Milei intenta saldar a sangre y fuego el empate histórico entre Nación y colonia, el peronismo se debate en aguas turbulentas y la CGT se pone a la vanguardia de la defensa de los derechos de las grandes mayorías.

Desde el fin de la dictadura, por primera vez el campo antinacional vuelve a la carga para saldar a su favor el trágico empate histórico planteado desde las luchas de federales y unitarios. Esa decisión la tomó Javier Milei. Sin embargo, en los alrededores de la Casa Rosada el olor es a calas, no a corona de laureles, y muchos ya perciben que no alcanza con las mega corporaciones, la banca y el imperio yanqui como exclusivo sostén del execrable experimento anarco libertario.

La intentona por dar esta batalla final la lleva adelante un personaje que muestra a cada paso lo que le cuesta registrar la realidad, pero lo hace a través de una fuerza política, lo cual es una novedad: desde 1955 ese sueño húmedo era anhelado por la alianza entre el gran capital nacional y el Departamento de Estado yanqui, con las FFAA como mascarón de proa y punta de lanza, transformadas en lo que se denominó el “Partido Militar”.

Ya algunos de los coraceros de playmobil con que cuentan Javier y Karina Milei están tomando nota de que no se puede gobernar tan sólo generando cortinas de humo para tapar la tempestad que cosecha la siembra de vientos incontrolables.

El desastre económico y financiero, generador de un crimen social pocas veces visto en el mundo, pone en riesgo el deseo anarcocapitalista de cortar de un solo gólpe el nudo gordiano que representa el peronismo para el poder establecido.

Y mientras Milei juega su diminuta fantasía imperial en una sinagoga de Miami, el despacho texano del timbero Elon Musk y la cabina de un viejo F16 en Copenhague, acá las pocas espadas libertarias que lo rodean muestran sonrisas desesperadas.

Olor a calas en el Panteón Rosado

Tras el primer encuentro entre la administración libertaria con la CGT, a los experimentados dirigentes sindicales les quedó la sensación de que estaban frente a funcionarios que saben perfectamente que el gobierno se quedó sin nafta. Según relataron en off algunos de los gremialistas presentes –quienes antes de ir a la Casa Rosada se habían reunido con el bloque peronista del Senado– los ministros “parecían funcionarios que sienten que el gobierno no va todo lo bien que dicen”.

Al cierre de esta edición, la central obrera lanzó un paro general de 24 horas para el próximo 9 de mayo, y ratificó la realización de una masiva movilización a Plaza de Mayo para el 1° de mayo a propósito del Día del Trabajador en protesta contra las políticas del Gobierno.

La decisión de la CGT adquiere un valor superlativo en el marco de su plan de lucha porque la mayoría del sistema político percibe, en forma mezquina, que el consenso alrededor de un paro general no es mayoritario, y que la demanda en ese sentido proviene más de sectores que en lugar de acumular desde la política depositan todo el peso de la confrontación al gobierno en las espaldas de los representantes de los trabajadores. Nuevamente la columna vertebral del movimiento nacional se pone a la vanguardia de la defensa de los derechos de las grandes mayorías.

Otra señal del notable deterioro del gobierno pudo percibirse cuando se conocieron los dichos del presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Horacio Rosatti, quien expresó que “si la política no resuelve estos temas, la Justicia lo resolverá”, en referencia a la constitucionalidad o no del mega DNU. Luces naranjas se encendieron en el entorno más cercano pero menos esotérico del mileísmo.

Invitado por el Rotary Club de Buenos Aires, el ministro de la máxima instancia judicial argentina se expidió sobre asignaturas pendientes: “No nos gusta que los temas de la política se judicialicen antes de tiempo”. Y sugirió que esas cuestiones “se resuelvan en el ámbito parlamentario”. Pero acto seguido sentenció: “Si la política no resuelve estos temas, la Justicia lo resolverá”.

En otro tramo señaló que la Constitución “no prohíbe la intervención del Estado, sino que señala que el Estado es el que debe favorecer” a la ciudadanía en temas como la educación o la salud. Y subrayó: “El juez no cuestiona la decisión política del gobernante, sino que se pronuncia sobre las consecuencias. La Corte ya analizó el asunto teniendo en cuenta los parámetros de la razonabilidad o confiscatoriedad de las tarifas”. Esto último sucedió durante el gobierno de Mauricio Macri.

El resquebrajamiento interno del bloque de La Libertad Avanza (LLA) en la Cámara baja, que se cobró la cabeza de Oscar Zago –hasta el miércoles jefe de esa bancada– hace que muchos actores de la política se pregunten quién manda en realidad, si Javier o Karina Milei.

Un gobierno grotesco e insolente

El atrevimiento e insolencia con que esta versión extrema del liberalismo lleva adelante su plan de desarme del Estado contrasta con la tibieza de la dirigencia política en general, lo que debería mover a ponderar la necesidad de sacar a relucir las mismas agallas que muestra este enemigo de la Nación, a fin de revertir políticas que vienen desangrando el entramado productivo, entregando los recursos naturales y sometiendo a la semi esclavitud a trabajadoras y trabajadores, jubilados, estudiantes y desocupados.

El modo en que los personeros del poder económico desbordan los límites constitucionales y jurídicos debe servir como enseñanza de que los rígidos bordes de la democracia burguesa son apenas un espejismo diseñado para beneficiar intereses subalternos a los principios de toda Nación que se precie.

“Dentro de la ley, todo, fuera de la ley, nada”, aquel viejo apotegma de Perón, fue parafraseado por Milei casi como una burla al peronismo timorato, el que a cada paso que daba en el sentido que beneficia al pueblo parecía estar pidiendo la venia de “constitucionalistas”, juristas o directamente del poder establecido, no fuera a ser que lo calificaran de “poder tiránico”.

El jueves el Banco Central (BCRA) bajó 10 puntos la tasa de interés y la llevó al 70 por ciento anual, con lo cual el rendimiento de los plazos fijos y otros instrumentos financieros en pesos se sitúan bien por debajo de la inflación. Se trata del tercer recorte de tasas desde que asumió Milei, y es visto como una torpeza que sólo apunta a sostener la obsesión del superávit fiscal.

La entidad que comanda Santiago Bausili explicó que la medida se sostiene en virtud de “la desaceleración de los precios, la estabilidad cambiaria y la reducción de la base monetaria”. 

Lo cierto es que, como ya han señalado economistas de diversas extracciones, la baja de las tasas de interés en un contexto como el presente está lejos de ser un signo de buena salud económica, y estaría más relacionada con la necesidad que tiene el Central de pagar menos interés por los pasivos remunerados, incrementados al infinito por la gestión de Luis Toto Caputo.

Una voz autorizada, por conocer de cerca a Milei –fue socio y coautor de al menos un libro con él– y por provenir de la Escuela Austríaca, pero con cierta conciencia de la realidad, es el economista Diego Giacomini, quien advirtió sobre el balance del BCRA, que “se endeuda en 12.000 millones de dólares para quedarse con 6.000”.

Para Giacomini, ese deterioro se observa claramente en “los pasivos monetarios relevantes (medidos en dólares oficiales) sobre las reservas totales informadas”, y remarcó que “a final de diciembre de 2023, eran del orden del 215,7 por ciento, y al 31 de marzo de este año alcanzan el 234,7 por ciento”. Y explica que “el Gobierno emitió 9,4 billones de pesos para comprar 11.400 millones de dólares de reservas”, pero solamente se quedó con 5.918 millones de dólares (el 52 por ciento); con el 48 restante tuvo que dárselo al Tesoro (en realidad a Toto Caputo) para que compre deuda”.

El resultado: el pasivo del BCRA creció en dólares, en función de la base monetaria emitida para comprar dólares, los pases que emite, y los Bonos para la Reconstrucción de una Argentina Libre (Bopreal).

Los que hablaban de la bomba que dejaba activada Sergio Massa están empeñados en construir un artefacto financiero nuclear que amenaza con llevárselos puestos y hundir más en la miseria a casi toda la Argentina.

El peronismo como debate abierto

Ese embate que se propuso Milei encuentra al peronismo dando brazadas en aguas oscuras muy similares a las que se movían en remolino a la salida de la dictadura sangrienta iniciada en 1976. Derrotado, con su identidad en crisis, sin un liderazgo ordenador y más preocupado por los efectos del machacante discurso liberal –que comenzó a batir parches ni bien se enfrió el cuerpo del general Juan Perón– que por volver a sus orígenes.

Para el país liberal, el peronismo –siempre desde su surgimiento– es “el caos”, generador de la inflación, autoritario y violento, corrupto, incapaz de administrar sus pulsiones internas, ignorante de las reglas básicas de la sana economía –por cierto liberal–, propulsor de un Estado elefantiásico e ineficiente, usurpador de la propiedad privada, enemigo del mercado, incubador de un “comunismo” enmascarado en la aberración de la justicia social, una traba para las inversiones extranjeras, responsable de un desproporcionado empleo público –en los 70 aún no se usaba masivamente el término “ñoquis”–, la suma, en fin, de todos los males que aquejan a un pueblo sometido a los designios de un déspota que, encima, ya ni siquiera estaba vivo.

Cuando en 1976 José Alfredo Martínez de Hoz llegó de la mano de la dictadura para establecer las reglas del nuevo poder establecido, ya no existía la oligarquía vacuna sino otra, la agroexportadora y financiera, más sofisticada.

Aunque lo pregonara, ese poder no vino a achicar el Estado, mucho menos a hacerlo desaparecer, como quiere Milei. Esa nueva oligarquía –como su antecesora– nunca quiso un Estado chico, quiso un Estado para ella, que sirviera a sus propósitos de elite.

La dictadura fue una tremenda derrota para el modelo inaugurado en 1945, de la que el peronismo jamás se recuperó del todo, así como nunca pudo superar el duelo tras la muerte de Perón.

Y en aquellos años oscuros, particularmente en 1981, año en que el plan económico de Joe Martínez de Hoz comenzó a hacer crisis, el peronismo, en lugar de dar la necesaria batalla cultural, asumió que debía incorporarse a la partidocracia que siempre había combatido desde su llegada a la política nacional.

El movimientismo dejó paso a la reorganización de una fuerza que se sumaría a la Multipartidaria como un sello más, sin reproches a las fuerzas que la componían, casi todas cómplices del sangriento golpe que depuso a Isabel Perón y también partícipes de la infame Fusiladora de 1955.

La consecuencia de aquella decisión fue la primera derrota del peronismo en elecciones libres, a manos de un radicalismo que, astutamente, convenció al agotado pueblo argentino de la existencia de un “pacto sindical militar” que hubiese garantizado la impunidad de los genocidas. Ese error histórico jamás fue enmendado en las cuatro décadas que lleva el actual período democrático.

Es injusto achacar los desmadres electorales del peronismo a las experiencias de los últimos 20 años, pero en modo alguno hay que minimizar los errores de esa etapa.

Lo que sí es preciso evitar es el olvido de los diferentes estadios por los que pasó el peronismo desde 1983 a esta parte. Es imperdonable la falta de ejercicio histórico de una dirigencia que parece preparada para analizar, cuando no comentar, sólo la coyuntura, como si el peronismo y la política no debieran dar explicaciones de lo realizado –y lo que se dejó de hacer– en las cuatro décadas que lleva este proceso pos dictadura.

Las ofertas electorales –nominales y programáticas– del peronismo desde el retiro de la última junta militar fueron: Ítalo Luder; Carlos Menem; Eduardo Duhalde; Néstor Kirchner; Cristina Fernández; Daniel Scioli; Alberto Fernández y Sergio Massa.

Quienes sostienen que la responsabilidad de la falta de organización popular, acompañamiento de la militancia y la consecuente carencia de acumulación de poder en la que incurrió el peronismo tiene su explicación en el olvido de las bases por parte de La Cámpora y el Evita y los movimientos sociales de origen peronista, omiten que los únicos golpes de timón que dio el justicialismo en estos 40 años de democracia luego de ser derrotado por primera vez en las urnas fueron la Renovación (Antonio Cafiero, José Luis Manzano, Menem, Carlos Grosso y José De la Sota, entre otros), el menemismo y el kirchnerismo. Sería muy interesante sacar algunas conclusiones al respecto.

La caracterización de la Década Menemista en términos casi exclusivamente económicos y financieros le impidió al peronismo decodificar los cambios políticos al interior de su seno, en términos de formación –o deformación– de sus cuadros, concepción de la política de masas, relación con el movimiento obrero organizado, y abordaje del nuevo fenómeno de la desocupación, con la creación de movimientos que nacieron para paliar aquella crisis pero, voluntariamente o no, la institucionalizaron.

En la misma línea, la descripción del período kirchnerista en términos casi exclusivamente económicos –nivel de salarios, nivel de consumo, recuperación de empleo genuino, etc– impide desglosar las carencias en torno del mito de Sísifo del peronismo histórico: la restricción externa que sobreviene luego de cada ciclo virtuoso de crecimiento con inclusión social. Esa tarea está pendiente.

Si, nuevamente, se dejara de tomar nota de estos y tantos otros elementos que han atravesado al peronismo en estas cuatro décadas de democracia, será muy difícil reconstruir el movimiento nacional, que surja un liderazgo con capacidad de conducción del mismo y con un programa que pueda derrotar las variantes más furiosas que plantea la clase dominante a la comunidad. Tal vez se necesita más peronismo, volver al peronismo que abraza y contiene. Ese debate está abierto.

A apenas dos meses y poco de cumplirse medio siglo de la desaparición física de Perón, su legado se lo disputan iluminados “doctrinarios”, “progresistas”, neo renovadores, socialdemócratas y nostálgicos de fuerzas de izquierda que alguna vez acompañaron al movimiento nacional y hoy presumen que es hora de dar vuelta la página porque ese proceso está agotado.

Lo cierto es que si el peronismo no advierte –la CGT ya lo hizo– que esta ofensiva anarco libertaria, que tiene por objeto dar por resuelto aquel viejo empate histórico entre las fuerzas nacionales y el viejo programa liberal de entrega, no tiene otro destino que un estrepitoso fracaso, al que sólo puede aplastar definitivamente el modelo nacional propuesto por Perón, la Nación quizás no tenga otra oportunidad de realizarse.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 13/04/24

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