El especialista Sergio Lupo analizó la situación actual de detección, transmisión y tratamiento del VIH. El facultativo defendió e incitó a la ciudadanía a realizarse el test, la herramienta más importante en esta lucha.
“Es importante saber que se siguen produciendo infecciones”. La cita pertenece al doctor Sergio Lupo, director del Centro de VIH del Hospital Centenario, pero bien podría ser apropiada como conclusión de cualquier ciudadano informado. Y es que a pesar de tantos avances biomédicos y sociales, las estadísticas valen por mil palabras: todavía se transmite el VIH, todavía hay muerte por la infección, todavía hay que educar. No sólo eso: todavía pueden surgir datos alarmantes. La última tendencia mundial señaló que los diagnósticos del virus en jóvenes gays se duplicaron en los últimos cinco años. Rosario no es la excepción: las estadísticas del Programa Municipal de Sida (Promusida) indican que de cada 100 resultados positivos en varones, alrededor de 45 corresponden a jóvenes gays, cuando antes ese indicador era de entre 25 y 30. Otro dato es que la principal —y prácticamente única— causa de transmisión del virus en Argentina continúa siendo a través del sexo no protegido. En este marco, y aprovechando como excusa un nuevo aniversario del Día Mundial de la Lucha contra el VIH/SIDA, Sergio Lupo dialogó con el eslabón con dos objetivos: ayudar a entender qué sucede y por qué es tan difícil erradicar el virus. Y principalmente informar a la población sobre la infección que, a pesar de las apariencias, no pasa de moda.
—¿Por qué una gran parte de la población no se cuida durante las relaciones sexuales?
—No es fácil decir porqué. Indudablemente de acuerdo a cada persona habrá una respuesta diferente. Lo que yo puedo decir es que tenemos datos desde 1999, cuando iniciamos las campañas de detección, de cada 1º de diciembre. Desde esa fecha, los datos son similares: dos tercios de la población no usa preservativo. No pasa sólo en Argentina, sino a nivel mundial. Y entonces, algo bien se ha hecho, pero no es suficiente porque la infección por transmisión sexual continúa e incluso aumenta.
—¿Puede ser una cuestión generacional?
—Creo que sí. El Sida, como se hablaba antiguamente, asustaba. Y mucha gente se prevenía por el miedo. Hoy, todos los adelantos que hemos tenido en esta enfermedad, que se ha hecho crónica pero no curable, ha hecho que la gente le pierda un poco el respeto y entonces ya no es un problema para las nuevas generaciones. Eso, en parte, incide. De todas maneras, el impacto que tiene alguien con un nuevo diagnóstico de VIH no es menor, no es tan diferente al impacto de años atrás, aunque sí se atenúa cuando uno le da las explicaciones biomédicas. Además, la significación social sobre el VIH no ha cambiado tanto.
—O sea, ¿el estigma y la discriminación continúan?
—Sí, por supuesto. En menor medida, o de otras formas. Pero también está el autoestigma, muchas personas que tienen VIH lo transforman en lo más importante de su vida. Eso le da, de alguna manera, una sensación de inferioridad. Eso también lo tratamos en el consultorio. Lo nuestro no es sólo diagnosticar y tratar, sino hacer que esa persona viva normalmente. Sin embargo, sostengo, a las cosas hay que llamarlas por su nombre: en medicina uno tiene que tomar el dato de la realidad y a partir de eso transmitir la mejor pauta de prevención. Si nosotros endulzamos una situación, cualquiera que se trate, no estamos haciendo las cosas bien.
—Y entonces, ¿qué es lo que hay que transmitir con claridad?
—Que en la transmisión del VIH, las relaciones con más riesgo son las sexuales por vía anal. Y en las vía anal, el sexo receptivo es el que más riesgo tiene de transmisión, tanto para el hombre como para la mujer. En cuanto a la prevalencia, está en el sexo del hombre con el hombre. Eso no significa colocarlo en una situación de estigmatización, es decir la verdad, que permite generar herramientas para evitarlo. Todo esto no quiere decir que el que vaya a tener relaciones heterosexuales no corra riesgo, pero la posibilidad es mayor en relaciones homosexuales.
—Viendo las estadísticas y pensando en “que no alcanza”, ¿qué falló? ¿Las campañas?
—Lo difícil es el cambio de conducta. No podemos atribuir los fallos a una campaña. El cambio de conducta es complicado aún si estuvieran hablando todo el día, todos los medios, de este tema. Por eso es que a la hora de atenuar la posibilidad de transmisión, se combina lo educativo con otros instrumentos, más bien científicos. En algunos países, la circuncisión es una buena herramienta. En Argentina no es posible, salvo en algunas cuestiones particulares. La profilaxis pre-exposición y la pos-exposición van tomando nuevas dinámicas también. Esto tampoco es para todos, pero identificando a una persona en situación de riesgo y que va a seguir estando, es una alternativa útil. Lo más importante a nivel global es el testeo y tratamiento. Esto ya ha demostrado epidemiológicamente que es útil si conocemos a la mayoría de las personas que han adquirido VIH y las tratamos, con lo cual el virus se suprime, se corta la transmisión a nivel individual. Eso, establecido a una masa, lo corta a nivel global. Es una estrategia que se está haciendo en todo el mundo.
—¿A quiénes se refiere cuando habla de personas en situación de riesgo?
—Actualmente, al que tuvo alguna relación no protegida. Por eso, uno tiene que pensar que aunque haya tenido una sóla relación no protegida en toda su vida, debe hacerse el test. Es una práctica muy buena, con todo positivo. Si es negativo, tenés esa seguridad y también podés exigirle a tu pareja sexual que se haga el test. Y si es positivo, se puede entrar en el circuito de atención y tratamiento y no va a transmitir la infección. Por otra parte, va a estar a salvo de las posibles complicaciones de la enfermedad. No es una antinomia entre lo educativo y biomédico, es una combinación. Si sumamos todas estas cuestiones e instrumentos tendríamos un gran éxito, el mismo que logramos en la transmisión vertical (de madre a hijo). Lo más importante para la prevención es el testeo, una práctica que no ha perdido validez. Los estudios epidemiológicos demostraron que testeo y tratamiento disminuyen la infección por VIH.
—O sea que la disminución depende de la población.
—Todo el poder está en la población. Uno puede decir que hoy nadie debería tener VIH. Todos buscan la vacuna y mientras esperamos nos seguimos infectando. No pensamos en que ya la tenemos: el preservativo es una vacuna extraordinaria. Hay que usarlo, claro.
—¿No te parece que pensar que “no pasa nada” juega en contra de la prevención de transmisión del virus?
—Hay que pensarlo con otra enfermedad. ¿Es mejor ser hipertenso o normotenso? Normotenso. Si soy hipertenso hay un tratamiento que me transforma en normotenso, pero lo tengo que hacer toda la vida. Claro, es algo que yo no puedo elegir. La diferencia con el VIH es que la hipertensión no se transmite. Es decir: uno puede elegir no tener VIH. Hay que ser claro con eso. Aún si se curara, ¿voy a adquirir una enfermedad infecciosa porque se cura? Ahora bien, así como no podemos agitar un fantasma que no hay, hay que decir que todavía hay gente que se muere por VIH, y más de lo aceptable. En el hospital Centenario siempre hay internados siete, ocho pacientes con el virus avanzado. A algunos los recuperamos, otros se mueren. No es una enfermedad exenta de riesgo. Para que sea así, hay que tener la pastilla, que es gratuita, y tomarla. Y para eso, hay que diagnosticar. Una pregunta sería: ¿por qué hay gente que no sigue el tratamiento? Es un problema serio para nosotros, porque nos enfrentamos a una enfermedad con soluciones y no se la podemos dar al paciente.
—¿Tener VIH es estar enfermo?
—Depende del concepto de enfermedad. Desde una perspectiva global, sí, estás enfermo. Pero si lo planteamos desde la perspectiva de síntomas y signos, no. Lo exacto sería decir: “tiene una infección asintomática”. Con el tratamiento, el virus desaparece prácticamente de la mayoria de los lugares del organismo y queda casi como una cicatriz genética. Hay que seguir tratándolo para que no se reactive, pero no le produce daño a la persona. Por eso algunos prefieren convivir con el virus a estar enfermos: es un concepto feliz. Se convive con un virus que, mientras se hagan las cosas bien, no agrede.
—¿Es fácil la convivencia?
—Pasa por lo psicológico. La actitud es vital. Un 70 por ciento de los pacientes lo viven bien, con el paso del tiempo mejor, hasta se olvidan que la tienen. Y hay un grupo que no lo vive bien a pesar de que está bien. En esas personas existe el autoestigma. Hoy una persona con VIH puede tener tener hijos, formar una familia, se puede ir a vivir al exterior, tener sexo. No hay nada que no puede hacer.