La fanfarria rosarina editó Salut y Parranda, registro antropológico que reúne temas de sus 15 años. Este sábado, en la Fiesta Bubamara, la orquesta asumirá el momento culminante de la noche y hacer bailar al público de pies a cabeza.

“Salut y Parranda en realidad es como decir: suerte”, revela Soledad, la mujer detrás del bombardino, uno de los tantos instrumentos de viento que predominan en Una Cimarrona, junto a la creciente presencia de lo percusivo y la inclaudicable sonoridad del violín.

A poco de salir su primer larga duración, este periódico dialogó con cuatro de los integrantes de la banda rosarina: Eduardo Vignoli, creador de la fanfarria y principal compositor (a cargo de la corneta); Daniel Chaya (derbake y cultura árabe), Soledad Cassini (bombardino e histórica dibujante) y Esteban Bozzini (clarinete). La excusa es la salida de su registro sonoro -una suerte de recorrido antropológico por la trayectoria de la formación- y su presentación en una nueva edición de las Fiestas Bubamara, que este sábado 28 de mayo se realizará en el teatro Vorterix y como corolario del show que dará en la ciudad el grupo uruguayo-argentino Onda Vaga.

La charla con Una Cimarrona fue en Al Hamra, un café de calle San Luis que se descubre en las profundidades de la galería San José, con música árabe de fondo, narguiles y degustación de anís.

—¿Qué significa este disco de estudio, teniendo en cuenta que recopila una trayectoria de 15 años?
—(Soledad) Pasaron personas, músicos, gente que volvió y se fue. Hubo también una decantación de temas que cambiaron, el disco es como un registro de un montón de tiempo.
—Hay que tener en cuenta que siempre lo fuerte de la orquesta fue el vivo…
—(Esteban) Principalmente porque empezamos a tocar en la calle; los boliches o las fiestas grosas se fueron dando porque lo de la calle se había agotado, es difícil llevar tanta gente a la calle. Al principio éramos 15 (Eduardo Vignoli corrige, y señala que fueron 17 los integrantes que comenzaron a tocar en la peatonal Córdoba, en los primeros tiempos). Terminamos tocando en fiestas, pero cuando se armó Una Cimarrona era la calle, el momento… Funcionó, y con el tiempo fue mutando. No a todos les gusta tocar de noche.
—¿Algunos quieren volver a la calle?
—(Esteban) Algunos sí. Pero hay que entender el momento de la banda, juntar diez personas para ensayar ya es difícil.
—(Soledad) También está la cuestión diurna, estamos con 15 años encima, mucho más ancianos, con niños; cambió la vida de todos. Entonces ahora estar a las 10 de la mañana en la peatonal está complicado para la mayoría, y hace 8 años que tocamos en fiestas, y el vivo tiene que ver más que nada con la identidad del grupo.
—(Daniel) En realidad está bueno pero estamos cansados -admite, y dispara alguna mueca cómplice entre sus compañeros-. Siempre tocamos tarde , a las 2 o 3 de la mañana, por nuestro fuerte de tocar en vivo, porque es lo que le gusta a la gente, pero a veces te comés una clavada: te citan a las 12 y terminás tocando a las 3 de la mañana.
—(Esteban) Es difícil porque estamos más grandes, o venimos de laburar; y las pruebas de sonidos son extensas, porque somos un montón.
—(Soledad) Acá en Rosario siempre hay un mismo formato, 3 ó 4 boliches que funcionan siempre igual y que se manejan con esos horarios. Se toca bastante tarde. A nosotros nos tiran para lo último. Lo que no se ve es que antes de llegar a las 3, estamos apolillando tipo 1 de la mañana, a la espera del show.
—(Daniel) Somos el plato fuerte de la noche porque siempre nos dejan para lo último. Está bueno a pesar de todo.

El disco es otra cosa

“Es un registro, un documento. Quizá un poco por eso agarramos algunos temas y otros se nos piantaron. Quedaron muchos afuera, y otros que sencillamente los fuimos dejando de tocar. Para mí, hay algunos que por suerte quedaron grabados que me parecen muy buenos, como Faltamos nosotros tres, que si escuchás el disco es como un descanso, tiene otro ritmo y notas largas, que no es común en nosotros, que siempre estamos ‘chaca chaca’; y también Imbailable, que es un tema muy especial, con una cosa rítmica que me gusta”, cuenta con detalle Soledad.
—¿Y para vos Eduardo, cuál es el desafío del disco?
—Yo digo que en casa de herrero cuchillo de palo. El disco un poco difiere con esa cosa en vivo que tenemos, se quiso lograr pero no pudimos, entonces se encaró de otra manera. En detalle, se grabaron referencias que sí fueron tomadas de un recital en vivo, ahí hubo un colorcito del vivo y después arriba se fueron agregando capas.. Todo en estudio. El Topo, -el baterista Jorge Weisemann- fue el primero en grabar y el que más se contagió de esa cosa en vivo. Por eso dijimos definitivamente que el disco es otra cosa, por eso tiene matices electrónicos, que no estamos usando en vivo.
—(Soledad) Primero, por obvias razones, el disco no se parece al vivo. Y después la realidad es que los temas han cambiado, está grabado hace un tiempo. A mí me gusta pero yo lo escucho y es como si estuviera escuchando otro grupo, no le encuentro mucha similitud. Te digo, reconozco algunos arreglos, pero los temas y el repertorio han cambiado. Del disco tocamos algunos temas, Newton; Alita; Tremendo T y Colectivo.
—¿Y cómo está la banda ahora?
—(Soledad) Cuando cambian integrantes va cambiando el sonido y algunos criterios. Por ejemplo, de tener bombo y platillo pasamos a tener batería, cambió drásticamente el grupo. Después entró el Dani con el derbake y uno empieza a armar los temas en función de ese instrumento, a los patrones que maneja. Ahora entró Vicente en percusión, con otros colores, un pequeño set con panderetas, bongó, y cárcavas (un llamativo instrumento muy presente en la zona de Marruecos, como el propio percusionista contó más tarde).

Bailar con pies y cabeza

“Aunque vos no lo creas la gente hace pogo, a pesar del machaque de los años”, asegura Daniel con respecto al ritual que genera en vivo y directo Una Cimarrona. De hecho, tiempo atrás, en el blog que tenía la fanfarria invitaban a poguear a señores y señoras de las cuatro décadas. “Lo del pogo a los 40 es un slogan que tiramos cuando tocamos en el club libanés”, recuerda Soledad.
—A pesar del despliegue que hacen en el escenario, cuesta aflojar al público, por lo menos al rosarino, aunque siempre sobre el final logran el cometido ¿A qué se debe?
—(Daniel) A veces estábamos tocando al palo y había público que no se mosqueaba, le costó a la gente entender la música.
—(Soledad) En un momento teníamos la sensación de que nos estábamos divirtiendo nosotros solos. La verdad es que la primera vez que vimos gente bailar fue en Buenos Aires, que venía de recital en recital, y una vez subimos y fue un escándalo de gente bailando. Y acá no nos pasaba, pero tal vez fue una cuestión de tiempo, no sé.
—(Daniel) Pasó lo mismo cuando tocamos en Córdoba, en la ciudad universitaria, me llamó la atención cómo se agitaba, depende el lugar y el ambiente.
—(Esteban) Uno espera salir y que se pudra todo, pero hay gente que ve la banda por primera vez y quiere escuchar. Por ahí no es la gente que está delante y se pone a bailar, es otra que después te dice que lo disfrutó. Porque no somos una banda de guitarra, bajo y batería, vos ves tantos instrumentos… Violín, clarinete, derbake, no hay muchas bandas así en Argentina, hay grupos que tienen vientos pero hay instrumentos como el bombardino, que la gente no está acostumbrada a escuchar, por ahí ahora un poco más.
—(Eduardo) Mucha gente está escuchando la orquestación. El hecho que casi no haya instrumentos armónicos, ni un bajo, ni una guitarra, hace una diferencia, por eso es difícil grabarlo. Es más difícil afinar y hacer bailar a la gente cuando no hay un instrumento armónico como es un bajo, con el cual te podés apoyar. Acá estamos medio en el aire todos, el bajo nuestro ahora es el bombardino, desde que dejamos de tener la tuba le agregamos el pedal, que es una salvación. Por empezar, te duplica un instrumento y te hace la nota más grave. Y cuando digo que no hay instrumentos armónicos, la armonía la hace cada instrumento, cada instrumento implica una persona y con el pedal estamos duplicando el bajo, tenemos el bajo humano y el bajo a pedal.

Un cuadro dentro de un disco

El arte gráfico de Salut y Parranda generó una discusión sana entre los numerosos integrantes de Una Cimarrona. Soledad, la histórica encargada de dibujar y colorear los movimientos de la banda, propuso esta vez al talentoso Max Cachimba. Nadie puso en duda el ingenio del postulado, pero algunos evocaron la obra de la mismísima bombardinista como justa y necesaria para la edición del disco. Cassini fue mentora del primer chanchito cimarrón que ilustraba al grupo y del pececito que bailaba en la portada de un maxi con tres temas, que la banda editó hace unos años, que incluía Faltamos nosotros tres, uno de los doce cortes del flamante disco que presentan por estos días. También dibujó el perro y el gato que fueron protagonistas de numerosos afiches del colectivo. “Los hice durante años, y un poco simboliza la relación que tenemos en la banda, jugamos con eso”, contó Soledad. Y sobre la elección de Cachimba, explicó: “Yo quería que el arte de tapa fuera otra cosa, me gustó no delegarla en cualquiera, Juan Pablo -en relación a Cachimba- es una persona que está vinculada con el grupo y la estética la vinculo con todo lo nuestro. Él tiende siempre a dibujar cornetas, culos (en el arte también hay embutidos). ¡Qué mejor! Incluso, le da un valor al disco.

Foto: Javier García Alfaro
Fotos: Javier García Alfaro

Soledad contó que la tapa -un bello cerdo trompetista y soñador, que asoma cuando se corre el telón- “es un cuadro que hizo Max Cachimba, que ya tenía dueño, nuestro amigo Marcos Buchín, el de la librería. Le pedimos digitalizar el cuadro que tiene en la cocina de su casa, para utilizarlo en el arte de tapa. Y Cachimba se comprometió a hacer el resto, el interior, el reverso; y le mandamos fotos de nuestros instrumentos para que haga su versión, los salames los hizo porque quiso, las botellas, los huesitos. A mí me fascina”.

Los primeros soplos

Una Cimarrona nació en los agitados días de 2001. Comenzaron a tocar en espacios públicos con la intención de ser una banda ambulante y no depender de la amplificación eléctrica. Se calcula que por la orquesta pasaron unos 27 personas en una década y media, y alguna vez contaron que la relación que entablaban con Control Urbano municipal, por aquellos tiempos, era la misma que tenía Don Ramón con el Señor Barriga en la vecindad del Chavo del 8. La génesis surgió de Eduardo Vignoli de vuelta en Rosario: “Hice un viaje a Europa y me incentivó a armar una banda de calle, con la idea de que sea ambulante, que sea como portátil. En Europa es muy común”, contó el trompetista, que es también productor de la banda. Y Soledad agregó:“Hay mucha fiesta de pueblo también en Centroamérica, o en países vecinos como Bolivia. Cuando empezamos a ensayar un chico que tocaba con nosotros vivía en Costa Rica y nos contaba que este tipo de formación, la fanfarria no militar, no marcial, tenía un nombre genérico, cimarrona. Así se llamaba a la gente aficionada que se juntaba y tocaba”, señaló. Y Esteban completó:“A nosotros nos encantó el nombre y es Una Cimarrona, y no la Cimarrona; es una más de todas las que hay”.
El histórico larga duración que Una Cimarrona lanzó recientemente contó, además de la de los entrevistados, con la participación de Germán el Chapu Puyó en trompeta, Franco Dolci en violín, Carlos Charly Bertolin en trombón, Jorge Topo Weisemann en batería y Germán Iluminati en eufonio. En la actualidad, Vicente se sumó a la percusión, se fue Carlos Bertolin y llegó el Turko Ska.

La Fiesta llegó

Eduardo Vignoli confiesa que le tiene un cariño especial a las Fiestas Bubamara, una movida que se inició hace una década a partir de la iniciativa de un grupo de amigos, en Buenos Aires, con una propuesta rítmica diferente: la música balcánica. La fiesta se movió a otros puntos del país, entre ellos Rosario y Córdoba. “En Córdoba me sorprendió la cantidad de gente -recuerda Vignoli-, cómo todos bailaban, todos agitaban; y yo lo pensaba en relación a Rosario: al rosarino le cuesta la música balcánica y deshinibirse”, afirma. Y Soledad va más a fondo: “Hay un problema con eso. Más allá de que es una ciudad rockera, se puso medio amargota, eso se fue afianzando con el cierre de lugares y con la imposibilidad de bailar que se impone”, espetó.
Aún así, este sábado 28 de mayo la fanfarria vibrará en el escenario del teatro Vorterix en una nueva Fiesta Bubamara, y después de la presentación del grupo Onda Vaga, que viene a despedir su último trabajo, Magma elemental. Los que vean el show de los surgidos en Cabo Polonio podrán quedarse a mover articulaciones, en otra noche donde la orquesta es el plato fuerte.

Nota publicada en la edición 249 del periódico El Eslabón

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