo intenta no envenenarse y hacer las cosas con amor, buena energía y, sobre todo, con humor que es lo que le da de morfar. En silencio, cierra la canilla, toma el repasador y se seca las manos. Se acerca a la mesa en silencio, más precisamente hasta donde está Mauricio pitando con fruición, y le arrebata el cigarrete tan lentamente como sólo René Lavand podría hacerlo. Le clava la vista al invitado, fijamente a sus ojos de tortuga. Lo domina con su mirada y da una profunda pitada. –¿Podés callarte un poquito? –le susurra tirándole el humo en la cara.
–Pero… cof, cof… señor Argimontes… ¿por qué me agrede? Cof, cof –retruca Mauricio a la defensiva. Abramovi vuelve a pitar sin dejar de mirarlo amenazante a los ojos.
–A –suelta humo –, bra –suelta humo –, mo –suelta humo –, vi –termina de tirarle el humo –. Abramovi es mi nombre. ¿Podrías decirlo bien, por favor?
–¿Cuándo lo dije mal? A ver, cuándo lo dije mal –Mauricio busca complicidades entre sus nuevos amigos –. A él (señala a Fofó) le dijo siempre un nombre distinto, lo sé. Pero a usted no, señor… a usted no. Y si no, muestremé qué pruebas tiene.
–¿Cómo me llamo? –amenaza Abramovi.
–Eeehh… –duda existencialmente Mauricio.
–Si no me decís cómo me llamo te hago desaparecer inmediatamente de esta columna –amenaza más cruelmente Abramovi.
–¿Ah, sí? Desaparecer… como TN… Qué bonito… –retruca Mauricio secamente. Un breve silencio se apodera del ambiente. Breve porque El Desubicado no soporta demasiado los silencios. –La verdad que se fue al carajo, jefe –acota –. ¿Cómo le va a decir eso a Mauri?
–La verdad que sí, jefe, se fue medio al joraca, ¿hay porrón? –corta Güis Kelly.
Fofó mira sin decirle nada al autor de esta columna. Extiende su brazo derecho y le arrebata el porro. El señor Abramovi vuelve a respirar hondo, piensa en un jardín pletórico de fuentes donde podrá vivir por siempre escuchando los discos de System of a Down en continuado y le dice a los personajes: –Muchachos, tengo que salir, un rato nomás, vuelvo a la tarde. No se fumen tanto porque si no después no vamos a poder tocar. Sobre todo vos –señala a Mauricio, pero ahora amablemente –, perejil.
Su calma está a punto de hervir. Manda todo su odio a los intestinos para lograr cerrar la puerta con indulgente suavidad al dejar la oficina. Casi no escucha el parloteo cada vez más lejano de los personajes. Se come las uñas de cuatro dedos a través de los 37 pisos que debe bajar el ascensor que lo llevará hasta la calle. Abramovi llega al palier y sale caminando rápido con el culo fruncido y las patas juntas, sin correr, como cuando uno tiene que llegar rápidamente a un baño. Con ese absurdo apuro sale del edificio donde está la oficina de producción de esta columna.
En la calle respira como si no lo hubiera hecho durante largo tiempo sumergido en un tanque australiano de mierda. Por suerte hay sol, ideal para caminarse unas cuadritas con la mente en blanco. Intuye hacia dónde tiene que ir, pero no lo sabe. Hasta que vaya a saber por qué razón aparecen –cual nubes– en escena carteles indicadores con la siguiente leyenda: “Better Call Raul – Alterególogo”.
Abramovi alcanza a retener la dirección que aparece en una de esas nubecitas antes de que se esfume y se dirige al consultorio de Raul el alterególogo, llamativa y afortunadamente ubicado a pocas cuadras.
–Pase, lo estaba esperando –lo recibe sorpresivamente Raul abriéndole la puerta.
–Pero… ¿cómo… sabía que iba a venir? –balbucea Abramovi.
–Es lógico, siendo el alterególogo de esta columna, ¿acaso quién otro que no sea usted podría venir? –replica Raul fumando una humeante pipa de tabaco.
Abramovi se queda pensando. La puta madre, masculla, este también es un personaje mío.
–Sé lo que está pensando, señor Abramovi, y debo confirmarle que es cierto: soy un personaje suyo. Pero ojo, no se crea que es una panacea ser su alterególogo.
–No, por favor… Raul, faltaba más, no lo tome a mal –Abramovi se disculpa como si así pudiese lograr que esta suerte de pesadilla sea realmente un sueño.
Pero no lo es. Raul el alterególogo efectivamente existe y, como todo personaje de su columna, es su creación.
–Y bueno Raul, a alguien se lo tengo que decir: me tienen podrido. Fofó, Güis Kelly, El Desubicado y este pelotudo de Mauricio –confiesa el autor.
Raul no se amilana. No por nada es un personaje del señor Abramovi. –Sin embargo –sorprende –a mi entender Mauricio le va a servir. Primero que nada, es un ganador, y eso es lo que está necesitando esta columna –sorprende Raul.
–¿En serio le parece Raul? –se anonada Abramovi.
–Mire, sin ofender, entiéndame que esto se lo digo para levantarle la autoestima: El Desubicado, Filoso Fofó y Güis Kelly son tres losers. Eso puede estar bueno para que se rían de ellos, pero llega un momento en que los perdedores también se cansan. Y esta columna no puede funcionar sin la energía de los personajes. Por eso vino Mauricio, les demostró que se puede y ellos se copan, ¿cómo no van a hacerlo?
Abramovi sigue anonadado.
–Y bueno, Abramovi –sigue Raul –. Usted es un gran perdedor, le gusta llegar desde atrás, se ufana de resistir pero en el fondo es porque no se anima a ganar. Por eso no es casual que fuera a buscar a un verdadero ganador para ver si le reflota la columna.
Abramovi sigue anonadado.
–La buena noticia –sigue Raul –es que la idea de ir a buscar a Mauricio para que revitalice la columna fue suya, ¿se olvidó?
–Lo que pasa es que Fofó se enterneció con él… –se ataja Abramovi.
–Fofó se enterneció porque usted lo habilitó, Abramovi. Usted es el autor –sentencia Raul –. Pero bueno, entiéndalo si quiere, usted lo trajo a Mauricio.
–Lo detesto –confiesa Abramovi –. Me arrepiento.
–Porque lo trata como a un par. Si usted lo trata a Mauricio como a un par él lo va a caminar. Mauricio no tiene pares, es único, es solista. Por eso es una gran apuesta suya traerlo Abramovi, sólo aprenda a llevarlo. Por hoy dejamos acá.
El autor de esta columna sale del consultorio de Raul el alterególogo un poco más tranquilo. ¿Y si resulta que Mauricio realmente canta como Freddie Mercury?
Fuente: El Eslabón