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Se sabe que Mauricio Macri delegó las áreas de medios y cultura en la Unión Cívica Radical Indolente (UCRI). De lo que se trata es de saber cómo funciona el péndulo liberal-radical en el plan de desculturización del PRO en el inicio de su gestión.

«Zamba fue una víctima del kirchnerismo».

Hernán Lombardi, titular del Sistema Federal de Medios.

El péndulo del dueto UCRI-PRO no sólo funciona en los términos de compensaciones mutuas más explícitos. La territorialidad y cierta masa crítica parlamentaria que los radicales aportan al caudal electoral y a la lapicera del macrismo no agotan el plan canje sobre el cual se apoya la alianza Cambiemos, que también integran algunos ostrogodos como Elisa Carrió y, aunque como outsider mal disimulada, Magoo Stolbizer. Pero los visigodos son los hombres y mujeres de la pluma y el martillo, quienes tienen a su cargo la tarea de construir una identidad cultural que no contenga los vicios clásicos de la derecha oligárquica argentina, por un lado porque no lo es, y por otro porque a la larga no garpa. Este artículo intenta deschavar el dispositivo de desmantelamiento simbólico y práctico del kirchnerismo y su impronta político-cultural para lo cual el macrismo duro aporta la billetera, usando a los «cuadros culturales» del radicalismo, quienes deben guionar lo que terminará siendo el «relato PRO», que enfrenta al «relato K», al que consideran en franca declinación.

La pereza de la oligarquía empresaria

La oligarquía empresaria, perezosa, despreciativa hacia cualquier forma de cultura, incluso la aristocrática, cultora de un discurso del esfuerzo que jamás pone en práctica sino a través de sus empleados, delegó en su socio radical la tarea de deskirchnerizar la política en todos los rincones, simbólicos o no.

Para cumplir esa misión miserable, los «cuadros culturales» de la UCR eligieron el único camino posible desde donde poner en marcha ese desmonte: la vieja maquinaria liberal-democrática, aquella que encarnó el antipersonalismo, la que supo conspirar contra Hipólito Irigoyen y Juan Perón, la que bendijo al unitarismo y demonizó a Juan Manuel de Rosas, aquel dispositivo que terminó comprando todos y cada uno de los valores de la Generación del 80, y estableció las premisas de lo que una democracia puede y debe tolerar en términos de disputa por el poder real.

No hay otro misterio, no hay secretas consignas que expliquen por qué actúan como lo hacen Darío Lopérfido o Hernán Lombardi, por citar dos de los sombríos espadachines del gobierno de Cambiemos en lo que alguna vez fue el área de Cultura estatal.

Hay peores versiones, pero ya remiten a la oligarquía ruralista, un poco más ilustrada y por mucho más despiadada, porque no la detiene matiz alguno en su afán desaparecedor de símbolos y adversarios. Pero los Marcos Aguinis incomodan. No garpan en un momento como éste, en el que aún millones de incautos o estúpidos creen estar del lado de quienes pugnan por reparar el objeto al que la barbarie le propinó una grieta horrorosa.

«Zamba fue una víctima del kirchnerismo»

Hernán Lombardi, titular del Sistema Federal de Medios, acosado hasta por los movileros más desaprensivos en lo que hace a un compromiso con la cultura popular, debió salir a responder por las lastimosas imágenes que daban cuenta del abandono y destrucción de parte de los decorados, muñecos y escenografía de sectores de Tecnópolis.

Zamba despanzurrado, telones, figuras tridimensionales, afiches y otros materiales fueron en principio motivo de justificaciones que recogieron rechazo y repulsa. «Zamba estaba podrido por dentro», amagó a explicar Lombardi, despreciando el saber de decenas de miles de personas que conocen que el tipo de material con que estaba confeccionado el muñeco emblema de Paka Paka y del Canal Encuentro no se pudre.

«En los sótanos de Palacio»

El diario La Nación publicó el viernes 13 de mayo un artículo que tituló «Macri ordenó cerrar el Museo del Bicentenario para «deskirchnerizarlo»». El encabezado casi podría eximir al lector de seguir entrándole a la nota: «El gobierno de Mauricio Macri comenzará su batalla cultural en los sótanos del palacio. El lunes último cerró el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada y comenzó un proceso de refacciones que duraría un mes para «despolitizar» la muestra permanente y darle un contenido enteramente histórico».

En la nota hay expresiones de deseo del matutino disfrazadas de información, y también hay información de primera mano que es tratada como si las fuentes no quisieran hablar de eso. «Tras las reformas, posiblemente ya no estén en la exposición la camiseta de Racing Club con la leyenda «100% K» y los mocasines que usaba el ex presidente Néstor Kirchner. Quizás también el automóvil «Justicialista Grand Sport» blanco y rojo modelo 1953, un emblema de Juan Domingo Perón, deba buscar otro estacionamiento».

Noten la contradicción latente en este párrafo: «Pero el hermetismo en el emprendimiento es total. En el Gobierno intuyen que la refacción podría desatar pasiones en el kirchnerismo y ensanchar la «grieta». El secretario general de la Presidencia, Fernando De Andreis, que dirige el proyecto, no quiere que se filtre nada del proyecto. «Las piezas partidarias no van a quedar en el museo», dijo a La Nación un vocero oficial». Que no es otro que De Andreis, pero apenas intentan cubrirlo con una sábana.

Sigue La Nación: «El proyecto está en manos del director del Museo, profesor Juan José Ganduglia, un «histórico» de la Casa Rosada que atravesó el kirchnerismo. Ganduglia pasa horas en las galerías de lo que fueron la Aduana Taylor y el Fuerte de Buenos Aires, en el siglo XVIII. Contará con la colaboración del titular del Sistema Federal del Medios, Hernán Lombardi, quien aportará material de archivo, fotográfico y filmaciones de Canal 7 y del Centro Cultural Kirchner. «Será netamente histórico», dicen con misterio. Convocarían al investigador en historia Luciano de Privitellio».

Ningún misterio. Luciano de Privitellio es un historiador liberal hasta la médula, quien escribió en 2009, por ejemplo, «Conflictos en democracia, la vida política argentina entre dos siglos». En las 240 páginas de ese tomo, el muchacho cuenta que «Rosas y Perón son dos de los nombres propios más significativos del siglo XIX y del XX», y el libro analiza, pues, el proceso histórico que va desde la caída de Juan Manuel de Rosas, en 1852, hasta poco antes de la llamada Revolución de 1943, previa a la llegada del peronismo al poder. La reseña del libro reza: «Un período fundamental para la construcción de la democracia en la Argentina». Claro, después de la Década Infame, que era parte de la construcción de la democracia, viene Perón y arruina todo.

«Conflictos en democracia» también aborda «la emergencia de un ideario no democrático y antiliberal en los grupos nacionalistas, ocurrido en el período de entreguerras». Con ese perfil, Luciano de Privitellio deberá pergeñar el nuevo Museo del Bicentenario, «netamente histórico».

Lopérfido, ensanchador de grietas

Otra de las ofrendas de paz que se pusieron de manifiesto en los últimos tiempos salió de la boca incontinente de Darío Lopérfido: «El kirchnerismo tiene la misma práctica violenta y brutal que el estalinismo», postuló el ministro de Cultura porteño, quien además cuestionó al espacio liderado por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y, aún insatisfecho con eso, consideró que “los gobiernos populistas dejan un desastre intelectual”.

El mismo tipo que revoleó un extraño modo de revisionismo al negar que los desaparecidos sean 30 mil, una cifra que según él surgió de una negociación en torno a subsidios, se refirió a la división en la sociedad entre quienes apoyan al kirchnerismo y aquellos que avalan al actual Gobierno: «No creo mucho en la grieta, pero sí en el fanatismo de los gobiernos populistas».

Lopérfido aseveró, en diálogo con la radio Vorterix, que la situación actual fue provocada por «una mezcla de no respetar la opinión del otro, mezclada con ignorancia y brutalidad». Y creyó aclarar cuando dijo: “No digo que el kirchnerismo sea estalinista, digo que la intolerancia, la falta de respeto por el otro, la falta de consideración por la opinión del otro, el esquema es parecido»…»las prácticas fanáticas tienen una matriz común y siguen el mismo esquema de pensamiento».

El funcionario de Horacio Rodríguez Larreta le recomendó al Gobierno nacional «dejar que la gente piense como quiera» y «no crear ni fomentar a los fanáticos», al comparar el estilo de los militantes kirchneristas y el del régimen soviético de Joseph Stalin. Una pinturita.

Pero le faltaba rematar al herido, y se la agarró con un docente: “Mirá el desastre intelectual que dejan los populismos que (Adrián) Paenza dice «no quiero trabajar para Macri». Mi querido Adrián, usted no trabaja para Macri, usted trabaja para el Estado argentino y para la Televisión Pública. Tenemos que caer tan bajo de aclarar estas cosas». Apelar a ese grado de cinismo forma parte de la misión que debe cumplir el Grupo de Tareas Cultural que integra pero no comanda Lopérfido.

Menos verborrágico pero igual de patético, Lombardi echa mano a viejos desconocidos cuadros liberales para intentar torcer la línea del horizonte llevando sus puntas hacia el cielo color azul, como los ojos de Mau. Tarea ingrata y estéril.

Pero así funciona el péndulo UCRI-PRO, una mixtura de discursos que pueden sintetizarse en otra de las frases del Goebbles porteño: «La televisión pública buena o de calidad no tiene que tener todas las voces, representar corporativamente a distintos sectores. La televisión pública tiene que tener periodistas profesionales que tengan el nivel objetividad más alto posible».

Estos tipos son los que estigmatizaron a 678 y a los panelistas periodísticos que participaban de ese envío, diciendo que practicaban «periodismo militante». Estos experimentos nunca terminan bien. O en paz.

«Tengo un desapego muy grande»

Cuando se le inquirió en torno de los artistas que pidieron que renuncie por sus declaraciones sobre la cantidad de desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar, Darío Lopérfido mostró hasta dónde es capaz de tensar la cuerda:

“Hubo un nivel de operación política muy alto y también un nivel de vulgaridad intelectual en algunas críticas muy alto».

Y remató: «No me modifican. Soy bastante cercano a la idea del budismo, tengo un desapego muy grande. No necesito que la gente me quiera para hacer las cosas que hago».

Artículo publicado en la edición Nº 248 del semanario El Eslabón.

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