Foto: Franco Trovato Fuoco.
Foto: Franco Trovato Fuoco.

La protagonista de El porvenir, obra que propone reflexionar sobre el futuro de las identidades y singularidades de cada uno, dialogó con el eslabón.

La identidad de Julieta Ledesma puede pensarse como una maraña, un nudo: 26 años concentrados en cientos, miles de hilos, que cada día que pasan se enredan más y que juntos intentan explicar quién, cómo o por qué Julieta Ledesma es. La primera palabra que ella elige para explicarse es tan sencilla como compleja. “Soy una persona”, dice con elegancia. A lo largo de la entrevista, dejará entrever cuántas otras cosas hacen a esa identidad que construyó. Julieta cuenta que le gusta responder preguntas; que no es habladora, pero que disfruta decir. Dice que le gusta la ropa colorinche y que se viste de manera auténtica, que le fascinan los tacos y la comodidad de las zapatillas, que escucha música electrónica y la baila con los ojos cerrados. Que antes de ser Julieta fue Brigitte, y que antes de Brigitte fue Luis, el varón que parieron y eligió no ser, como también eligió no ser mujer o travesti. Ella es Julieta, aclara siempre. Es también patinadora, actriz y la protagonista de la performance El Porvenir, dirigida por Sebastián Villar Rojas, que se estrena este miércoles en el marco del ciclo Teatro por la Identidad. La artista aceptó la propuesta: aprovechar ese contexto para reflexionar acerca de la construcción de una misma, especialmente cuando pudo hacerse y deshacerse tantas veces.

El Porvenir es una coreografía montada sobre el poema La flecha de la nostalgia, escrito por Sebastián Villar Rojas para una instalación audiovisual de Nicolás Bacal. El poema y los cortos audiovisuales se expusieron en la 9ª Bienal del Mercosur (Brasil, 2013), con una característica particular. La lectura del texto estuvo a cargo de Eloí Cruz, la mujer que grabó en 1982 la hora oficial de Brasil (nuestro 113). La lectura dura unos cincuenta minutos y se grabó de la misma manera que se dice en el país vecino, es decir, anteponiendo a la hora la frase “observatorio nacional”. La performance que se podrá ver el miércoles a las 19.30, en el Centro de Expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río) tiene a Julieta Ledesma como protagonista y única actriz en escena, bailando sobre sus patines una coreografía pensada para el poema por su propio autor.

Villar Rojas explicó que piensa en el porvenir narrado desde la femeneidad y singularidad de Julieta poniendo el cuerpo, pero también desde la voz de una mujer que ahora tiene unos ochenta años y quedó atrapada en el tiempo, diciendo la hora una y otra vez para cada uno de sus compatriotas. La performance es para el director una forma de narrar un futuro complejo, de géneros complejos e infinitos, y apunta a la identidad y singularidad de cada uno. Sebastián no ignora el contexto político en que ese debate puede darse: entiende que en el país pionero en cuanto a legislación para la diversidad sexual, el debate sobre identidades puede actualizarse. Y más aún en el marco de un ciclo que lo lleva como tema desde la perspectiva de los derechos humanos.

Ser-se, hacer-se, deshacer-se

Julieta estuvo cerca del patinaje artístico desde chiquita. El nieto de una vecina entrenaba y ella y su mamá lo iban a ver a cada festival que participaba. Julieta recuerda que en ese momento, sus primeros años, había recibido de regalo una locomotora con dos vagones que oficiaron como sus primeros patines. Se ponía uno en cada pie y así andaba a lo largo y ancho de su casa. Cuando creció, y los juguetes no la aguantaron más, recibió su primer par de patines. Julieta entrenó y compitió en patín artístico hasta los 18, cuando tuvo que dejar por una lesión. Las autoridades y organizadores del torneo nunca aceptaron que lo haga como quien se sentía. “Lo padecí”, explica ella. “Se ponía en juego el tema de la identidad, porque salía a la pista como Luis Ledesma y yo ya no tenía más ese nombre y tampoco entrenaba así”.

La joven cambió –a la fuerza– los patines por la actuación. Y en esta performance, tiene la oportunidad de mezclar sus dos oficios. Durante los años de patinaje artístico, Julieta disfrutó mucho más los entrenamientos que la exposición. Lo que ella quería era salir con cancanes, las uñas esmaltadas, el pelo largo y suelto, como puede hacer ahora para El Porvenir. No es lo mismo para ella ser artista siendo Luis o Julieta, a pesar de que se trate de la misma persona. La diferencia es clara. “Patinando ahora me siento muy bien”. El nombre, la forma en que uno llama a su identidad, es para ella determinante. Nació como Luis y a los 16 eligió ser Brigitte, a modo de seguir adorando a Bardot, la cantante y actriz francesa. Tres años más tarde cambió a Julieta. “No es lo mismo ser una u otra. Julieta me parece un nombre muy hermoso, me parece el mío. Julieta tiene mucha fuerza y más desde que lo digo desde que me presento”.

Julieta celebra la oportunidad que tuvo de elegirse. Elegir cómo llamarse. Imaginarse como mujer y construirse a partir de eso. En algún momento señala su pelo de rulos infinitos y ejemplifica: “Los odiaba. No los podía ver”. Quería ser lacia y me alisaba todo el tiempo. Fui rubia. Fui colorada. Ahí me empecé a querer, a aceptar los rulos y me empecé a gustar. Después use color chocolate. Ahora mi color natural. Y me encanta mi pelo”. También aclara que la suya no fue una gran construcción desde lo físico, sino más bien que se dejó fluir por su personalidad. “No me gustan las categorías: travesti, hombre, mujer. No me interesan. Parece que tengo una imagen que dar y yo creo que uno tiene que dar la imagen que siente. Es como un estereotipo. Yo no me categorizo en ninguno de ellos”. Ella admite que a pesar de forjarse y no ponerse límites, muchas veces los escollos vinieron desde afuera, desde lo administrativo, burocrático y legislativo. Ella explica, desde una llamativa seguridad, que fue una de las primeras en hacerse el DNI. Aclara que para ese momento ya había forjado su identidad, que el documento no es más que una extensión y una diferencia: “Cuando te lo piden, ya no temblás”.

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