El artiguismo convocó a esclavos, a quienes previamente les otorgó la libertad, para que se sumen a las filas de su ejército revolucionario.
“Las revoluciones necesitan de masas. Luego de Mayo de 1810, el proyecto de los españoles era el de mantener sus dominios, mientras que la elite porteña de comerciantes y ganaderos buscaban sacarse el yugo español, pero mantener el poder”, explica Marcos Javier Carrizo, docente de Historia Contemporánea de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.
“Sólo el proyecto de los Pueblos Libres artiguista convocaba a ese llamado «bajo pueblo». Las masas reclaman por sus derechos, por la tierra y la libertad, exigen una revolución social”, indica el investigador.
“Artigas acepta en sus tropas a los esclavos que se han fugado y los incorpora como hombres libres. Más de 800 esclavos se escapan de Montevideo y se van con Artigas. El oriental fue comandante de frontera, en contacto con contrabandistas, indígenas, fugados, campesinos y esclavizados, los conocía por convivir con ellos”.
El susto de los miserables
“Eso asusta a los porteños que aspiraban a dominar todo el territorio, manejar el Estado y las rentas, además de tener ligazón con la potencia hegemónica que era Inglaterra”, remarca Carrizo, al iniciar su relato sobre esa participación de libertos y sus familias en esa lucha que los contenía.
Agrega que “el proceso artiguista se radicaliza y aparecen caudillos negros como Encarnación Benítez”, y remarca que ese apoyo popular, y la presencia de tropas portuguesas, ponen temerosa a Buenos Aires, entonces “le sueltan la mano”.
El sustento artiguista era el pueblo en armas, al que se le suman algunos estancieros y comerciantes que, cansados del monopolio porteño, veían en el proyecto de Artigas la posibilidad de beneficiarse económicamente.
Carrizo advierte que en ese enfrentamiento, con la Metrópoli, “algunos poderosos se pasaron al artiguismo para salir del poder central porteño”. Claro que “luego esas elites de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos se ponen de acuerdo con las de Buenos Aires”.
“Ya en 1815 era gobernador de Córdoba Javier Díaz, un gran esclavista con más de cien personas explotadas en sus estancias que el padre había comprado a los jesuitas”.
“Tras luchar casi diez años contra realistas, portugueses y los intereses de los grupos portuarios montevideanos y de Buenos Aires, el proyecto artiguista sufre la derrota de Tacuarembó, el 22 de enero de 1820”, explica el investigador.
A esa caída se suma el Tratado de Pilar, donde los gobernadores litoraleños Estanislao López y Francisco Ramírez acuerdan con Buenos Aires y dan la espalda al oriental para frenar a los portugueses.
“Artigas –relata el historiador– se asila en Paraguay acompañado de su tropa de lanceros, una guardia de negros. Esas doscientas familias quedan repartidas en Camba Cua, Asunción, otros terminan en Corrientes, como la familia Caballero”.
Tierra negra
Carrizo, en su Córdoba morena, libro que investiga la historia de los negros en su provincia, resalta: “Los afrocordobeses no fueron exterminados por las guerras, se mestizaron”. También indica que en los años 20 aparecen en las montoneras federales, eran parte de las clases populares”. Y adiverte: “Luego Artigas es sacado de la historia y recién en el siglo 20 lo van a uruguayizar, porque necesitaban una figura nacional en el país hermano”.
Sobre esa familiaridad y parecidos entre los orientales y nosotros, acota sobre la presencia negra: “Culturalmente somos parecidos, la presencia afro se da en el sur de Santa Catalina. Hubo un potente cimarronaje, muchas fugas desde Brasil los trajeron al escapar de la esclavitud”.
Carrizo, que nació en Córdoba, narra: “Mi familia tiene que ver con esas comunidades afros, pero fuimos blanqueados. Al terminar mi tesis, en 2010, mi hijo más grande tenía problemas de discriminación en la escuela. Entonces lo llevé a talleres con hermanos afro peruanos y hablamos con los tíos. Tenemos las tres raíces, la europea, la aborigen y la afro, que es muy visible en nosotros. Entonces empezamos una militancia que comienza en un auto reconocimiento. En 2013 armamos la Mesa Afro Córdoba (MAC) e integramos la Red Federal de Afrodescendientes del Tronco Colonial, con hermanos de Entre Ríos, Santa Fe, Chaco y Buenos Aires.
También advierte que “el negro ha tenidos ancestros esclavizados y hereda esa condición de pobreza. Hacemos los trabajos que hacían en la colonia, como vendedores y pregoneros que salían con sus bandos a informar al pueblo”.
En sus trabajos sobre censos de población y en el Archivo Histórico de Córdoba, explica que descubrió “la importancia numérica de los afrodescendientes en la población de la ciudad”. “Encontré que en 1840, la capital cordobesa tenía 40 mil habitantes; de los cuales más de la mitad eran afromestizos, según las categorías de pardos, zambos, sardos y negros esclavos”.
Kambá Kuá
Por su parte, el historiador Eduardo Nocera, en su obra Quién es Artigas. Viajando tras sus pasos, al recorrer durante años los territorios de los Pueblos Libres, sigue la huella del oriental en Paraguay. También, al indagar sobre la fuerte presencia de los afrodescendientes en la región, registra testimonios de los descendientes de aquellas tropas morenas.
“Ellos, el pueblo de Artigas de piel más oscura y pelo enrulado, que recibieron cien hectáreas de tierras de cultivo en las populosas barriadas, hoy llamadas Kambá Kuá y la vecina comunidad de Laurelty, y permanecieron aquí practicando lechería, agricultura y cría de ganado menor, a unos 15 kilómetros de Asunción”, indica.
Y agrega que “los afroparaguayos descendientes de aquellos lanceros y lanceras afroorientales, que se asilaron en 1820, son los negros de Kambá Kuá (el agujero de los negros). Con ellos, entró una imagen del Rey Baltazar”, quien convocaría cada 6 de enero a las ceremonias de la memoria y la identidad.
Un grupo subversivo
“No eran esclavos”, advierte Nocera, pero el mariscal paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, también nacido un 6 de enero, no quiso que se establecieran a voluntad, prefirió tenerlos aislados pues “constituían un grupo potencialmente subversivo”.
“Muchos descendientes de los artiguistas luego serán briosos soldados de la causa paraguaya, como los morenos del Batallón 6 Nambi´í y perecieron en la guerra, hasta tal punto que muchos paraguayos creyeron que no había más negros en el país”, subraya el historiador.
En ese batallón Nambi´i (“orejas negras”), combatió el sargento Cándido Silva y fue condecorado por el Mariscal López por su bravura en los combates. Silva, uno de los pocos que sobrevivieron, al regresar a su Laurelty (valle) trabajó para levantar el Oratorio de San Baltazar y la cancha del Club 6 de Enero, instituciones populares de la barriada.
Pero, sobre la historia del barrio moreno, “al desarrollarse el Gran Asunción, sus tierras ganaron valor inmobiliario y fueron desposeídos de forma violenta en un 90 por ciento de sus terrenos por el Estado, con expropiaciones y ventas”, explica Nocera en su libro. Hoy, señala que “le quedan sólo 7 hectáreas, pero parte de los terrenos que eran suyos quedaron baldíos y los ocuparon con plantación de mandioca”.
En esa misma zona, Nocera registró a los descendientes de los compañeros de Artigas, a quienes en los años 90, “el gobierno colorado de Wasmosy los acusó de terroristas y fueron apaleados por la policía y desalojados”.
A pesar de la invisibilización y el silencio, el investigador remarca el “amplio reconocimiento del Ballet Folclórico del Kambá Kuá, integrado por una treintena de bailarines y músicos adultos, jóvenes y niños de la barriada, que en espectáculos de danza presentan su tradición cultural”.