La denominada reforma laboral, que esconde tras ese nombre el mayor intento de precarización de los derechos y conquistas de los trabajadores desde la creación del peronismo, quedó empantanada en el Congreso nacional gracias a la resistencia del movimiento obrero organizado, que desde abajo le marcó la cancha al mismo tiempo al gobierno de Mauricio Macri, al triunvirato que dice conducir a la CGT, y a la dirigencia política del peronismo en general.
El gobierno de la alianza entre el PRO y la Unión Cívica Radical había programado que el miércoles pasado la infame iniciativa obtuviera dictamen favorable, y así poder tratarlo en el recinto la semana próxima. Sin el apoyo del bloque Frente para la Victoria-PJ, Cambiemos no pudo emitir.
¿Cómo se llegó a la conferencia de prensa en la que el titular de esa bancada Miguel Pichetto –quien por ahora oficia como puente con el Ejecutivo– anunció que la “reforma” quedará para 2018? Según el actor que se consulte, varía la respuesta, pero existe un común denominador: la fortísima resistencia puesta de manifiesto esta semana que concluye por parte de la Corriente Federal, las dos CTA y el moyanismo hizo poner las barbas en remojo a la política.
Las infames claves del proyecto macrista
Para los gremios, hay un núcleo duro de la reforma que cuestionan sin atenuantes. La reforma, consideran, le pone límites al principio de irrenunciabilidad de derechos adquiridos y favorece la presión patronal a los trabajadores para que renuncien a mejoras o conquistas.
Además, aborrecen las pasantías, que con la excusa de impulsar el empleo joven lo precarizan, lo que es considerado por la Corriente Federal, Moyano y las CTA como un liso y llano “fraude laboral”.
Por otra parte, rechazan el abaratamiento de las indemnizaciones por despido, que deja afuera de la base de cálculo tanto aguinaldo como bonos, lo cual le resta carácter disuasorio a las cesantías, y la creación de fondos de despido solventados por el propio trabajador es otro de los puntos cruciales, pese a que la negociación del triunvirato habría morigerado o eliminado ese ítem.
El otro punto que no toleran es la eliminación de la corresponsabilidad de las empresas que tercerizan, otro de los tópicos que la cúpula cegetista ya habría despejado del proyecto original, porque afecta en forma notoria el modelo sindical por rama o actividad.
No vender la piel del oso antes de cazarlo
Cuando la semana pasada el gobierno de Mauricio Macri dio por acordado con la CGT su proyecto de enviar conquistas y derechos de los trabajadores al siglo XIX a través de la máquina del tiempo que insiste en hacer funcionar en el Congreso, una miríada de voces se alzó hablando de que “el sindicalismo” había “entregado” a los trabajadores.
Más allá del error de meter a todo el movimiento obrero en la misma bolsa, cuestión que en muchos casos más que un error constituye una opinión interesada –ya sea en términos ideológicos o de mero prejuicio– lo cierto es que muchas veces lo que se cuestiona es casi la razón de ser del sindicalismo, que es la defensa de los trabajadores a través de la negociación.
No es menos cierto que históricamente en esa negociación se han cedido derechos, que se han confundido los enemigos, e incluso que las cúpulas han sido funcionales a los gobiernos de turno y a los poderes económicos que siempre los sustentan.
Sin embargo, habría que recordar que en toda la historia del movimiento obrero organizado, cada vez que su cúpula se desvió del objetivo central surgió un sector desde su mismo seno, con consecuencias diversas, desde la fractura de la CGT hasta la consolidación de líneas internas que resistieron con firmeza los ajustes.
El lunes pasado, dos hechos políticos resultaron determinantes a la hora de la postergación del debate en el Senado del proyecto de precarización laboral del macrismo. Por un lado, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en el Encuentro de Mujeres Peronistas del Norte Grande realizado en Tucumán, rechazó de plano las reformas laboral, previsional y tributaria. Dentro del peronismo político, fue la primera voz que se alzó para confrontar en toda la línea el intento del macrismo. No habló de cambios en la iniciativa de Cambiemos. No planteó remiendos ni modificaciones al proyecto de ley. Sentenció que esas reformas “son tres patas de un mismo proyecto que apunta a destruir derechos”, y se preguntó: “¿Qué es este apuro repentino de tratar todo? ¿Miedo a qué y a quién?”.
Pero además, puso el dedo en la llaga, al salir al cruce de quienes, como Pichetto, intentan polarizar entre un presunto peronismo del futuro y el que encarna el pasado, con la ex mandataria como protagonista. CFK aclaró: “El peronismo y sus aliados tienen la obligación de debatir esto. Nos quieren peleando entre nosotros, conmigo no cuenten para eso. Que no me vengan con Cristina sí o con Crisitna no, venime con trabajadores sí o con trabajadores no”.
Precisamente, los trabajadores de la Corriente Federal Sindical (CFS), en ese momento, desarrollaban en Luján un plenario del que participaron 1.200 delegados. Fue en ese marco que se produjo el anuncio de una marcha hacia el Congreso para enfrentar la reforma.
La presencia del secretario gremial de la CGT, Pablo Moyano, quien anticipó que a esa movilización se sumarán “otros sindicatos que integran el Consejo Directivo” de la central de trabajadores, tuvo un impacto decisivo hacia el interior de la CGT.
La creación de hecho de un frente contra la precarización laboral con tres patas –la CFS, el moyanismo y las dos CTA– diseminó en todo el escenario político la certeza de que el movimiento obrero será un hueso duro de roer para el macrismo en su etapa de intento de demolición de derechos y conquistas laborales.
Del encuentro encabezado por el bancario Sergio Palazzo, además de Moyano, también participaron Hugo Yasky, de la CTA de los Trabajadores, Rubén Ruíz, del gremio de Gas, en nombre de la CTA Autónoma que conduce Pablo Micheli, y fue notoria la presencia de los dirigentes políticos Jorge Taiana, Carlos Tomada y Héctor Recalde, claros representantes del peronismo kirchnerista.
Dos significativos hechos políticos que anticiparon lo que ocurriría el miércoles, cuando Pichetto debió salir a anunciar que el tratamiento del proyecto oficialista pasaba para el año próximo. Muchos macristas entendieron que antes de vender la piel hay que cazar el oso
El enojo de Pichetto con los gremios
Pese a la ostensible presión que significó el pronunciamiento de Luján y el posicionamiento de CFK en Tucumán, luego del fracaso macrista en el Senado, los medios hegemónicos y algunos funcionarios y legisladores le adjudicaron la postergación al “peronismo”, no a los gremios que convocaron a la movilización frente al Congreso.
Incluso, lejos de consultar a las voces más confrontativas, los principales medios recurrieron a la de los triunviros cegetistas Carlos Acuña, Juan Carlos Schmid y Héctor Daer. Los dos últimos no están en la Argentina, ya que viajaron a Roma para participar de una jornada organizada por el Vaticano con sindicalistas de todo el mundo.
El Cronista, para citar un ejemplo, reprodujo declaraciones de Daer a Télam. El dirigente de la Sanidad aseguró que con el proyecto acordado con el Poder Ejecutivo “no se perdió ningún derecho”, y de paso aprovechó para anunciar que la próxima semana “se van a seguir negociando matices que quedaron pendientes” en la reunión de la Comisión de Trabajo y Previsión Social del Senado.
Pero el problema es que Pichetto reclamó que la CGT “unifique en una sola voz si hay voluntad de avanzar en la reforma”. Enojado, el jefe del bloque FPV-PJ apuntó sus cañones contra Pablo Moyano, de quien dijo que realizó “comentarios improcedentes”. El camionero había echado un manto de sospecha sobre la discusión del proyecto macrista, deslizando –sin hacerlo explícito– similitudes con la Ley Banelco, como se conoció el presunto pago de sobornos durante el debate de una iniciativa similar en tiempos del gobierno de Fernando De la Rúa.
Pero lo más importante es que Pichetto sangró por la herida, y al justificar la postergación del tratamiento de la reforma, ensayó varios argumentos. Por un lado, explicó: “Decidimos postergar el tratamiento de este tema hasta la nueva conformación del Senado y hasta que la CGT unifique en una sola voz si existe voluntad de avanzar en la reforma laboral”.
Pero el senador rionegrino, quien antes de la conferencia de prensa ya había puesto al tanto de la decisión del bloque al ministro de Trabajo Jorge Triaca, se hizo el rudo, y les advirtió a los gremios que “no usen al Senado como elemento de choque frente a un tema de gran importancia”, e incluso fue más allá: “No se va a avanzar en reformas para que después vengan con discursos por izquierda o críticos, porque eso no lo vamos a tolerar”.
Pichetto dijo que los integrantes de su bancada están “dispuestos a discutir con el Gobierno y con el mundo del trabajo de cara a la sociedad, y esperamos que los acuerdos alcanzados se puedan llevar adelante, y que los representantes de la CGT vengan al Senado y expongan”, pero si algo quedó claro es que su plan era otro, y que quedó desbaratado por la resistencia de los gremios “díscolos”.
Otro aspecto que quedó despejado es que Pichetto no tiene problemas ideológicos con la reforma propuesta por Macri, y que lo único que le molesta es que lo corran por izquierda. Tomarse el trabajo de explicarlo no era necesario.
Derrota
Para los medios oficialistas y para el Gobierno, “la gota que colmó el vaso fueron las declaraciones de los dirigentes cegetistas desde el Vaticano desmarcándose del acuerdo que habían sellado con el ministro de Trabajo, Jorge Triaca”, como intentó describir el diario La Nación.
El matutino de los Mitre reflejó en una frase de Daer ese desmarque: «Vamos a plantear algunos matices que aún quedaron y después los legisladores tendrán que decidir». Para La Nación ese párrafo fue el que “disparó el malestar de Pichetto y definió la suerte del proyecto”.
Clarín prefirió señalar, como ningún otro medio, que el gobierno de Macri sufrió una derrota. Debajo del título “Senado: el peronismo frenó la reforma laboral por las diferencias en la CGT”, en la primera frase del primer párrafo del cuerpo central de la nota, describió: “Derrota momentánea, pero derrota al fin para la Casa Rosada”.
El diario que conduce Héctor Magnetto reflejó con inusitada claridad el estruendoso traspié de Cambiemos: “La intención original del oficialismo había sido sacar el dictamen del proyecto el miércoles pasado en el Senado. Como eso no fue posible, buscó darle despacho el martes próximo para darle media sanción en la primera semana de diciembre, es decir antes de que Cristina Kirchner ocupara su banca”. Y acto seguido, sentenció: “Pero ninguna de las dos alternativas fue posible”.
Lo cierto es que las corporaciones patronales ya están apretando fuerte para que el Gobierno pise el acelerador y saque a como dé las reformas, y si el Ejecutivo decide obedecer, deberá incluir el proyecto en el temario del llamado a sesiones extraordinarias.
Clarín recuerda que “en la nueva configuración del Senado, el oficialismo contará con una bancada más grande, pero igual deberá alcanzar un acuerdo con al menos un sector del pejota para aprobarla (a la reforma)”.
Como mínimo, a los sectores empresariales más retrógrados y a las fuerzas políticas asociadas, la precarización laboral les va a resultar carísima en términos de opinión pública, que en varios relevamientos se ha expresado rotundamente en contra.
Pero de máxima, el esperpento de retrocesos en derechos y conquistas que el pueblo trabajador logró a lo largo de décadas no pasará de las criminales intenciones de sus progenitores.
En estas mismas páginas se dijo hace poco –recordando la batalla de Stalingrado– que, “como el alto mando alemán, el gobierno de Mauricio Macri ha decidido ir por el petróleo del Cáucaso. Ha tomado la decisión estratégica de desatar una ofensiva fenomenal sobre el último gran escollo que lo separa de la restauración completa del modelo de coloniaje oligárquico: el movimiento obrero organizado, sus derechos y sus conquistas, esto es, la columna vertebral del peronismo”. Esta semana, la “reforma laboral” quedó empantanada como cuando las lluvias del otoño ruso detuvieron a los Panzer alemanes en el barro. De allí en más, el Tercer Reich no paró de rodar por una pendiente que culminó con su derrota total.