El presidente Macri llegó a la provincia a levantar su lista de postulantes al Congreso. Antes lo hicieron varios ministros del gabinete. La apuesta a la marca Cambiemos antes que a los –desconocidos– integrantes de la nómina. Broncas entre la UCR y el PRO. Y la identificación del Mal: la mafia de los trabajadores y los impuestos asesinos.

En un último intento por resucitar al desfalleciente candidato desconocido, el presidente Mauricio Macri pasó por Santa Fe a oxigenar a Albor Nicky Cantard, cabeza de la lista de postulantes de Cambiemos a la Cámara de Diputados. Tres días antes lo había hecho el jefe de Gabinete, Marcos Peña, también en la capital provincial; y en la jornada anterior fue el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, quien lo paseó por una obra aún inconclusa de Rosario, que para colmo inició el kirchnerismo. Con todo, esos apoyos lucieron más eficientes que el de Elisa Carrió, quien también viajó a Rosario con ánimos resucitatorios al inicio de la campaña pero oscureció el albor del candidato al llamarlo Quico en vez de Nicky, exponiendo involuntariamente que tampoco ella lo junaba, como la mayoría del electorado santafesino.

Si bien en la provincia se cumplió la orden de la Casa Rosada de inscribir una lista única del oficialismo en cada distrito, la interna entre el PRO y la UCR se exhibe igualmente en la campaña. Los macristas rumian pullas contra sus socios radicales, particularmente dirigidas al jefe de campaña, el intendente santafesino José Corral. Que, enfatizan, fue quien entronizó a Cantard en el primer lugar de la lista, que el PRO se disputaba –en su propia interna, que la tiene en la provincia– entre el sector del diputado nacional Luciano Laspina y el del legislador provincial y presidente del partido, Federico Angelini.

Las quejas son por descoordinación y ausencia de un eje de proselitismo claro, que ha llevado a que los candidatos, en ocasiones, hagan campaña cada uno por su cuenta, sin saber qué hacía el otro. Y también por cierto acento siestero en la dinámica impuesta a la caminata provincial.

Los radicales corralistas –si se permite el neologismo– también tienen quejas para sus pares macristas. Que los dejaron solos, que nadie el PRO se pone la campaña al hombro ni utilizó el año y medio de gobierno nacional para ensanchar la estructura local. Desavenencias propias de un matrimonio por conveniencia.

Marca y polarización

 

Pero la Casa Rosada se puso al hombro el último tramo de la campaña hacia las Paso, que se celebran el próximo domingo, y en las que –como se dijo– Cambiemos ofrece una sola lista, sin internas.

Las principales figuras del gobierno llegaron a la provincia en la que el candidato adolece de conocimiento social y, tal vez, ese insumo irremplazable en los comicios: votos.

La apuesta oficialista consiste en instalar la marca Cambiemos, independientemente del postulante. El que quiera el cambio que vote a Quico, perdón, a Nicky. O, mejor dicho, a la lista de Cambiemos.

Como en la provincia de Buenos Aires, donde está aterrada por el fantasma de Cristina Fernández, la Casa Rosada busca polarizar la elección en Santa Fe, pero con otro contendiente: el Frente Progresista, oficialismo en el pago chico.

Eso explica la acusación de Carrió contra el ex gobernador Antonio Bonfatti de proteger narcotraficantes. Y los dichos de Macri, el lunes pasado en la capital provincial, pidiéndole al gobernador Miguel Lifschitz que apruebe normas que rieguen los brotes verdes, en vez de secar con su demora la selectiva chacra de la economía macrista.

En la misma línea apuntó el ministro de Interior y Obras Públicas, Rogelio Frigerio, quien tras recibir en su despacho a la intendenta rosarina, Mónica Fein, le recriminó el déficit municipal y provocó un breve tole tole polarizador.

Con lista única en las Paso, Cambiemos enfrenta en Santa Fe, de todos modos, dos desafíos el domingo 13 de agosto. Uno es crucial: que la nómina que lidera Cantard sume más adhesiones que la del radical Jorge Boasso, excluido de la interna oficialista mediante oportunos empellones reglamentarios.

Si el concejal rosarino, que finalmente es candidato a diputado nacional por el frente Unite, consigue un mejor desempeño que Nicky, el Servicio Meteorológico Electoral pronosticará oscuros nubarrones para los comicios generales del 22 de octubre.

Quedaría plasmado, en ese hipotético escenario, que la interna radical entre Corral y Boasso se dirimió en favor del que ostentaba menor capacidad electoral, restándole chances al Gobierno nacional de realizar una performance que le permitiera mantener el caudal que Macri obtuvo en las presidenciales de 2015. Hasta que no se terminen de contar los votos de las Paso, esa hipótesis es mera futurología.     

El otro desafío de Cambiemos, más modesto, consiste en que su lista de postulantes a la Cámara baja del Congreso consiga un caudal de votos que le permita exhibir un lugar expectante con miras a las elecciones generales de octubre.

Es decir que, como habitualmente se señala, las Paso sean una encuesta real que posicione al oficialismo nacional con chances de dar pelea en Santa Fe.

Libreto único

El lunes pasado, Macri llegó a la ciudad de Santa Fe con el mismo propósito por el que había enviado a sus ministros: un RCP electoral al candidato de Cambiemos.

Corral cumplió su parte: llenó con sus seguidores las dos tribunas del estadio cubierto de Unión habilitadas para “la gente”, mientras que el piso de la cancha de básquet se completó con dirigentes, candidatos y asesores de la alianza gobernante, rodeando el escenario 360 que es lo último en humanización de la política.  

Allí, el presidente ni mencionó a Cantard, que brindó un breve discurso antes de que llegara el jefe del Estado, quien se privó de escucharlo. No fue mala onda. Recordemos que lo que vende es la marca Cambiemos, no el desconocido modelo santafesino que utiliza el envase.

El Gobierno decidió nacionalizar la campaña –el cambio vs. el oprobioso y atemorizante pasado– y hacia allí se dirigió Macri, coacheado hasta en los silencios y los gestos.

“Cuando escucho a aquellos que nos gobernaron durante tantos años, decirnos que ellos tienen soluciones, ellos, que lo que nos dejaron son problemas y ruinas, no lo puedo creer”, sostuvo el presidente en el estadio cubierto tatengue.

“Ante tantos pronósticos catastróficos que hacen, uno lo que empieza a sentir es que quieren que nos vaya mal a los argentinos, para ellos recuperar el poder”, aseguró.

Sin mencionar a ninguno, dijo que los opositores “vuelven con el miedo y con los pronósticos, las cosas horribles que nos van a pasar”, y contrapuso a esos malos augurios un discurso de esperanza hacia el futuro.

Alguien descubrió que las que pronunció en Santa Fe, fueron las mismas y exactas palabras que el presidente dio unos días antes en la apertura de la exposición Rural, en el barrio porteño de Palermo, donde es más local que en la cancha de Boca.

Incluso, el video que puede verse en las redes sociales, muestra que cuando dice “no lo puedo creer” hace el mismo gesto con la mano izquierda alzándola hasta la altura de la cabeza, como dándole cuerda a la testa en señal de “estos están todos locos”.

Los ejes del mal

También repitió en Santa Fe, Macri, los nueves ejes de su discurso. Que ya no son los originarios, aquellos de unir a los argentinos, pobreza cero y combatir el narcotráfico. Este último es el último sobreviviente de la tríada.

Para 2017 la posición oficial viró hacia la polarización entre argentinos –mediante la maniquea división entre los buenos y los malos, los honestos y los ladrones, los que abrazan el cambio y aquellos que prefieren hundirse en la opacidad del pasado–, y la lucha abierta, sin cuartel, contra lo que “nos está matando” y “las mafias”.

La primera de las batallas, para vencer lo que “nos está matando”, es muy singular. Según dijo el presidente en Santa Fe, lo que nos quita la vida son los impuestos.

“Tenemos que seguir bajando los impuestos, los impuestos nos están matando a los argentinos, están matando a la producción, a las ciudades”, afirmó.

Desde fines de 2015, cuando asumió Macri, existen menos gravámenes que antes, cuando la presión fiscal no se la emparentaba con la guadaña de Tánatos.

La misma presión impositiva que permitía altos niveles de consumo, crecimiento modesto y bajo porcentaje de desempleo, ahora, nos mata. Una de las primeras medidas del gobierno de Cambiemos fue, justamente, eliminar los derechos de exportación (retenciones) a algunos cultivos del agro, y reducir el porcentaje de otros, como la soja.

En rigor, la identificación de los impuestos como viles criminales procura, en el discurso oficial, crear las condiciones para una reforma impositiva. Que, si bien es necesaria en el país, difícilmente el Gobierno la piense en términos de sumar presión a los sectores de mayores ingresos y rentabilidad y suavizarla sobre los menos pudientes.

El otro Mal identificado en la palabra presidencial, bajo la forma de “mafia”, son los juicios laborales, y los abogados laboralistas que los impulsan.

“Lo otro es la mafia de los juicios laborales, que también no está matando”, apuntó Macri. ¿De qué se trata? De “un conjunto de vivos que convencen a un empleado de una Pyme y ese empleado le firma un papelito y al tiempo se lleva un cachito y el resto se lo llevan los abogados”, iluminó.

Eso tiene otros efectos: “¿Y qué pasa?, pierden el trabajo los diez o quince que trabajan en la Pyme porque cierra”. Para Macri, “es criminal lo que están haciendo” ya que “destruyen nuestro futuro” por lo que, lógicamente, “hay que darles batalla”.

“Por eso –completó el presidente– Santa Fe tiene que adherir a la ley de riesgos del trabajo, para que no puedan hacer lo que nos están haciendo”.

Diáfano como un amanecer sin nubes. El problema de la Argentina son los trabajadores, precisamente aquellos que inician demandas para tutelar sus derechos, y de ese modo, “mafioso”, interponen escollos ineludibles a la marcha de la Patria hacia su destino de grandeza.

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