Foto: Inés Guerrieri.
Foto: Inés Guerrieri.

La murga uruguaya Agarrate Catalina presentó, en un colmado auditorio de la Fundación Astengo, su flamante espectáculo Un día de Julio, una caricatura escénica que conjuga lo mejor del género rioplatense.

Siluetas sigilosas con máscaras orejudas se mueven por el escenario en penumbras. El público se acomoda, la atención al máximo. La función comienza y, con ella, un contrato mutuo de fidelidad donde la agudeza y la alegría de la murga llenarán el corazón y la cabeza de los fans. “Es un hombre detrás de la puerta cerrada, de esa ventana sin sol, de la pálida luz de las noches sin calma, tras del dintel qué secretos guarda, qué laberintos perdidos habrá en los pasillos oscuros de su soledad”, arranca la Catalina con notas metálicas. Y aclaran: “Crean lo que quieran creer”.

Hablan de Julio, el protagonista de la historia, un outsider antisistema, un genio lunático que no está de acuerdo con el mundo, al que no conoce de primera mano porque a sus 48 años no traspasó el umbral; que arregla objetos rotos sólo para contradecir al consumismo y elabora respuestas que nadie le pidió para complejos problemas de la ciencia, sin salir de su casona enmohecida, con ráfagas de ratas entre los salones y una madre cáustica y omnipresente que lo llama “errorcito de mi vida”.

Así comienza el cruce dialéctico entre un afuera y un adentro real y simbólico, que trasciende a Julio y su madre y se mete con cada uno de los espectadores que lo resignifican a su saber y entender. Ese es el juego. Ni bajada de líneas, ni sabiondos filosofando, sólo el arte murguero de caricaturizar al mundo, como el artesano esmerila con un buril su materia prima. Y ahí cobra sentido la advertencia del inicio.

Una vez que el oficio arranca no deja títere con cabeza: además del consumismo, hacen blanco en las representaciones sociales, los dogmas, las nuevas tecnologías, el temible poder de las corrientes de opinión, las redes sociales, hasta los nombres propios con su anclaje en los distintos sectores sociales y otras vituallas como la intolerancia y las certezas galvanizadas; en síntesis, un bisturí a contrapelo del sistema capitalista.

“La caricatura es el ejercicio que aprendimos y que amamos hacer”, dice Yamandú a el eslabón. Y cuenta que Julio es el “personaje que inventamos, que creamos, que no tiene necesariamente un asidero claro, concreto y, sin embargo, sí”. Y da razones de esa certeza: “Nos incluye, tiene mucho de nosotros en medio de sus chucherías alocadas y ridículas”. Cada uno se reconoce, se espeja, se conmueve o se quiere matar, según el rasgo que le refleja Julio, que condensa los matices sublimes y todo lo contrario, los mismos que a los ojos de sus vecinos lo convertirán de héroe intuido a villano confirmado, con un final inquietante.

¿Cómo es que Julio logra poner en acto todas esas cosas? La murga revela su estrategia, arman un personaje como un Caballo de Troya para que cuando todos bajen la guardia, comiencen a salir los buriles con los que harán la caricatura del mundo: sátira, parodia, crítica mordaz y una lupa impiadosa sobre cada pliegue de la sociedad. Honestidad brutal.

Contame una historia

Un día de Julio es la primera obra de la murga con formato de relato, con inicio, nudo y desenlace. Nada que ver con la canónica puesta murguera de presentación, cuplés y retirada. Lo que se dice una crónica, que se enriquece con elementos audiovisuales como las intervenciones –entre otros y desde supuestos programas de televisión– de León Gieco, Gabriel Rolón, Marcelo Zlotogwiazda y Baby Etchecopar, quien aporta un speech desopilante; cada uno, fiel a su estilo.

Con la dirección de Tabaré, el mayor de la familia y un coro como pocos, Yamandú interpreta a la madre de Julio, interpretado por Martín, el más chico de los hermanos Cardozo. “Todos tenemos algo de Julio, funciona como un espejo”, dijo Tincho, y explicó cómo trabajó la voz del personaje. En su opinión, con La Catalina, suceden cosas gracias a los textos que escriben sus hermanos mayores: “El resto de nosotros tenemos que ponerle la carne y transformarlo en un show”.

Para Martín, la acción está clara: “Lograr el humor haciendo pensar, poner un tema y dejarlo y que cada uno lo reinvente desde las variadas aristas; intentamos reflejar todas las visiones que cada uno refleja desde su pensamiento. Es como verte un poco uno arriba del escenario”.

Creación colectiva

¿Quién pensó a Julio? “Los responsables de los textos somos Tabaré y yo, pero siempre lo colectivo está presente. Trabajamos con textos que tengan sentido en sí mismo pero que también tengan sentido cuando están interpretados por este colectivo que es La Catalina”, explicó Yamandú. Y dijo que presentan una idea embrionaria para que el resto de la murga haga una devolución. Así comienza a girar la creación artística.

“Lo colectivo siempre está presente, es una apuesta muy difícil pero es la que nos interesa recorrer, nos interesa hacerlo juntos y desde todos los lugares, después hay gente que trabaja en los trajes, el maquillaje, la organización, la técnica; lo nuestro tiene sentido cuando es así”, aseguró.

Según Cardozo, escriben “sólo sobre las cosas que nos atraviesan la vida, que nos preocupan y ocupan, que nos desvelan, nos hacen reír o llorar mucho; después, como al espectáculo lo tenemos que repetir y ejecutar muchas veces, esa piel tiene que aguantarnos y resistirnos”.

Más aún, por si alguien al verlos tan despiertos flashea con cierres magistrales en las obras, está equivocado. “No tenemos ninguna solución al respecto, son todas preguntas, incertidumbres”, aclaró.

Y dijo que el compromiso pasa por “la elección del camino colectivo y el decir y el cantar de lo que nos desvele, aterrorice o esperance profundamente, sólo eso. Sin ningún condicionante, no negociarlo nunca frente a nada que no sean nuestras ganas ni tampoco seguir modelos por conveniencia, exitismo o efectividad; hacemos lo que tenemos ganas de hacer de la manera en que tenemos ganas y con las personas con las que tenemos ganas de hacerlas, esos son los compromisos que tiene la murga”, detalló. Y dijo que los “enfoques y los editoriales de los espectáculos van cambiando a medida que vamos cambiando nosotros y según vamos caminando”.

Desde esa mirada, y después de que lograron tocar en lugares distantes culturalmente como China, ¿cómo resignifican el camino recorrido?: “Lo que hacemos es disfrutarlo en lo grupal y laburar mucho. No sé finalmente que significó para los chinos, más allá de algo extravagante, y se necesita mucha valentía artística para ir a meterse a un espectáculo que uno no tiene ni idea de qué se trata. No tenemos la dimensión de si todo se entendió, pero funcionó desde el corazón, ahí nos comunicamos y comprobamos que nos reímos, sufrimos y lloramos con las mismas cosas, entonces nos esperanzamos en que estamos un poco más cerca, somos más parecidos”, comentó.

Cuando terminó el show y la calle Mitre quedó despoblada, surgió una pregunta. Si estos tipos creativos y cálidos con su público, encendieron la magia en la noche de octubre ¿qué estaba mirando el comité del carnaval uruguayo cuando los dejó fuera del certamen 2015? Agarrate Catalina pisa fuerte donde se presenta, desborda, arranca aplausos, besos y abrazos y eso, que se parece mucho a la vida, contradice los requisitos formales, anémicos, de todo corsé que se quiera poner al arte.

La murga. Agarrate Catalina, nació en 2001, con los hermanos Tabaré y Yamandú Cardozo, ganó varias ediciones del carnaval uruguayo, es reconocida a nivel internacional y hoy es una cooperativa de 30 integrantes, 22 de los cuales viajan y unos 17 suben a escena. Entre ellos, una percusión que no tiene desperdicio.

Dos potencias se saludan. “Me pareció fantástico, no sólo por lo que es la murga en sí, sino por el mensaje que tiene y que es importante para lo que nos toca vivir. Sí, hay algo de cada uno en Julio, en algún lugar uno se siente identificado”, dijo Sebastián Abreu después de abrazarse con Yamandú, en medio de la gente que no paraba de tomarse fotografías junto a los generosos integrantes de La Catalina, que estiraron el tiempo en el hall del Astengo, para hablar, sonreír y acceder a centenas de selfies.

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