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El periodista porteño, amante apasionado del deporte de la redonda, repasa sus inicios en la profesión y esa búsqueda desenfrenada de historias para contar.

Ariel, como muchos pibes, relataba los partidos que jugaba y se devoraba todas las publicaciones deportivas que podía. Fanático de Racing, a los 20 años empezó a escribir en una revista de handball y no paró más. Cubrió un par de mundiales, los Juegos Olímpicos de la lejana Sidney y unas cuantas copas América. Publicó varios libros y ganó algunos premios, pero no perdió la humildad. Y mucho menos, ese deseo irrefrenable de perseguir historias que merezcan la pena narrar.   

Dénsela al 5

“Cuando yo era chico, o sea apenas un poquito antes que ahora, jugaba partidos con mis amigos, en soledad, o con mi papá; y a esos partidos los contaba, los relataba. Y en ese ejercicio está uno de los primeros entrenamientos para hacer esto”, dice de entrada el oriundo de Ciudadela (“En realidad nací en Capital, pero pasé toda mi infancia ahí”, se encargará de aclarar después). “Por otro lado –agrega–, mi papá me introducía mucho a la lectura en general y a la lectura de El Gráfico y de algunas publicaciones deportivas en particular, y eso me iba entusiasmando en este terreno. El mundo en el que yo funcionaba era un mundo de atención e invitación a la lectura, pero sobre todo de altísima invitación al deporte, asi que era casi un destino natural que me ocupara de esas cosas”.

Ariel admite que nunca practicó deportes “de manera federada”, pero que siempre jugó a la pelota, “sin asegurar el destino de la mayoría de los pases que di en mi vida, pero con el entusiasmo de dar esos pases”. “En esto hay jugadores profesionales y otros que jugamos en el campito; o abajo de la autopista, en estos tiempos porteños”, afirma antes de definirse futbolísticamente y con una buena dosis de humor: “Juego atrás, o medio tirado de 5. No recuerdo si alguna vez alguien tuvo la gentileza de hacerme jugar en otro sitio, donde tampoco hubiera hecho nada mejor”.

Escribir, soñar, ¿por dónde empezar?

A principios de los 80, y por invitación de un amigo, Ariel ingresó a estudiar al Círculo de Periodistas Deportivos. “Una experiencia sensacional fue hacer con mis compañeros del Círculo, muchos de los cuales son mis amigos hasta ahora, una revista que se llamaba El Handball”, rememora el autor de La patria deportista y de Wing izquierdo, el enamorado y La pasión según Valdano, y añade: “También escribí en revistas del ascenso, lo que me permitió conocer un montón de canchas. Ahí aprendí un montón, lo disfruté mucho y lo seguiría disfrutando”. Sin embargo, a este inquieto y amable hombre, le atraía ir más allá de la mera crónica de un hecho. “Me parece que eso siempre estuvo dando vueltas, sólo que a veces me animaba a publicarlo y otras no”, confiesa. “Conocí mucha gente, haciendo esta actividad, que me sugería que pensáramos a la comunicación y al periodismo como un espacio en el que si la historia no te capturaba era muy difícil que vos pudieras hacerla conocer. Que la articulación de la forma y el fondo era muy importante. Que sólo la forma no valía la pena, y sólo el fondo se volvía difícil poder comunicarlo. Entonces intenté parecerme a quienes hacían este tipo de periodismo. Y aunque no logré resolverlo como los tipos que me referencié, estoy siempre feliz de hacer el intento”.

Dinámica de lo impensado

Otro de los grandes aportes que hizo su padre fue regalarle Literatura de la pelota, libro del poeta futbolero Roberto Santoro, desaparecido durante la última dictadura cívico militar. “Eso me hizo ver que podía haber un espacio de expresividades del que yo salía y volvía mientras hacía la vida de cualquier tipo al que le gustaba ir a la cancha, al que le gustaba mucho leer e iba descubriendo mundos, no sólo en la literatura y el deporte”, señala Ariel, quien en varias oportunidades destacó que poder rescatar las historias de deportistas que fueron víctimas del terrorismo de Estado es una de las partes más placenteras de su laburo. “Mi papá también me estimuló mucho a leer a (Dante) Panzeri, que tenía un abordaje que realmente me pulía la cabeza y que es, sin lugar a dudas, una de mis grandes influencias”, asevera, y acota: “Lo mismo que Carlos Ferreira, Juan José Panno y Guillermo Blanco (El Gráfico), tipos que tenían una forma de contar las noticias que a mí me invitaba a pensar que había una manera linda de abordarlas; o los redactores brillantes que tenía la revista Goles Match, muchos de los cuales se volvieron compañeros míos y me permitieron encontrarle vueltas a los desastres que hacía yo”.

Más allá de las enseñanzas recibidas, Scher, que además practica la docencia, asegura que el aprendizaje no termina nunca: “Todo el tiempo descubro o encuentro gente que tiene formas narrativas extraordinarias, seductoras, novedosas, que me obligan a replantearme cómo escribir. Las lógicas comunicacionales de este tiempo hacen que algunas de esas referencias sean personas a las que no conozco y quizá no le vaya a conocer la cara nunca. Y uno aprende mucho también de aquellos a quienes formalmente considera alumnos”.

Fútbol, fútbol, fútbol

Más allá de que sea un buceador incansable de historias que trasciendan al juego propiamente dicho, Scher admite que consume todo lo que tenga que ver con el deporte más lindo del mundo. “Le presto mucha atención. Pese a la búsqueda de pensar esto como un fenómeno en el cual hay que observar dimensiones políticas, económicas, culturales, sociales, o todo eso en un solo universo; entiendo que para poder hacerlo hay que estar mucho sobre lo inmediato. Entonces miro muchos partidos, un poco porque disfruto de ese ejercicio, un poco porque es un hábito que tengo, y otro poco porque me da algo de pudor profundizar mi falibilidad si encima no miro las cosas de las que voy a escribir. Para mí el fútbol es un pretexto para vivir”.

Antes de despedirse, este hombre que en 2014 publicó Contar el juego, libro en el que repasa las biografías deportivas de narradores de la talla de Eduardo Sacheri, Roberto Fontanarrosa, Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain, Haroldo Conti, Adolfo Bioy Casares, Martín Caparrós y Rodolfo Braceli, destaca la pasión con la que se vive el fútbol en Rosario. “He ido a cubrir partidos, sobre todo de la Selección Argentina, y a ver a Racing muchísimas veces. También tengo un recuerdo muy fuerte de un partido de voley que se jugó en el estadio cubierto de Newell’s, el día que Argentina le ganó a lo que era Yugoslavia con un juego increíble de Hugo Conte, que me emocionó mucho. Sin embargo no tuve la suerte hasta ahora de poder asistir a un clásico rosarino”, confiesa con una mezcla de lamento y deseo, y añade: “Es un universo en el que no se puede hablar desde afuera. Si no se captura la lógica específica que late en esa ciudad, en torno del fútbol en general y del clásico en particular, no se entienden muchas cosas. La relación que tienen los rosarinos con el fútbol es un fenómeno que se entiende entendiendo a Rosario, porque vibra todo el tiempo y es algo muy seductor. Tengo muchos amigos en esa ciudad, incluso jugadores, y recuerdo haber charlado esto una gran cantidad de veces con el Negro Fontanarrosa quien, más allá de su identidad con uno de los dos equipos, hablaba mucho al respecto y te hacía reír y reflexionar sobre eso”.

Ellos quieren el poder

“El fútbol es un espacio en el que se disputa todo el tiempo. Es deporte y espectáculo central de este tiempo y sería ilógico que no se disputara poder. Y no lo digo sólo a niveles gubernamentales, porque se disputa adentro y afuera de los gobiernos”, dice Scher, poniéndose serio, ante la requisitoria de este cronista respecto de la actualidad del fútbol criollo y de la AFA. “Grondona, que construyó una manera de tener y ejercer poder largamente, hoy no está; entonces, ocupar ese lugar es un modo de disputar poder y estamos siendo testigos de una transición en ese terreno. No se ven formas muy renovadas de pensar qué hacer con el fútbol en Argentina en este momento, lo que se ve renovado es una disputa de espacio que estaba más o menos congelada”, resalta.

Ariel, que también participó de Pelota de Papel, libro de cuentos escritos por ex y actuales futbolistas, deja en claro de qué lado de la mecha se encuentra a la hora de pensar a los clubes como meras empresas: “En la Argentina hay núcleos que están en el gobierno, o muy próximos, que creen en la eficacia de las sociedades comerciales o en la transformación de los clubes en sociedades privadas. Yo no creo eso. Por eso me pareció muy interesante el referéndum que hizo Racing, hace un par de partidos atrás, en el que el 99 por ciento de las casi 5 mil personas que votaron, se opuso a esto de las sociedades anónimas. Soy un convencido de que los clubes son –y deben seguir siendo– asociaciones civiles que le pertenecen a los socios”.

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