En uno de los tres países más seguros del mundo, junto a Cuba y Uruguay –con estadísticas certificadas– desde Blumberg en adelante, los mismos compañeros, permeables a las campañas nos decían “pero no podés negar el problema, hay que admitirlo y abordarlo”. Hace poco nomás toda una masa militante nacional popular lloró en Arsenal una derrota incomprobada. Le avisábamos que faltaban los sufragios de la Tercera Sección Electoral y decían “bueno, pero esto no se puede negar”.
Lo señalamos varias veces: a muchos de los que alzan el cartel “Clarín miente”, cada vez que los medios concentrados desarrollan una operación comunicacional, los embocan. Pero hay algo más: cansa un poco escuchar compañeros que viven en estado de alteración permanente por “lo que dicen los medios”. Llaman, escriben, vienen y disparan “pero viste lo que están diciendo”.
La argumentación es sólida y razonable: tenemos que ver, que leer, que escuchar lo que plantean esas corporaciones, para poder accionar en consecuencia, para poder rebatir su accionar. Si, puede ser. Pero de ahí a creerles hay un tranco muy leve. Nos gustaría, entonces, señalar algunas cosas.
Como periodistas tenemos que ver muchos productos que no nos gustan pero ameritan su conocimiento. Sin embargo, como consumidores de medios todo el mundo tiene derecho a desintoxicarse; a limpiar su estado de ánimo y abordar los medios que le generan información adecuada y, aunque pueda resultar enojoso admitirlo, placer.
Es un dislate que tantos amigos se “enfermen” emocionalmente por consumir realizaciones que envenenan sus vidas y difuminan su capacidad de comprensión. Esto abre hacia otro debate muy atractivo sobre el sentido profundo de un medio con línea editorial nacional popular: a nuestro entender el primer objetivo es llegar a los referentes de base, a los organizadores, para que tengan elementos en su diálogo cotidiano.
Es habitual escuchar a compañeros de medios con incidencia escueta señalar que aspiran a “llegar al gran público”. El “gran público” es una dimensión inabarcable y segmentada, habitualmente idealizada y dependiente de la admisión registrada precisamente por las grandes corporaciones de la comunicación. Las cosas no funcionan así.
Este es un país donde los modestos Cuadernos de Forja siguen orientando el pensamiento nacional popular. No menos de la mitad de las voluntades políticas en el orden general. Su debilidad ante La Nación y La Prensa de entonces era aún más marcada que la de los actuales espacios propios ante los conglomerados. Créase o no. Podemos explicarlo técnicamente.
Lo que hay que admitir es que un medio no transforma la realidad. Apuntala, en todo caso, modificaciones que van surgiendo en el seno de un pueblo. El periodista no es tan importante. El medio, aunque a veces lo parezca, tampoco. Entonces, sin ignorar los debates nacionales, es recomendable limitar con firmeza el consumo personal de diarios, webs, canales y radios oligárquicos.
Lo sugerimos, como punta de una discusión apenas, conociendo su interioridad y los resultados de su labor sobre la psiquis de buena gente vapuleada por esos medios. Atenti, que así como hay tareas colectivas, también hay determinaciones personales intransferibles: negar la mentira puede ser una decisión saludable. Y cada compañero vale mucho como para que evitemos señalar esto y facilitemos su envenenamiento.
(*) Director de La Señal Medios y del área periodística de Radio Gráfica.