Sustraer del análisis político el Paro Internacional de Mujeres del pasado jueves, además de imposible resultaría canallesco. Lo que se vio y lo que quedó invisibilizado explica en qué cancha se juega el partido contra el patriarcado. Algunos olvidos imperdonables también.
Año tras año el Día Internacional de la Mujer suscita discusiones memorables, posicionamientos maximalistas, visibiliza lo mejor y lo peor de ambos géneros, pero en modo alguno debe dejarse de lado el sentido último de una lucha en la cual las mujeres enseñan –a menudo en forma magistral– cómo jugar las fichas en el resbaloso tablero de la política.
Porque más allá de cualquier malentendido, más acá de las buenas o malas intenciones con que muchos hombres opinan en torno de lo que evidentemente desconocen, las mujeres lograron, una vez más, inteligentemente, que por semanas, y con consecuencias políticas concretas, la lucha contra el arraigado patriarcado se instale en el corazón mismo del poder establecido, y consiga que el mismo también exhiba lo peor de sí, aún cuando se vea obligado a ceder parte de su capital simbólico y mucho del fáctico.
Lo cierto, lo contundente, lo concreto, es que tan sólo en Buenos Aires 500 mil mujeres, lesbianas, trans y travestis marcharon desde plaza de Mayo hasta la plaza de los Dos Congresos con reivindicaciones que supieron instalar al tope de la agenda pública. Decenas de miles de manifestantes abarrotaron las calles de Rosario, y el paro de mujeres tuvo una importante adhesión en diversos lugares de la Argentina.
Las dirigencias políticas y gremiales deben asumir que la pertinaz demanda del colectivo feminista, trans, lésbico, logró que la despenalización del aborto trepara en esa agenda pública incluso de la mano del régimen que lidera Mauricio Macri.
Y quienes temen que la manipulación del gobierno de Cambiemos desvirtúe esa lucha, ignoran que la coyuntura dejará paso al debate, y a éste sobrevendrá una votación en la que se le verán los rostros y las manos –alzadas o escondidas– a la totalidad de legisladoras y legisladores del Congreso nacional cuando deban votar el proyecto que, con 71 firmas, ya ingresó a la Cámara de Diputados.
Ésa es una victoria de ese colectivo, movilizado, dispuesto a llevar el debate al corazón del dispositivo de medios hegemónicos que da cobertura y blindaje al régimen macrista, y que en éste tópico debió defender la decisión oportunista e hipócrita del Presidente.
Macri intentó enarbolar una vez más una bandera distractiva, que arrojó al aborto legal, seguro y gratuito como bomba de humo para tapar el saqueo que lleva a cabo junto a su gabinete de CEOs. El tiro le salió por la culata, y en el mismo discurso de apertura de sesiones ordinarias ya adelantó que está “a favor de la vida”, y sus secuaces legislativos ya no saben cómo disfrazar su rechazo a la despenalización del aborto, y los medios ya dieron paso a los “especialistas” de siempre, que abogan por los derechos del feto e, incluso, de los embriones.
La visibilización de los desesperados reclamos ante la imparable ola de femicidios es otra de las victorias de las mujeres en lucha permanente, oscurecida, es cierto, por las relativizaciones infames de comunicadores retrógrados, de medios que usan el lenguaje para victimizar a los victimarios, o para despojar de sus derechos a familias o sobrevivientes de las víctimas de la ferocidad machista que sigue cobrándose las vidas de mujeres de todas las edades y condiciones.
No dar lugar a una nueva teoría de los dos demonios
Sin embargo, el peligro que encierra ubicar de un lado a los hombres y del otro a las mujeres, sin distinciones, puede promover otros equívocos, y divide al campo popular por género, abre falsos enfrentamientos y unifica en un mismo campo a mujeres opresoras con las oprimidas.
La experiencia de los organismos de derechos humanos en la Argentina demuestra que la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia no tuvo su enemigo más poderoso en las cohortes de genocidas y las falanges que integraban sus apologistas, sino en una clase política que dio soporte a la teoría de los dos demonios, con terroristas asesinos ideologizados de un lado y terroristas de Estado del otro.
Esa idea anidó con mucha más intensidad y fuerza en buena parte de la sociedad que la incontrastable e indiscutible tesis de que el terror estatal no tiene parangón posible y es un crimen contra la Humanidad, imprescriptible, imperdonable.
La Shoá judía, el genocidio armenio, el argentino, son ejemplos de ello, y nadie que no sea negacionista pone esto en discusión.
El riesgo de que la lucha emancipatoria de las mujeres tengan su teoría de los dos demonios no es descabellada, y el huevo de la serpiente parece estar incubándose desde hace tiempo: en un rincón, las feministas extremas, en el otro el machismo retrógrado; de un lado, la “muerte al macho”, del otro, “nadie menos”, y así, hasta la exasperación.
La lucha por desprenderse del ancestral poder patriarcal no tiene de un lado mujeres y del otro hombres. Es más, no hay chances de aplastar el patriarcado si no se toma conciencia de que el mismo es sostenido por las clases dominantes, en las que conviven en opíparo festín hombres y mujeres que sojuzgan, explotan, oprimen, alienan y matan a millones de mujeres y hombres.
Ése poder permanente, esas clases dominantes, atesoran con gusto determinadas reivindicaciones de género que les representan un costo infinitamente menor que el que les depararía resignar parte de la monstruosa renta que le birlan a las trabajadoras y trabajadores de todo el mundo.
Pero nada como la definición de una mujer, en este caso Andrea Ximena Holgado, periodista y docente Investigadora en la Universidad Nacional de La Plata, quien opinó: “Si las compañeras luchadoras sociales por la emancipación no damos una disputa fuerte de sentido del amplio intento de definición del término feminismo, vamos a quedar presas de los sentidos del poder. Tal vez haya que buscar un concepto político ideológico que no intente unificar a opresoras y oprimidas. Por más derrota del patriarcado que se plantee, la lógica del capitalismo se come políticamente las luchas por la emancipación de la mujer”.
Holgado, tensando la cuerda, graficó, en diálogo con El Eslabón: “Hoy (por el jueves de la marcha) ví una mujer que llamaba a pintar con aerosol las lentes de los fotógrafo hombres. O sea, la herramienta de trabajo de un compañero. Vi posteos como ése y más violentos y graves que ése, y compañeras celebrando. Hay que tener cuidado…nada es inocente”.
Miradas en torno de una lucha justiciera
Tal vez el aspecto menos difundido de los reclamos femeninos es el vinculado con la desigualdad salarial, y eso es así debido a los intereses económicos que afecta, pero también aparece como el menos evidenciado o el que se percibe con menor énfasis en el discurso de buena parte de las organizaciones de mujeres.
Acaso en este punto es donde surgen divergencias mayúsculas entre las propias mujeres: ¿la lucha de género se circunscribe al aborto despenalizado y al fin de la violencia machista o incluye con fuerza la disputa con el poder económico? En otras palabras, ¿existe la igualdad de género sin trastocar el núcleo de poder dominante, que en muchos casos está encarnado en mujeres con inusitado poder?
Es interesante la mirada de Machocho Fernández, cuadro de la izquierda nacional, peronista, quien aborda la lucha de género desde una perspectiva algo diferente a lo que se viene escuchando en los últimos días: “La irrupción de la «lucha de género» en todo Occidente es una de las tantas trampas seductoras del sistema, que no adopta formas represivas contra las capas medias, semi ilustradas, sino más bien les presenta una cara amable, de comprensión hacia temas tales como la desigualdad patriarcal o el calentamiento global”.
En su cuenta de la red social Facebook, Fernández agrega: “Que las damas millonarias de Hollywood sean la usina principal de ello, es un dato que no puede pasar desapercibido. Mujeres a las que el latrocinio que sufren millones de mujeres hiper explotadas en la periferia, no les importa, porque el mismo sistema que lo provoca es el que a ellas les garantiza su nivel opulento de vida, desde cuya seguridad lanzan sus anatemas”.
Para el dirigente peronista, “la lucha por la igualdad de género, por la salud reproductiva, por la justicia social, es una lucha anti sistema. Todo lo demás, es corrección política de ONG”.
Y el sistema, en ese sentido, muestra cómo –con astucia, con habilidad– aprovecha los intersticios que dejan a menudo las grandes luchas: el Gobierno bonaerense, por ejemplo, no descontará el día a las mujeres que se adhirieron al paro del 8M. En cambio, sí lo hará con los haberes de las docentes que hagan o hayan hecho paro por reclamos salariales. Pocas veces se pudo ver con tanta claridad el aleteo del buitre sobre la presa como en este caso.
Ana Testa, ex detenida durante la dictadura, luchadora incansable en defensa de los DDHH, marchó en su pueblo, San Jorge, donde el año pasado, cuenta, no había más de 20 mujeres. Se le pregunta, ¿y éste año?: “Esta vez fueron 200, que es como decir 400 mil en Buenos Aires. Ahora, cuando se comenzó a cantar el hit del verano, quedamos 30”.
La justicia que conlleva la lucha de las mujeres por desprenderse de la milenaria opresión patriarcal merece aportes diversos. La académica feminista estadounidense Nancy Fraser eligió un párrafo del pensador, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek como epígrafe de un artículo con título sugestivo: “De cómo cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo”.
Žižek dice: “La lucha feminista se puede articular en una cadena con la lucha progresista por la emancipación, o puede (y de hecho funciona) como una herramienta ideológica de las clases medias altas para reafirmar su superioridad sobre las clases bajas «patriarcales e intolerantes»”.
Fraser no es una advenediza en lo que hace al feminismo. Profesora de Ciencia Política en el New School University de Nueva York, se las ha tenido que ver con el patriarcado yanqui, y en más de una oportunidad eso le costó mucho más que diatribas de foristas de medios digitales, como para comparar con actuales angustias.
La nota se publicó originalmente en el periódico inglés The Guardian, data de 2013, la traducción pertenece a Lola Rivera, y en uno de sus párrafos la autora señala: “Como feminista, siempre he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra crítica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de desigualdad y explotación”.
Anticipándose en un lustro a las expresiones del “Me too” de las grandes entregas de premios en escenarios estadounidenses, Fraser postula: “En un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una «amistad peligrosa» con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado”.
La autora amplía su tesis: “Esto podría explicar por qué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los «cuidados» y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia”.
En otro de sus párrafos más elocuentes, Fraser sentencia: “Rechazando el «economicismo» y politizando lo «personal», las feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de género. El resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia, para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha sido un enfoque sesgado hacia la «identidad de género», a costa de marginar los problemas del «pan y la mantequilla». Peor aún, el giro del feminismo hacia las política de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad social”.
Puede sonar disruptivo con la resonante victoria de este 8M. No debe ser leído en esos términos sino en otros, que apuntalan la lucha de género, pero para que la misma se juegue en la cancha de la disputa contra los poderes hegemónicos. La alternativa es que se juegue en el césped del núcleo de poder dominante, que se permite a sí mismo conceder un lugar a la protesta, pero que en el fondo quiere fragmentar esa lucha, permitir que se visibilice, pero con el afán último de diluirla y sepultarla.
Esos olvidos, esas ausencias
Una de las organizaciones convocantes a participar del 8M, “Ni sumisas ni devotas”, divulgó a través de las redes sociales un hermoso afiche con un mapa de Sudamérica, que llevaba sobre toda su superficie las imágenes de mujeres luchadoras, símbolos de victorias o derrotas, pero que dejaron su huella en la larga historia por acabar con el patriarcado. Rigoberta Menchú, Frida Kahlo, la Comandanta Ramona, Juana Azurduy, Mercedes Sosa, Violeta Parra, y muchas más.
Una usuaria de la red social Facebook se permitió opinar sobre un par de ausencias: “En este afiche por el dia de la mujer omiten a Evita, cuando no existe ninguna mujer en la historia de toda la humanidad que haya conseguido más que ella para sus pares.Que no nos tomen distraídas. La discriminan por MUJER PERONISTA. Como a Milagro Sala”. Claro, la líder de la agrupación Tupac Amaru tampoco estaba en el afiche.
Tal vez la autora del posteo, desde su corazón peronista, haya exagerado, y sea necesario recordar a muchas otras mujeres que aportaron a sus pares la dignidad de sus luchas. Ningún luchador podrá omitir el valor, el coraje y el aporte a la emancipación de mujeres y hombres que encarnó, para citar sólo un ejemplo, Rosa Luxemburgo.
Pero conviene recordar a quienes sí tienen la memoria frágil, que mientras en muchos países del mundo, incluídos los Estados Unidos y la mayoría de los de Europa, la mujer no tenía aún derecho al voto, un día de septiembre de 1947 Eva Perón dirigió este mensaje que quedará grabado a través de las generaciones en los corazones de las mujeres argentinas: «Mujeres de mi Patria, recibo en este instante de manos del Gobierno de la Nación la ley que consagra nuestros derechos cívicos, y lo recibo ante vosotras con la certeza de que lo hago en nombre y representación de todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria».
Evita no fue feminista, pero sólo quienes desconocen el espesor de su pasión pueden pensar que en estos días de lucha por la emancipación de la mujer, la Abanderada de los Humildes no marcharía junto a sus pares o apoyaría esas batallas.
Eva, que no comía vidrio, llegó a decir, como buena adelantada a su tiempo: “El partido femenino que yo dirijo en mi país está vinculado lógicamente al movimiento Peronista pero es independiente como partido del que integran los hombres… Así como los obreros sólo pudieron salvarse por sí mismos, y así como siempre he dicho, repitiendolo a Perón, que «solamente los humildes salvarán a los humildes», también pienso que únicamente las mujeres serán la salvación de las mujeres. Allí está la causa de mi decisión de organizar el partido femenino fuera de la organización política de los hombres peronistas. Nos une totalmente el líder, único e indiscutido para todos. Nos unen los grandes objetivos de la doctrina y del movimiento Peronista. Pero nos separa una sola cosa: nosotras tenemos un objetivo nuestro que es redimir a la mujer”.
Fuente: El Eslabón.