El 8 de marzo y la votación del acuerdo con el FMI pusieron en relieve las brechas económicas que todavía persisten entre varones y mujeres. El mercado laboral, las tareas de cuidado y una masiva movilización vistas desde la maternidad.

Una piba levanta un cartel: “Si nuestros cuerpos no valen, produzcan sin nosotras”. La imagen queda plasmada en una foto y me llega por el celular, con tantas más. Es 8 de marzo y yo estoy en casa mimando a mi bebé chinchudo. No hay otro lugar donde quiera estar. Todo el día, sin embargo, voy a pensar en cómo se resignifica la jornada de lucha en este nuevo rol: un poco periodista, un poco feminista, un poco novia, un poco amiga y cien por ciento mamá. Vuelvo a mirar la foto. “Produzcan sin nosotras”. ¿Es solamente trabajar? Siempre lo había leído así. Ahora reformulo. ¿Qué pasaría si el paro feminista fuera real y efectivo, en los lugares de trabajo y en las casas? Me sonrío. Sería un despelote. 

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Escribo esta nota dos días más tarde. El Congreso de la Nación está sesionando y discutiendo el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, algo que no se le escapó a una movilización masiva que algunos y algunas todavía dicen en la tele que es “de verdes”, “de feminazis”, “de vagas y sucias”. El reclamo por el cese de la violencia machista y los femicidios va a la par de la exigencia para acortar las brechas económicas entre mujeres y varones y el reconocimiento de las tareas de cuidado. Una consigna que repetí incansablemente y que hoy se hace cotidianidad. Escribo con el sacaleche a un costado, los sentidos puestos en qué hace Juan, el deseo –y la culpa– de estar con él, el trabajo que se acumula, la ropa sucia en el baño y la hora del almuerzo que se acerca. Yo no estoy sola y tengo una red, ¿qué pasa con las que no? Los días de mayor crisis, sólo pienso en ellas. 

Foto: Sol Vassallo

El Trabajo Doméstico y de Cuidado No Remunerado (TDCNR) son, según el Ministerio de Economía de la Nación, las tareas que realizan todas las personas para vivir cada día: ordenar, lavar los platos, lavar la ropa, cuidar mascotas, ayudar con la tarea escolar, hacer compras, cocinar, cuidar a niños, niñas o adolescentes, cuidar a personas mayores, cuidar a personas con discapacidad, cuidar a familiar enfermo, hacer reparaciones en el hogar, amamantar. 

Son tareas soporte de la vida, la producción y la reproducción, que prácticamente en su totalidad puede realizar cualquiera, pero la mayor parte recae sobre las mujeres. Se estima que el 76 por ciento de estas tareas están a cargo de las mujeres, que le dedican más de seis horas diarias a este trabajo no remunerado. La brecha se extiende a nueve horas en los hogares donde hay al menos un niño o niña menor de seis años. No distribuir el cuidado impacta en los proyectos de vida de las mujeres, sus estudios, oportunidades laborales e incluso la posibilidad de realizar sus propias actividades. La pandemia dejó expuestas estas tareas, la desigualdad con la que se reparten y las profundizó. Ahora que los feminismos toman las calles de nuevo, levantan esta crisis como motivo de lucha y la exponen como un nuevo desafío a sortear para la política de nuestro país. 

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“Las tareas de cuidado son trabajos que tienen un reconocimiento social creciente y uno económico nulo”, explica Julia Strada, analista económica y directora del Banco Nación. “Y no sólo eso, sino que tiene un costo o penalidad económica para quienes las desarrollan, porque esa penalidad implícita es la no inserción plena en el mercado de trabajo formal o en el informal pero remunerado al fin”. Strada ve en la desigualdad del reparto de las tareas de cuidado la explicación base de la no inserción plena de las mujeres en el ámbito laboral.  Ahí está la conexión entre lo privado, lo público y lo político: no es amor porque es un problema de carácter de organización del modelo de acumulación. 

Foto: Sol Vassallo

“Hay que entender que en sus orígenes el capitalismo se armó diferenciando el rol de la familia del rol de la producción social capitalista. La familia pasó a ser del ámbito de la reproducción y la producción quedaba afuera. Ahí aparecieron las primeras divisiones. Discutir hoy la pertinencia de cómo los cuidados afectan la inserción de las mujeres en el ámbito de la producción termina siendo discutir la forma organizativa original del capitalismo. Por eso es tan difícil avanzar en estas discusiones, porque tenés que barajar y dar de nuevo”, profundiza Strada. En ese debate, subraya, es el Estado el que suele aparecer como gran protector: financiando, acompañando y poniendo recursos. Falta discutir cuál es el rol del sector privado, de las empresas, ¿cómo se van a hacer cargo de la distribución inequitativa de los cuidados? “Son los interrogantes que tenemos hacia adelante. Nos toca una fase de discusión muy difícil y en Argentina en un contexto de sábana corta. Entonces los planteos tienen que ser inteligentes”. 

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Mi bebé juega en el piso. Mientras espero la posta del cuidado, busco en la biblioteca un libro que me acompañó durante todo el embarazo. Se llama Mamá Desobediente y lo escribió Esther Vivas. Marcado en violeta de manera desprolija pero contundente, leo:  “La economía capitalista funciona como un iceberg, donde solo vemos la punta del témpano de hielo, una pequeña parte, la de la economía productiva, el trabajo asalariado. La mayor parte del bloque que permanece escondida bajo el agua se trata de la economía reproductiva, el trabajo de cuidados, que es invisible e invisibilizado, pero que sostiene dicho mercado y le permite una ingente acumulación de riqueza. ¿Cómo mantener jornadas incompatibles con la vida personal y familiar si no fuese por quienes cuida de las personas dependientes, cocina y limpia? Hoy el sistema tiene otro problema: cada vez hay menos mujeres dispuestas a hacer este trabajo. He aquí la crisis de los cuidados”. 

Foto: Sol Vassallo

 

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Unas 70 mil mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales y no binaries marcharon el 8 de marzo en Rosario. Fueron cientos de miles más en todo el país. La movilización fue casi una prueba de fuego. Después de la pandemia, de los aislamientos preventivos, las olas de Covid y la campaña de vacunación, ¿qué iba a pasar? El deseo de muchos parecía estar en la desmovilización. Sin embargo, los feminismos volvieron a copar y a marcar la agenda. Los días pasan y algunos se quedan despotricando contra los pañuelos verdes, las paredes pintadas, las consignas supuestamente violentas. Pero otros, y otras, se quedan con la multitud intergeneracional, multirracial y diversa que no sólo marca agenda, sino que discute la que ya está, advirtiendo que ya no hay forma de hacer política si no es con perspectiva de género. O que mientras sea así y nos sigan matando, las calles seguirán tiñéndose en cada jornada de lucha. 

“El feminismo fue avanzando en materia de reclamos”, reflexiona Strada. “Primero tuvimos el Ni Una Menos como un reclamo básico, porque es el derecho a la vida, y que hoy sigue siendo parte de nuestro abanico de reivindicaciones. Luego avanzamos hacia la ley del aborto, que parecía muy tabú pero se pudo avanzar. Hoy tenemos una discusión económica, atravesada por la cuestión de los cuidados y de las brechas. Eso es un avance en clave del feminismo argentino y permite conectar la discusión con la del modelo de acumulación”

Según un informe del Centro de Economía Política de Argentina (CEPA), que dirige Julia Strada, el  mercado laboral es “el escenario donde se producen las principales desigualdades e inequidades que enfrentan las mujeres en relación a los varones. Las brechas más relevantes se plasman en la desigualdad en el acceso al mercado laboral, el tipo de trabajo al cual se accede, como también en los ingresos percibidos”. 

Foto: Sol Vassallo

El informe, realizado para este 8M, como hace el Cepa desde 2018, resalta la recuperación en los niveles de empleo que se registraron durante el 2021, tras la fuerte crisis económica que se atravesó durante 2020 que tuvo como correlato una fuerte caída en los niveles de producción y empleo. ”En términos generales, se percibe que la recuperación impacta de manera desigual entre varones y mujeres. Es decir, la recuperación tiene mayor impacto positivo en los varones que en las mujeres de la Población Económicamente Activa (PEA). A su vez, en algunos casos, frente a la recuperación en el empleo, se profundizaron las brechas con respecto a niveles pre pandemia”, destaca. 

La diferencia en la desocupación abierta entre varones y mujeres se mantiene vigente como una desigualdad estructural, aunque con leves reducciones, especifica el documento. En el tercer trimestre de 2021 la brecha fue de 1,3 puntos (9 por ciento mujeres versus 7,7 por ciento varones). Además, al analizar los ingresos por ocupación principal (aquellos que corresponden a la actividad laboral principal), los varones percibieron un 25 por ciento más de ingreso que las mujeres. Esta brecha se profundiza a 28,4 por ciento cuando se observa el ingreso personal (ingresos laborales y no laborales, como pensiones, jubilaciones, cuotas alimentarias, entre otros). 

El mismo informe destaca que, en materia de trabajos informales, la salida de la doble crisis generada por las condiciones macroeconómicas que dejó el gobierno anterior y la pandemia del Covid-19, implicó una recuperación del empleo registrado y también del trabajo informal de forma heterogénea según género. “En el caso de los varones, la tasa de informalidad se recortó con respecto a niveles pre pandemia (30,6 por ciento en el tercer trimestre de 2021 contra 34,2 en el mismo periodo de 2019). En las mujeres, este indicador volvió al mismo punto que en 2019, al registrarse un 36 por ciento de informalidad”, se lee. Pero además, destaca que se profundizó el diferencial entre la informalidad de varones y mujeres, ascendiendo de 1,8 puntos a 5,4 puntos.

Foto: Emilia Cuello | Sur Productora

Según el Cepa, la brecha de ingresos entre las personas asalariadas informales no sólo se profundizó respecto al tercer trimestre del 2019 y 2020, sino que alcanzó el mayor nivel de los últimos 5 años. Los trabajadores informales varones perciben un 38,2 por ciento más de ingresos que las mujeres. En contraposición, la brecha de las y los asalariados formales es del 19,6 por ciento, manteniéndose en el mismo nivel de los últimos cuatro años y ubicándose en la mitad de la brecha informal. “Sin convenios colectivos que amortigüen las brechas de género, y bajo el pleno arbitrio del mercado, las mujeres perciben menos ingresos que los varones en el mundo de la informalidad”, subraya el informe. 

Para Julia Strada, el abordaje de las variables de género y del mercado del trabajo permiten incorporar a muchas compañeras feministas a la discusión sobre cuál es el modelo de acumulación que tiene que llevar adelante el país. “Por ende, la discusión de la deuda nos lleva a un contexto en el cual el no crecimiento del gasto a un ritmo que uno desearía o incluso la necesidad de acumular dólares para pagar afuera y no para seguir fortaleciendo el desarrollo argentino también termina afectando a la propia inclusión equitativa”, especifica. 

Foto: Manuel Costa

“Sobre la afectación del nuevo acuerdo, yo veo un escenario muy incierto, muy atravesado con lo que pase con los precios del orden de lo internacional, es decir, qué pasa con la suba de los precios internacionales en los commodities y por ejemplo el gas, qué efecto tiene eso en la balanza comercial por un lado y en lo precios locales por otro. Eso también se asocia a nuestra capacidad de cumplir metas, porque si las metas de déficit no se pueden alcanzar, quizás haya que buscar otros mecanismos para cumplir con lo negociado con el Fondo y eso afecta obviamente la situación de las mujeres. Lo que una se pregunta es hasta qué punto algunos presupuestos, como los presupuestos con perspectiva de género y todos los programas que lo acompañan, pueden tener crecimiento en un contexto en el cual lo que se revisa es que no haya desmadre en términos fiscales”, profundiza Strada. 

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Mientras Juan duerme la siesta upa mío, y yo atraso el cierre de esta edición de El Eslabón, una amiga me manda un mensaje desde las yungas jujeñas. Tiene una bebé y tampoco pudo marchar. Y estamos hablando de eso. Nuestro primer encuentro con nuestras maternidades feministas. “Atenta a las demadas de Irupé decidí quedarme en casa”, graba para este semanario. “Quedarme militando desde casa, confiando en las compañeras que sí marcharon y alzaron las banderas que a mí me hubiese gustado levantar. Lo que pude hacer fue otra cosa: adherir a la pedagogía del cuidado, de la ternura, desde mi rol de mamá, darle la teta a mi hija desde la soledad de casa, confiando también en todas las que pudieron moverse y alzar banderas que nos siguen visibilizando”. Yo tecleo en el celular que leyendo tanto, sintiendo tanto, ya no sabemos qué elegimos, qué hacemos por amor, qué podría ser de otra manera. Sabemos, sí, que vivimos en un mundo que nos quiere madres, libres, lindas y locas, y en realidad nos odia. Sabemos también que para eso hay solución. Para criar, dar la teta, limpiar, trabajar, vacacionar, soñar y cumplir deseos no hay otra fórmula mágica que la de políticas públicas que nos contemplen a todos, todas y todes, de todas las edades. Eso lo aprendimos siendo feministas y trabajadoras.

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