Foto: Gentileza Juan José García
Foto: Gentileza Juan José García

(Resumen del capítulo anterior: mientras en el mundo real cerca de 25 millones de ciudadanos y un puñado más de esclarecidos liderados por el libertario marxista Nicholas del Caño intentan regular el futuro de sus aparatos digestivos, los candidatos presidenciables Mauricio y el sapo Dani departen una noche de porro, vino y canciones con la viola en la oficina de producción de esta columna junto al señor Abramovi, autor de la misma y guitarrista amateur, y los personajes: El Desubicado, héroe y hazmerreír; Filoso Fofó, payaso y analista político de este circo; doctor Luis Güis Kelly, especialista en cotidianología protoparalelepípeda.

Cómo habrán notado los lectores del capítulo anterior que aquí se resume, tanto Mauricio como el sapo Dani descollaron all over the night con sus interpretaciones vocales de éxitos de Queen y Sumo, respectivamente. Cada uno, con su impronta: Mauricio, exponiendo su verdadero deseo de triunfar en el firmamento del pop antes que consagrar estos años –aún vigorosos– a la ajena quimera de conducir los destinos de patria alguna; y sapo Dani, haciendo su juego más mejor: adaptarse a cualquier terreno y superar su poco atractivo gusto musical por Pimpinela y Agapornis para entonar con onda y afinación temas del inolvidable pelado de Hurlingham.

Los problemas aparecen cuando en los momentos en los que cesa la música. Mauricio y Dani terminan discutiendo y chicaneándose. Como si hermanos fueran pero cargaran con odios ajenos que se ven obligados a enarbolar como banderas. Como si una grieta cavada a pala y pico por huestes pedorras de gordos lanatas se interpusiera entre ellos y los arengara a enfrentarse.

Tampoco era para que se fueran a las manos. Mauricio no es de los violentos que se enfrentarían a trompadas con sus adversarios. Más bien parece de los que llaman a su primo que está en alguna barra brava. Y al sapo Dani se lo ve brincador y picante, pero sus mejores perfomances suelen surgir sobre la base de su ternura y simpatía.)

De pronto, el estruendoso ringtone del guasáp de Mauricio congela la escena.

–Ah, pero entonces vos también escuchás Agapornis, Mauricio –chicanea el sapo Dani al émulo de Fredi Mercury.

–Oh no… –murmura Mauricio sin escuchar siquiera al batracio presidenciable.

–¿Qué pasa Mauri? –pregunta El Desubicado.

–Nooo… –se amarga Mauricio –. Es él –dice tajante. Sabe que todos saben a quién se refiere.

Un silencio punzante se apodera del humeante ambiente en la oficina de producción de esta columna. El Desubicado se muerde una uña al acecho del primer próximo segundo que habilite la posibilidad de cortar ese silencio punzante. El señor Abramovi aprovecha para descargar su neurosis tratando de afinar obsesivamente la tercera cuerda de su fiel criolla. A Filoso Fofó se le cierran los ojos de tanto fumado y sólo atina a prender otro para ver si se despierta un poquito. Güis Kelly ya se siente bastante asqueado de sus eructos condensados de los más variados vahos alcohólicos que van y vuelven cual liebres surcando a los tumbos la roída autopista de su tracto digestivo.

Pero el sapo Dani se amarga más todavía. Experimenta ese instante –de mierda, podría decirse– en el que uno se da cuenta de que acaba de concretarse aquello que uno no quería que ocurriese. Que el futuro llegó y no como se lo anhelaba.

–¿Quién es, Mauricio? ¿Qué pasa? –rompe el silencio punzante El Desubicado, e inconscientemente contribuye a acelerar con su impronta impaciente el ritmo narrativo de este momento.

–Un mensaje Drrr Durban bambi –eructa Güis Kelly un tanto dificultado de articular palabra.

–¿Es él, Mauricio? –refuerza Fofó como tratando de volver a la reunión.

–Claro. Quién va a ser… –Mauricio se queda meditando. Y luego de una pausa típica de salto de página de telepronter, dice un tanto ceremonioso: –Chicos, gané las elecciones. Voy a ser presidente.

La noticia cae como la imagen del planeta Melancholia a punto de estrellarse contra el solitario planeta de la intimidad humana en la película homónima de Lars Von Trier. Ganó Mauricio. Una noticia mala para todos, que de pronto parecen despertar de la alegre noche que acaban de pasar a una mañana de esas en las que pellizcarse no resulta suficiente para admitir que esto está pasando.

–La puta madre… gané… –se lamenta Mauricio, aunque ostentar cierta mueca de orgullo.

–Quién lo hubiera dicho –reflexiona Abramovi, que aparta la guitarra y se encamina a la heladera para ver si no quedó un cacho de pizza fría que ayude a transcurrir este momento. Güis Kelly ya no eructa su vacío; mira con pena al sapo Dani, que intenta permanecer inmutable. Fofó le pregunta a Mauricio qué piensa hacer, mientras le acerca un porrito.

–Y… qué sé yo… acá Barrabang Bang me está diciendo que ya está el resultado, que la fiesta es a las diez, que tengo que estar 20.45 cambiado y en lo posible con el discurso aprendido.

–¿No lo vas a leer? –pregunta El Desubicado.

–No, parece que esta vez no… pero bueno… Siempre me hace decir lo mismo y ya me aprendí algunos atajos, ya tengo mis tips. Pero bueno… no sé si me cabe esto de ser presidente… es como si estuviera obligado a mentir… y yo quiero a cantar.

–Y bueno, Mauri –Fofó se acomoda para una arenga –. A veces hay que jugarse, loco. ¿Por qué no le decís a ese gil que lo tuyo es la música y que se dejen de joder con la política? ¿A quién tenés que demostrarle algo? Acá ya sabés que te hacemos la segunda. El señor Abramovi toca bien, yo me las rebusco, también puedo tocar el bajo, Luis –señala a Güis Kelly –se las ingenia con la percu. Y después tiramos pistas, vos la rompés cantando hasta con un karaoke. ¡Mandalo a la mierda a Durán Barba de una vez y sé feliz!

A Mauricio se le ilumina el rostro. –Le voy a mandar un mensaje de voz, mejor, así no tengo que escribir –avisa Mauricio. Aprieta el botón y comienza a hablar en ese tono de pastor catódico que imposta cual maestro sarmientino que le dicta a sus alumnos: “Hola Barbie. Quería decirte que no quiero ser presidente. Acá unos amigos me invitaron a formar una banda tributo a Queen y eso es lo que quiero hacer con mi vida: música”.

Mauricio mira a sus amigos con cara de final feliz de comedia romántica de Jolibu. Y se arenga. Y pulsa otra vez el botón del guasap y dice, ceremonioso, “adiós”.

Inmediatamente vuelve a sonar el ringtone de Agapornis. El sapo Dani sigue en silencio, como en un mundo aparte. Mauricio toca la pantalla y lee en voz alta: “Pe…ro da…le Ma…u…ricia. ¿Mauricia?”

–¿Te dice Mauricia? –pregunta asombrado Güis Kelly.

–No… qué chambón… es una O. A veces confundo las letras también –aclara Mauricio. Y sigue leyendo, no tan de corrido, el siguiente texto: “Venga amigo, que acá también hay música. Acá puede bailar, puede hacer lo que quiera que le dicte el corazón. Recuerde que Menem lo hizo. Fue presidente y así cumplió su sueño de jugar como 5 en la selección. Incluso jugó en la selección de básquet y manejó un Ferrari. Venga a esta fiesta que se preparó en su honor. El centro cultural de la alegría lo espera y saluda su revolución”.

Mauricio termina de leer y se queda petrificado cual hámster que acaba de recibir telepáticamente una orden para destruir a la humanidad. –Tengo que ir –masculla.

–¿Vas a ir? ¿A la mierda la música? ¿A la mierda tus sueños? ¿A la mierda la banda? –pregunta Fofó en plan desilusión.

–¿A la mierda el país? –se cuela Güis Kelly, no se sabe si en joda o en serio, no se sabe si en pedo o de cara.

–¿Mmmvaassssd a seddd pdrressieenntet? –pregunta Abramovi masticando la segunda porción de pizza fría.

–¿Te vas a volver a dejar el bigote? –quiere saber El Desubicado.

–Bueno, chicos no me presionen –pide Mauricio. Y de pronto mira al sapito, que está triste en un rincón. Lo llama: “Dani”. El batracio lo mira sin saber qué cara poner.

–¿No me vas a felicitar? Voy a ser tu presidente –anuncia Mauricio como si mostrara por primera vez la hilacha.

–Te felicito Mauricio –croa Dani con dignidad. E insiste, como si fueran sus últimas palabras: –Pero todavía no me dijiste que vas a hacer con la economía.

–Pero Dani –responde electamente el procandidato –: sabes que para eso están mis equipos. Ahora es tiempo de bailar. ¿No quieren que toquemos una más de Queen antes de que me vaya? Podríamos hacer “Mamamía lepicó”…

–Pero no, pará pará pará pará –escupe la pizza el señor Abramovi como alterado –. Una cosa es zapar unos rockitos de Fredi, no son fáciles pero con tu onda alcanza. Pero no vas a pretender que cantemos “Rapsodia Bohemia” como ese tema se lo merece. Eso no es para cualquier hato de borrachos.

–La verdad que no entiendo por qué te ofendés y me ofendés, Ardamoski –replica Mauricio como ofendido –. Yo… ahora… te voy a decir lo que voy a hacer: me voy a bailar con Durán Barba y la Gaby. Y te voy a mostrar de qué soy capaz. ¿Te suena tu cara me suena? Bueno, mirame por la tele, loser. ¡Good Bye!!!

Mauricio chifla y de repente un subtrenmetrocleta volador aparece como levitando junto a la ventana de la oficina de producción de esta columna situada en el piso 37 de un edificio de Dakar. Mauricio se acerca a la ventana. Una pasarela se extiende hacia él. Mira una vez más a sus amigos y se despide a lo Fredy Mercury. Ingresa a la nave. Y apenas se cierra la escotilla el subtrenmetrocleta desaparece súbitamente dejando en el aire una estela de polvo con forma de corazón.

–Quién lo hubiera dicho –murmura el señor Abramovi mientras junta de la alfombra aquellos pedazos de pizza que todavía puedan ser masticados.

Fuente: El Eslabón.

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