El editor de deportes de Página 12 y director de la revista Fierro, es un apasionado del fútbol y autor de varios textos que giran en torno al mundo de la redonda. “Para nosotros, jugar a la pelota de pibes era una actividad natural”, sentencia.
“Se habla cada vez más sobre/de fútbol, probablemente porque el fútbol es –a esta altura del universo y de la historia mediática– algo que, por invasión prepotente en la cotidianidad del mundo entero, ya no se puede evitar. Se lo menciona en toda circunstancia, aunque más no sea para quejarse de omnipresencia, para putearlo por desnaturalizado, para declararlo insoportable. Ya se habla del fútbol como del tiempo, es conversación de ascensor, segunda opción en los velorios, y primera entre padres e hijos incomunicados de por vida. Es así”, escribía hace unos cuantos años Juan Sasturain, nacido el 5 de agosto de 1945 en Adolfo Gonzales Chaves, una pequeña localidad al sur de la provincia de Buenos Aires que actualmente cuenta con algo menos que 10 mil habitantes. Y hoy, pese al indefectible paso del tiempo, y sobre todo en este país, sigue siendo así.
Jugar a la pelota
“A mí me tocó ser pibe a fines de los 40, principios de los 50. Vivía en un pueblo chico del interior de la provincia de Buenos Aires, y como mi papá trabajaba en el Banco Provincia, vivíamos en distintos pueblos cada tanto. Y en esa época, los chicos salíamos a la calle a jugar a la pelota, que era una actividad natural”, rememora de entrada Juan Sasturain, coautor –junto a Daniel Arcucci– de La patria transpirada, una maravillosa reseña de las participaciones argentinas en los mundiales de fútbol, desde 1930 hasta 2010, pero aclara: “Nosotros íbamos a «patear» o a «jugar a la pelota», no al fútbol. La palabra fútbol se reservaba para las transmisiones deportivas, lo que escuchábamos por radio”.
“Jugábamos en la vereda, en los espacios libres, en cualquier parte, en el living de tu casa cuando llovía. Y con cualquier cosa: con pelota de plástico, de goma, de trapo”, sigue hurgando entre sus recuerdos el ex jefe de redacción de las inolvidables revistas Humor y Superhumor, y agrega: “Otra forma de acercarse al fútbol era ver partidos, y la única era ver a los clubes de tu pueblo. Y la otra manera, con la que te hacías hincha de los equipos, era escuchando los partidos por radio y/o leyendo después los diarios del día siguiente o El Gráfico tres días después”. Y hablando del momento en que uno adopta los colores que signarán su camino pasional, Juan afirma: “Yo soy hincha de Boca porque un día le pregunté a mi viejo de qué cuadro éramos, y me dijo de Boca. Tenía 4 años cuando mi viejo me regaló una camiseta, porque me acuerdo que Boquita se había salvado del descenso en el 48/49, jugando en el último partido contra Lanús. Eran esas camisetas de piqué, que por aquel entonces me quedaba bastante grande, y todavía la tengo guardada, ahora con manchas de aceite, huevos fritos, porque no me la sacaba ni para morfar”.
Este hombre que en 1981 le dio vida –junto al dibujante uruguayo Alberto Breccia– a la historieta Perramus, que llegó a ser premiada por Amnesty International, remata: “El fútbol era una experiencia cotidiana de todos los chicos. Desde los recreos, cuando jugábamos, hasta cuando te juntabas con amigos a escuchar los partidos, porque no había tele, y capaz te agarrabas a trompadas discutiendo por un penal que nadie había visto. El fútbol, en aquel entonces, era un relato. Era el relato de la radio, pero también el de tus padres, de los grandes, que te transmitían la historia, los apodos, la mitología”.
El jugador del pueblo
“Aún hoy escribo los goles que quise hacer alguna vez y gambeteo las novelas que me cuesta terminar”, confió alguna vez Sasturain, aunque algunos goles llegó a gritar. “Yo de muchacho jugué mucho al fútbol, porque me las rebuscaba en los equipos de cada pueblo donde me tocó vivir”, dice, y detalla: “En mi adolescencia, hasta los 18, vivía en Coronel Dorrego, cerca de Bahía Blanca, y jugué en el club Independiente, equipo con el que salimos campeones de la liga local. Después me vine a Buenos Aires, a estudiar Letras a la UBA, donde años más tarde me recibí, y de paso me fui a probar. Tenía un tío que trabajaba en la subcomisión de San Lorenzo, pero obviamente no me daba para jugar ahí ni por puta (risas). Ya era un poco grande y tenías que ser muy bueno para que te fichen. Después pasé por Independiente de Avellaneda, de donde también me echaron (más risas), hasta que fui a Lanús y ahí no me echaron. Pero estuve un tiempito nomás (llegó a firmar contrato), porque yo tenía que estudiar. Era un chico de clase media al que sus padres le bancan los estudios, así que opté, o la realidad optó por mí, y abandoné la posibilidad de jugar al fútbol profesional”.
Tras confesar que después siguió despuntando el vicio en la facultad y distintos ámbitos, “hasta que las rodillas me dijeron basta”, Juan indica que “jugaba arriba, de delantero. Me tocó jugar más por afuera, por izquierda, aunque soy derecho”.
A la hora de rescatar futbolistas que lo deslumbraron, el conductor de los programas televisivos Continuará… , en el que recorre la historia de la historieta argentina, y Disparos en la biblioteca, sobre el género policial nacional, asevera: “De pibe disfruté mucho de jugadores de Boca de los 60, como (Silvio) Marzolini; el peruano Julio Meléndez, que era un central extraordinario; el Beto Menéndez; Rojitas; Federico Sacchi. He disfrutado, y sufrido mucho también, a jugadores de San Lorenzo. Los Carasucias, que jugaban verdaderamente bien, el Loco Doval, el Toscano Rendo, el mismo Bambino Veira, que era un centrodelantero formidable. Y en los 70 vi equipos de Boquita que jugaban muy bien y que quizás no fueron campeones, como el de (Alfredo) Di Stéfano, el de (José María) Silvero, y el de Rogelio Domínguez. Y por supuesto tuve la suerte de verlo al Diego, tanto en Boca como en la Selección, y no hace falta decir lo que fue como jugador. A nivel internacional, de los mejores que he visto puedo nombrar a Pelé en la final de la Libertadores 1962, contra Peñarol en cancha de River, que le vi hacer un gol extraordinario, y también lo pude ver en vivo a Zidane, en toda su plenitud, y creo que después de Diego, en los últimos años es el mejor jugador de los que vi”.
Escribir, soñar
“Desde pibe fui muy lector y leía todo lo que se me cruzaba”, responde Sasturain ante la consulta sobre los orígenes de su idilio con la literatura. “No había una contradicción entre quedarse adentro leyendo o ir a jugar. Hoy se dice que los chicos no leen, porque están todo el día encerrados frente a una pantalla, y eso es todo una falacia. ¡Cómo si antes leyeran mucho, en vez de estar delante de una pantalla! Yo podía estar mucho en la calle y jugar, porque vivía en un pueblo, pero por otro lado leía como un desaforado. Al principio historietas y después de todo”, argumenta, y cierra la idea: “Disfrutaba mucho leer y por eso me largué a escribir de chico también, en la adolescencia. Fue una fuerte vocación, primero la de lector y después la de escritor, porque uno trata de reproducir ese placer. Yo creo que uno escribe las cosas que uno querría leer”.
En cuanto al encuentro de sus dos pasiones, las letras y la pelota, Sasturain explica: “Los primeros textos que escribí sobre fútbol son los que están en el libro El día del arquero (1986). Son textos que escribí en el 81 u 82, en la postrimería de la dictadura, en una revista efímera que dirigía José Pablo Feinmann. Me preguntaron de qué me gustaría escribir y les dije de fútbol, aunque escribía de otras cosas que nada que ver. Entonces empecé a escribir una serie de textos sobre los distintos puestos en la cancha. Agarraba una posición, y escribía un delirio. Lo más lindo fue que la ilustración corrió por cuenta del Negro Fontanarrosa, uno de mis grandes amigos”.
Igualmente, Juan se encarga de aclarar: “No es que leo literatura futbolera, como tampoco leo literatura policial. Yo leo autores. Que escriba de fútbol no quiere decir que la literatura vinculada con el fútbol sea una literatura que a mí me interese particularmente. Me interesa un texto de Soriano o de Dolina, pero no porque sea de fútbol, sino porque escriben bien. Lo que a mí me interesa de cualquier escritor es el texto bien escrito, y a veces alguno de ellos, que incluso algunos han sido mis amigos, también escriben o comparten conmigo entre tantas pasiones la futbolera. Yo leo todo tipo de cosas, como escribo de todo tipo de cosas”. Y va por más: “Nosotros, a diferencia de generaciones anteriores, no le hemos hecho un vacío a la cultura popular. Como nos criamos con los espectáculos y la música popular, y a todo eso lo utilizamos luego en nuestra escritura, supimos prestarle atención a los fenómenos populares. Hemos tenido un concepto más amplio de nuestra cultura, de los valores de la creación, de la identidad de los países, que no pasan solamente por las bellas artes, sino por un montón de expresiones más que incluyen indudablemente al fútbol. Por eso, cuando nos ha tocado escribir o ser docentes en la facultad, incorporamos esos valores y esas prácticas a nuestro trabajo”.
Por último, y ante el pedido de mencionar referentes literarios, el autor de Los dedos de Walt Disney, Los sentidos del agua y La mujer ducha, entre muchas otras grandes obras, reseña: “Leo de todo y me gusta de todo. He pasado de Madame Bovary (de Gustave Flaubert) al Gordo Soriano, de Homero a Celedonio Flores, según las circunstancias, las alternativas, los momentos, uno disfruta de absolutamente toda la literatura. Hace poco Alfaguara reunió y publicó todos mis cuentos, 66 escritos que van de los años 80 hasta ahora, y ahí se aprecia la heterogeneidad y de cuántos lados distintos vienen las influencias: lo alto y lo bajo, la lengua de la calle y la lengua más literaria, lo que viene y lo leído, todo junto y todo mezclado. Y eso creo que también es una marca generacional”.
Este hombre amable, que se ríe en varios tramos de la charla, y que se jacta de tener la edad del peronismo por haber nacido en el histórico 1945, tiene un cuento que termina con una definición irrebatible. En una discusión futbolera, que lo tiene como protagonista y narrador, un amigo sentencia: “El último centrojás fue Perón”.
Fuente: el Eslabón.