“Nuestra profesión no es heroica. No somos héroes. Estamos narrando, escribiendo y documentando esta guerra que tiene años y ha empeorado. Es nuestro trabajo, así lo vemos”. Lucía, de 37 años, escribe desde Cualiacán, estado de Sinaloa, México. “Estamos trabajando en medio de una profunda tristeza”, advierte la periodista, editora del área de investigación del periódico El Debate, de su ciudad, donde el 15 de mayo acribillaron a su colega Javier Valdéz Cárdenas. “El asesinato de Javier Valdéz deja una profunda herida, pues era el periodista sinaloense más reconocido nacional e internacionalmente. Escogieron muy bien el blanco, se llevaron al mejor”.

Jesús Javier Valdéz Cárdenas, de 50 años, fue asesinado el mediodía del lunes pasado en Culiacán, Estado de Sinaloa, México. Javier Valdéz, como se lo nombra en las crónicas de su país, trabajaba en el semanario local Río Doce, del que era fundador. Y también era corresponsal para el periódico nacional La Jornada. El hombre también fue autor de varios libros. Su nombre, su trabajo, su recorrido, están ligados a lo mismo: el narcotráfico en su país. A través de las crónicas publicadas, se sabe que ese mediodía Valdéz fue interceptado por un individuo armado cuando se dirigía a la redacción de Río Doce. El periodista recibió varios balazos en la cabeza y el cuerpo y quedó tendido en medio de las calle céntrica Riva Palacio, a pocos metros de su trabajo. En la escena del crimen quedaron doce casquillos de arma corta.

Valdéz Cárdenas se suma a la lista que crecen día a día, mes a mes, en México: la de personas asesinadas, que incluye a seis periodistas sólo en 2017. Todas víctimas de una guerra contra el narcotráfico que no cesa y no da ninguno de los frutos que había prometido. Sino, todo lo contrario. Javier Valdéz es el sexto periodista asesinado en México en este año: van más de uno por mes.

Los testimonios de sus colegas lo recuerdan como un buen compañero, uno más. Destacan su risa, su amabilidad y generosidad, y que hacía bien su trabajo. También destacan que más de una vez hizo referencia al miedo que a veces le daba su trabajo. Cárdenas no era un héroe, era un trabajador de prensa más. “Era muy leído y reconocido fuera de Sinaloa. Manejaba excelentemente la crónica periodística y era un referente importante para nosotros. Su calidad humana era única. Era cariñoso, buen amigo, escuchaba y daba consejos a sus colegas”, recuerda Lucía.

La periodista de Culiacán cuenta que en su ciudad, la impunidad está por encima de la media de su país: es de un 99 por ciento, aproximadamente. “Los asesinatos nunca se esclarecen, no hay voluntad política ni siquiera para investigar casos. Hay mucha corrupción. Sinaloa es la cuna del Cartel de Sinaloa, uno de los más relevantes a nivel internacional. A raíz de la detención del Chapo Guzmán, este cartel se ha fraccionado y actualmente se vive una lucha interna. En este contexto, el periodismo es complicado porque el narcotráfico está inmerso en todas las capas sociales. Lo que quiero decir es que inclusive puede estar tu vida en riesgo por un tema o problema menor como lo es la calificación de un estudiante, pues dentro de las escuelas los jóvenes van armados, o bien son hijos de capos o trabajan para algún cartel en el narcomenudeo”.

El periodismo en tiempos de guerra narco

Noé Zavaleta vive en Xalapa, Estado de Veracruz. Tiene 36 años y es periodista, corresponsal del periódico Proceso, uno de los más críticos del país junto con La Jornada. De 2012 para acá, cada uno de esos diarios sufrió un par de bajas: Regina Martínez y Rubén Espinosa, de Proceso; Miroslava Breach y Javier Valdéz, de La Jornada. En agosto del año pasado, Noé Zavaleta publicó el libro El infierno de Javier Duarte. Crónicas de un gobierno fatídico, en el que relata las acusaciones que lleva encima el gobernador de Veracruz: corrupción, asesinatos, amenazas, etcétera. El libro no había sido presentado aún en su Estado y Noé recibió amenazas de parte del dueño de un periódico local mencionado en el texto. El joven periodista estuvo viviendo con custodia y al borde del exilio de su Estado por meses. Noé ya no tiene custodia. El gobierno federal se la retiró en enero de este año. “En un análisis de riesgo que hizo de mi caso determinó que ya no los necesitaba, pues «el riesgo» había disminuido. La realidad es que los quitó por una situación presupuestal. La Secretaría de Gobernación pagaba mis escoltas, pero también la de 120 periodistas más en el país. Como es año electoral, a más del 60 por ciento de los compañeros les quitaron escoltas y otras medidas de seguridad. Ayer, el presidente Enrique Peña Nieto determinó que volverán a darle presupuesto al programa de protección de periodistas. No le creí una sola línea, hace 45 días nos dijeron que ya no había «recursos» para el Mecanismo de Protección de Periodistas y Defensores de Derechos Humanos”.

El fotoperiodista Rubén Espinosa, asesinado en agosto de 2015, no sólo era compañero de Noé, sino uno de sus mejores amigos. “Después de su muerte me dije «no me pienso esconder debajo de la cama, hay que dar la cara». Vemos con tristeza que las cosas no han cambiado, que siguen peor, que siguen matando colegas. Y que sigue sucediendo en Veracruz, pero también en Guerrero, en Oaxaca, en Chihuahua, en Sinaloa, en todo el rincón del país. Uno trata de seguir adelante, autoenfriándose un rato, cuando la lumbre pasa cerca, cuidando cada línea que escribes, cuando escribes sobre narcotráfico pero también sobre corrupción del gobierno”.

Noé asegura que la muerte de Valdéz fue un golpe muy fuerte: el hombre de Culiacán era un emblema del periodismo mexicano, uno de los considerados intocables por las mafias, por un respeto hacía su trayectoria. “El golpe es letal por donde le mires. Vuelve el miedo, la rabia, la zozobra, el temor, el coraje, la frustración. Y vuelve la estúpida pregunta: ¿Quién es el que sigue?”, escribe Noé desde Xalapa.

Lucía dice que es complicado investigar temas relacionados al narcotráfico y al gobierno en su país, y que en muchos Estados predomina la autocensura. “Es una profesión que se vuelve complicada en entornos fuera de la Ciudad de México. A los periodistas los han seguido amenazando, o bien te demandan o te intimidan. En ciudades como Culiacán, de un millón de habitantes, es fácil conocer las rutinas de los periodistas, qué círculos frecuentan, dónde viven”. Lucía, sin embargo, no se planta distinta al resto. “Nuestro trabajo es escribir, documentar, investigar, analizar lo que pasa. Es lo que hemos hecho siempre, no somos héroes. Es importante que exista la libertad de expresión garantizada para lograr mejores gobiernos y calidad de vida”.

Una de las últimas preguntas que recibe Noé es por qué seguir insistiendo con el periodismo. ¿Vale la pena? Zavaleta responde y habla primero desde un costado romántico: la pasión y la vocación, salir a reportear, informar a los lectores qué es lo que está pasando, ser parte un poco de la historia inmediata. “Pero también está el otro lado, el emocional. Me ha tocado ver enterrar a muchos colegas, a mi amigo Rubén, a Moisés Sánchez, a Regina Martínez, y es un grado de frustración, coraje y rabia a mil que los hayas tenido que sepultar porque unas balas anónimas, unas manos oscuras, decidieron acabar con sus vidas. Ahí uno hace un poco de conciencia, y a veces dices: «vamos a seguir adelante por ellos», como ahora por Javier Valdez, quien reclamaba «no al silencio»”. Noé dice que no es valiente. El último acto de valentía que vio en su vida, asegura, fue cuando su equipo, el Club América, le dio vuelta un 3-0 a Cruz Azul, jugando de visitante. “Ha sido lo más valiente que me tocó ver el año pasado”.

Los “daños colaterales” de una guerra

Citlalli es una mujer de cuarenta años que vive en México DF. Es militante fundadora del Partido de la Revolución Democrática (PRD) pero pide que también se la mencione como activista en causas de derechos humanos. El martes pasado fue de las miles que se manifestó pidiendo justicia tras el asesinato de Javier Valdéz. “Fuí porque mis amigos cercanos son periodistas, y porque lo que está pasando en el país es muy delicado. Lamento que no cause tanta indignación que a diario muera tanta gente por una guerra contra el narco”.

Citlalli cuenta a el eslabón que la concentración del martes en el DF –que se replicó en todo el país– se hizo en una jornada calurosa en la que la sensación de tristeza e indignación ganó las calles. Y describe, desde la otra punta del continente, qué reclamaba la gente. Las consignas no difieren a las argentinas aunque las realidades sean tan distintas: “Ni Una Menos”, “Ni Uno Menos”, “Ni Un Periodista Menos” ganan las calles. “La convocatoria fue muy buena. La mayoría eran periodistas, locutores, madres de periodistas asesinados y familiares de desaparecidas o desaparecidos por la guerra contra el narco. El ánimo era de mucho dolor e indignación, y sobre eso fueron las consignas levantadas. La gente portó velas y fotografías con rostros de compañeros y compañeras periodistas. Todos clamaron por justicia, por la solución de cada uno de los asesinatos”.

“¿Qué tienen que saber los argentinos?”, se pregunta Citlalli desde el DF. Lo primero que dice es que en su país hay “una guerra que no tiene una estrategia bien planteada” y que tampoco hay “propuestas de una nueva política de drogas”. “Las políticas prohibicionistas han generado mayor caos y muertes”, remarca, y agrega: “El Estado «sacó» a los militares de los cuarteles y eso sólo generó mayor violación a los derechos humanos. Eso es lo principal: a diario mucha gente muere por esa guerra. Y a esas muertes las llaman daños colaterales”.

Fuente: El Eslabón

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