(Resumen del partido contra Paraguay: la selección argentina de Tattoo Models masculinos ingresa a la cancha y comienza el match contra los rudos paraguayos conducidos por el riojano más malvado. Salvo Mascherano y Zabaleta, que se ve que ya están demasiado veteranos para lucir cabelleras cuaferisadas, a los demás se los ve muy guapos y prolijos más allá de los problemas que ostentan a la hora de reconocer a sus compañeros por el color de las camisetas. Otamendi demuestra su solvencia para entregar pases riesgosos al arquero Romero. También Lavezzi confirma que su figura y su cerebro son tan perfectos como los de un maniquí. Destila talento como el popular Carlitos, que de seguir así seguramente logre hacerle un gol al arco iris. Y Pastore, tan elegante y eficaz como Ante Garmaz. O Fideíto Di María, todo un atleta cuya próxima transferencia podría ser al equipo de posta 4×100 de Jamaica que comanda Usain Bolt. Ojo, los paraguayos también juegan y, cada tanto, además de romper un hueso argentino también le pegan a la pelota. Por momentos el partido parece una partida de playstation en un geriátrico. Por momentos un jueguito de karate en un antro de fichines. Por momentos un debate presidencial conducido por el pibe de Intratables. Pero los tatuajes y peinados resisten incólumes. Resisten las palabras de Tití Fernández, que simula decir cosas importantes; resisten la sagacidad táctica y tribunera de Ramón Díaz; resisten incluso la suerte del Tata Martino, que no les hace mella. Entran Dybala, Lamela y Gaitán para inyectar nuevos bríos y logran demostrar una envidiable vocación para el peinado y el tattoo que, sin embargo, no logrará torcer el resultado condenado a un empate que algunos hinchas de Central festejarán; pero no todos, porque la mayoría habría anhelado una victoria paragu-aia. En tanto, Messi se mantiene como semidios y así Magneto comprueba que destituir a través de la prensa no parece ser, últimamente, lo que mejor le sale. En ese contexto, el espectador se queda pensando que lo mejor sería que la selección fuera dirigida por Gambetita Latorre quien, por otra parte, podría haber sido un gran candidato presidencial; al menos así se desprende de su perfomance televisiva como comentarista de estos cotejos internacionales.)
Nuevamente en el presente, y amainada la última tormenta de buitres, el señor Abramovi se encamina junto con el sapo Dani hacia la oficina de producción de esta columna donde sus personajes y Mauricio lo esperan para ponerse a sacar temas de Queen y ver si pueden armar una banda para que el candidato cante; con el noble y doble propósito de ayudarlo a cumplir su sueño y, de paso, que abandone la carrera presidencial.
El sapo Dani, se recuerda, se le apareció al autor de esta columna en medio de la tormenta de buitres con la misión de rescatarlo ya que, alega, esa es una de sus misiones como futuro presidente que —asegura— será. Si bien el batracio demuestra su solvencia al respecto, al señor Abramovi no le termina de cerrar que sea tan perfecto como candidato. Dani afirma que de joven solía tocar canciones de Sumo con la viola, pero algo le dice al autor de esta columna que, en realidad, el sapo es capaz de curtir Pimpinela sin despeinarse…
Además, y esto es algo que no deja de hacerle ruido más allá de todo: es un sapo…
Y al mismo tiempo Abramovi piensa: ¿no estará dejándose llevar por sus prejuicios? ¿Acaso un sapo no puede ser presidente; y de los buenos? ¿Sólo un abogado puede regir los destinos de una patria? “Es un nuevo siglo, todo se está reseteando”, intenta convencerse mientras remonta la calle un tanto cansado y, junto a él, avanza dando brincos el sapito que silba afinadamente “No tan distintos (1989)”, segundo tema del lado A de After Chabón, tercera placa de Sumo, de 1987.
“Bueno… por lo menos la silba sin desentonar”, se convence Abramovi como si obligado se sintiera a convencerse más allá de sus convicciones más convexas.
—Qué gran tema ese, sapito —intenta ponerle onda.
—Igual, yo te escucho de todo —lo corta Dani —. Ya te dije que soy un sapo que se adapta a cualquier terreno…
—Bueno, sí, claro, Dani, está bien —intenta corregir Abramovi —, pero hay algunas cosas que no…
—¿Qué cosas no? —pregunta el sapo como sorprendido…
—Bueno, qué sé yo… Julio Iglesias… —tira el autor.
—Un exitoso… —ataja el sapo.
—Arjona… —dispara el autor.
—Un ingenioso… —despeja el sapo.
—Eh… —se queja Abramovi —, ¿Manolo Galván también te gusta?
—¿Y a quién no? —devuelve el sapo.
Una sola bala le queda al autor. Y la rezonga con obviedad: —Bueno, Dani… Agapornis no te puede gustar…
—¿Por qué no? —la para de pecho Dani sin perder un ápice de simpatía —. Es una interesante mixtura de cumbia con tercer tiempo de rugby, demuestra cómo el arte popular también tiene recepción en los countries y además es un negocio muy interesante porque genera mucho más de lo que cuesta. Esos chicos lograron convertir un hobby en algo muy productivo y es lo que se necesita para salir adelante: crecimiento… ¿O acaso es una cuestión de gustos?
—¿Una cuestión de gustos? ¡¡¡Claro, Dani, qué mierda va a ser!!! ¿Cómo no va a ser cuestión de gustos? Estamos hablando de música —se pone nervioso Abramovi —. ¿O qué? ¿Vos aceptás todo? Para vos Raúl Carnota es lo mismo que el Chaqueño Palavecino…
—Ajá, entiendo tu punto. Vos pensás que la música que te gusta a vos es mejor que la que le gusta a los demás… —define al rincón de las ánimas, y hasta con cierta dulzura comprensiva, el sapito —. ¿No te parece una postura soberbia? —lo degüella retóricamente.
Abramovi siente el sacudón. Este sapo es cosa seria. Demuestra seguridad en materia de no aceptar otra idea que no sea la de aceptarlo todo lo que haya que aceptar para ser presidente. ¿Tendrá algún límite el sapo Dani?, se pregunta mientras siguen caminando, él en silencio, y el sapo silbando un enganchado de David Bowie, Tan Biónica y Metálica.
Mientras tanto, en la oficina de producción de esta columna, El Desubicado, Filoso Fofó y el doctor Güis Kelly siguen departiendo con Mauricio. Han comido y eructado el sushi que hizo traer el invitado y ahora juegan otra tanda de metegol invariablemente dominada por el talento del candidato que quiere ser Freddy Mercury.
En un alto en el juego, El Desubicado le hace honor a su nombre y pregunta: “Mauricio, ¿hace mucho que no ves a tu bigote?”.
—¿Qué bigote?
El Desubicado cree que Mauricio lo toma para la chacota. —No te hagas el boludo Mauri —le dice —. Tu bigote, o sea el Bigote de Mauricio, es muy amigo mío.
—¿Mi bigote? ¿El Bigote de Mauricio? No te entiendo, ¿por qué me insultás?
—Mauricio: vos usabas bigote. ¿Lo vas a negar? —se pone picante El Desubicado.
—Ah… —recula Mauricio—, yo usaba alguna vez, creo que sí. ¿Sí?
—¿En serio no te acordás? Todos te conocimos por la tele con bigote, ¿te olvidaste? —El Desubicado busca complicidad con Fofó y Güis Kelly.
—No te hagas el boludo, Mauri, estamos en confianza —apura de onda Fofó.
—A ver… perdón… ¿ustedes dicen que yo tenía bigote como Freddy Mercury? —se ve sorprendido Mauricio mientras se acaricia su lampiño labio superior.
—A éste le lavaron la cabeza —concluye Güis Kelly.
—¿En serio no te acordás, boludo? —le pregunta Filoso a Mauricio, que se ve como medio perdido.
—Mauricio, nosotros conocemos a tu bigote —dice El Desubicado con seriedad.
—Trabajó en esta columna —agrega Güis Kelly.
—Boludo… ¿en serio no te acordás de que tenías bigote? —se sigue sorprendiendo Fofó.
Mauricio camina despacio hasta una silla y se sienta. Se lo ve agitado. Muy perturbado. —Es muy fuerte esto, chicos —dice ceremonioso —. Ustedes me dicen que yo tuve un bigote y no lo recuerdo. Un bigote como Freddy…
—¿Querés que lo llame? Le mando un guasap para que venga —propone El Desubicado.
Una mezcla de miedo y excitación se apodera del candidato. Güis Kelly insiste por lo bajo: a este le afeitaron el bigote y después le lavaron la cabeza. Fofó no lo puede terminar de creer.
—Yo lo llamo —decide El Desubicado.
Fuente: El Eslabón