La eyección de Rex Tillerson del Departamento de Estado y el arribo de Mike Pompeo al diseño de la política exterior yanqui desde el máximo despacho de la CIA, debe preocupar a Latinoamérica y en especial a Venezuela. A la cúpula de La Compañía llega una mujer acusada de torturas en centros clandestinos de detención.
Orlando Avendaño, uno de los tantos columnistas venezolanos opositores al gobierno chavista, egresado de la gorila Universidad Católica Andrés Bello y redactor del PanAm Post, el pasado 28 de enero escribió desde Caracas un artículo que tituló, sin vergüenza alguna, “El gigante despierta: EEUU decidido a lograr un cambio de régimen en Venezuela”.
La primera frase de esa pieza periodística, contaminada de expresiones de deseo pero con información provista por la inteligencia yanqui, daba pistas de por dónde andaría el resto del texto: “Hoy ya no es un disparate afirmar que el cambio de régimen en Venezuela es una de las prioridades de Estados Unidos. Con las últimas noticias que salen de Washington ya no hay duda”.
Avendaño le otorgaba una importancia decisiva a la desaforada arenga pronunciada por Donald Trump en agosto del año pasado, cuando bramó: “Tenemos muchas opciones para Venezuela… No dejamos a un lado la opción militar. Es nuestro vecino. Ustedes saben, tenemos tropas en lugares del mundo que son muy lejos y Venezuela no queda muy lejos”.
No es que el periodista venezolano antichavista tenga importancia mayúscula, pero de hecho la lógica y los elementos incluidos en su diagnóstico encajan perfectamente con el ordenamiento que la inteligencia norteamericana le brinda al “caso Venezuela”, y los últimos sucesos cierran de algún modo esa espiral narrativa.
Que haya elegido la frase de Trump, pronunciada en medio de uno de los tantos embates de un sector de la inteligencia yanqui para vincular su llegada a la Casa Blanca con el Kremlin, y la llegada este martes de la cúpula de la CIA al Departamento de Estado son partes de un mismo rompecabezas, de una interna entre tiburones que se saldó a favor de los estrategas de Langley, que hace rato pugnan por ser quienes diseñan la política exterior norteamericana, algo a lo que el empresario a cargo del Ejecutivo yanqui se oponía pero a lo cual finalmente cedió.
El que sale
Algunos observadores aducen que la salida de Tillerson del Departamento de Estado obedece a la mala relación que éste tenía con Trump, a lo que suman una profunda oposición del ex CEO de Exxon a las políticas proteccionistas del mandatario norteamericano. Ambos son datos constatables, y el segundo puede reforzarse si se toma nota de otra eyección producida en el Gabinete estadounidense hace apenas unos días: la de uno de los más cercanos consultores que Trump tenía en economía: Gary Cohn, otro fan de las economías abiertas.
Para sostener, quizás, esta tesis, los dichos de Trump sobre el retiro del ex funcionario pueden echar cierta luz. Donald sentenció: «En realidad me llevaba bien con Rex, pero tenía una mentalidad diferente, un pensamiento diferente».
Sin embargo, no habría que dejar de colocar una ficha al desequilibrio presupuestario que la administración produjo en favor del complejo militar-industrial y en desmedro de la diplomacia (léase Departamento de Estado), sector al que se le birlaron casi 20 mil millones de dólares para el ejercicio 2019. Al mismo tiempo, el Pentágono recibirá un 13 por ciento más de presupuesto para el mismo período. Trump ya dejó de lado la idea de que la industria civil por sí sola pueda ser la locomotora del crecimiento y el desarrollo de la economía norteamericanos.
Un factor determinante –no se descartan otros– que podría considerarse es el fracaso en la política de inoculación a los países aliados en América latina del virus que legitime una intervención militar en Venezuela.
El ahora ex secretario de Estado Tillerson, cuando cumplió su primer aniversario al frente de la Cancillería yanqui, ofreció un discurso en la Universidad de Texas, donde habló de la política exterior y se refirió específicamente a Venezuela, antes de emprender su gira por Latinoamérica.
Entre otros conceptos, Tillerson sostuvo:
- “El régimen corrupto y hostil de Nicolás Maduro en Venezuela se aferra a un sueño y visión anticuados de la región que ya ha sido un fracaso para sus ciudadanos”.
- “Continuaremos poniendo presión al régimen para que regrese a los procesos democráticos que hicieron de Venezuela un gran país en el pasado”.
- “Estoy seguro de que (el presidente venezolano Nicolás Maduro) tiene amigos en Cuba que le pueden dar una buena hacienda junto a la playa y hasta llevar una buena vida allá”.
Acaso el más osado de los conceptos vertidos en suelo texano fue el siguiente: “En la historia de Venezuela y otros países sudamericanos, muchas veces el ejército es el agente de cambio cuando las cosas están tan mal y el liderazgo ya no puede servir a la gente”.
Claro que luego, durante su gira latinoamericana, debió vérselas con la real politik. Al llegar a la Argentina, si se quiere el país cuyo Gobierno menos disimula su alineamiento con los EEUU, el secretario de Estado escuchó de boca del canciller argentino Jorge Faurie, frente a la ofensiva verbal del yanqui contra la administración chavista que, pese la «deriva autoritaria» del gobierno de Maduro, y de que la posición de la Argentina es no reconocer las elecciones en curso por «la proscripción de dirigentes políticos» opositores, toda acción o presión contra Venezuela debe ser «sin afectar al pueblo» de la nación caribeña.
Es más, Tillerson, según publicó Clarín, debió aguantar ser “consultado en el Palacio San Martín de por qué el gobierno de Estados Unidos no dejaba de comprarle petróleo a Venezuela, como inclusive reclamó el presidente Mauricio Macri”.
El ex canciller yanqui luego se dirigió a Perú, donde mantuvo un breve encuentro con el presidente Pedro Pablo Kuczynski. Esperando un apoyo abierto, el norteamericano azuzó, como durante toda la gira: “Estados Unidos agradece el liderazgo (del Perú) en la región, sobre todo el trabajo del Grupo de Lima para abordar la destrucción terrible que existe en este momento en la democracia venezolana. Intercambiamos qué podemos hacer para lograr que Venezuela vuelva a la ruta institucional”.
Por toda respuesta, el mandatario peruano aseveró: “El Grupo de Lima está listo para pronunciarse sobre el tema de las elecciones en Venezuela, y hay que fortalecer la ayuda humanitaria a Venezuela porque, de otra manera, vamos a tener un país con gravísimos problemas en medio de esta región pujante”.
Tillerson no sólo se quedó sin una manifestación brusca contra Maduro y su gobierno, sino que tuvo que tragarse la noticia de que Kuczynski invitó personalmente al mandatario chavista a la VIII Cumbre de las Américas que se realizará el 13 y 14 de abril en el Perú.
En la misma crónica del encuentro Tillerson-Kuczynski, el diario peruano La República publicó el agradecimiento del canciller venezolano, Jorge Arreaza: “El presidente asistirá puntualmente para defender la soberanía de nuestra América Latina y Caribeña, y para reunirse con el combativo pueblo del Perú”. El periódico limeño agregó que Arreaza, vía Twitter, “compartió la carta de invitación que recibió del presidente Kuczynski”.
Ya en Colombia, Tillerson, como si se tratara de un loro parlanchín, retomó el ataque contra la administración de Maduro, e hizo sonar parches monocordes: «Nuestro único objetivo es que Venezuela vuelva a su Constitución, que vuelva a elecciones libres y a dar al pueblo el derecho de volver a votar libremente».
Pero la máxima adhesión que encontró en el presidente colombiano Juan Manuel Santos fue la de que éste aludiera al proceso político venezolano calificándolo de dictadura: «Es urgente restaurar el cauce democrático en Venezuela, porque son los ciudadanos los que están sufriendo las consecuencias de una dictadura al garete».
Ni una palabra respecto de un apoyo siquiera indirecto a una intervención militar o a una injerencia multilateral sobre Caracas.
La dureza de Santos, que también se negó a reconocer la legitimidad de las elecciones presidenciales convocadas por Maduro, debe inscribirse en la promesa de Washington a Bogotá de girar recursos que estaban destinados para ayudas humanitarias en Venezuela ante la llegada de miles de venezolanos a territorio colombiano.
La gira, en definitiva, puede considerarse, además de un fracaso en términos diplomáticos a favor de un guiño generalizado a una intervención yanqui en Venezuela, como el preludio de la salida de Tillerson del gabinete de Trump: tras su periplo, el ex secretario de Estado sólo pudo mantenerse en el cargo poco más de un mes.
El que llega
Mike Pompeo, el nuevo canciller de EEUU, es el símbolo de la llegada de la CIA a lo más alto del gobierno yanqui desde la irrupción en la Casa Blanca de George Bush padre, también ex director de La Compañía.
El presidente Trump se refirió así al nuevo secretario de Estado: “Siempre estamos en la misma onda”. Pompeo le agradeció su confianza y prometió trabajar por el bien del país: “Le estoy profundamente agradecido al presidente Trump por haberme confiado el cargo de director de la CIA y por la oportunidad de trabajar como secretario de Estado”. Y agregó algo más sustancioso, al decir que trabajará “duro” para hacer que EEUU sea “seguro, fuerte, orgulloso, poderoso y libre”.
Ya en noviembre del año pasado, el diario The New York Times publicó una información sobre la supuesta intención de Trump de despedir a Tillerson y reemplazarlo por el jefe de la CIA, Mike Pompeo, citando a un funcionario anónimo de la Casa Blanca.
Un ultra. Eso es Pompeo. Un halcón partidario de resquebrajar el acuerdo nuclear internacional con Irán y de socavar el poder de Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, sobre quien –afirman fuentes cercanas al flamante secretario de Estado– hacía recurrentes bromas en torno de su asesinato.
Como capo de Langley –la sede central de la CIA en Virginia–, se le escuchó decir más de una vez: «Para ser exitosa la CIA debe ser agresiva, implacable, tenaz».
Por ello debe haber sido que nombró como su segunda a Gina Haspel, que lo sucederá al frente de la Agencia.
¿Quién es la tal Gina Haspel? Cuenta la agencia de noticias rusa RT que esta dama –la primera en ocupar el cargo de jefa de la CIA– es “conocida por su presunta implicación en interrogatorios durante los cuales se practicaban torturas”.
Tiene 61 años, desarrolló la mayor parte de su carrera al servicio de la Inteligencia estadounidense trabajando como agente encubierta.
George W. Bush la nombró en un lugar central cuando puso en marcha el programa extrajudicial diseñado luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que implicó el encarcelamiento e interrogatorio a sospechosos de terrorismo en diferentes países del mundo.
El alias como agente encubierta de Haspel fue siempre Gina Doe, y así figuraba en los documentos de la CIA.
Implacable, la Haspel ordenó en 2005 la destrucción de un centenar de cintas de video de torturas practicadas por la agencia, y dirigió en Tailandia una de las estaciones secretas de detención creadas tras la caída del World Trade Center. En ese centro clandestino se practicaron torturas durante los interrogatorios de supuestos terroristas de Al Qaeda, dato que consta en una investigación del Senado norteamericano, que reveló que Haspel estuvo presente en al menos dos interrogatorios en los que se utilizaron métodos de tortura: el de los presuntos miembros de Al Qaeda Abu Zubaydah y Abd al Rahim al Nashiri. Documentos revelados posteriormente destacan que a Zubaydah se le sometió 83 veces a la técnica del “ahogamiento simulado”.
En 2013, Haspel fue nombrada jefa del Servicio Clandestino Nacional de la CIA, aunque fue reemplazada a las pocas semanas tras conocerse su implicación en los citados interrogatorios.
En febrero de 2017, fue designada subdirectora de la CIA por Trump, siendo también en aquel momento la primera mujer en ocupar ese cargo. El nombramiento tenía lugar pocos meses después de la campaña electoral del entonces candidato republicano, durante la cual expresó su deseo de restaurar la práctica de torturas a supuestos terroristas del Estado Islámico, abolida durante la administración Obama.
Con ocasión de su nombramiento como subdirectora, el entonces director de la CIA, Pompeo subrayó que Haspel es “una líder probada con una extraordinaria habilidad para hacer las cosas e inspirar a quienes la rodean”. También habló bien de ella Michael Hayden, otro ex director de La Compañía, quien se refirió a ella como “una amiga de confianza, teniente y guía en los pasillos a veces opacos del espionaje estadounidense”.
Con Pompeo a cargo de la política exterior norteamericana, y Haspel manejando los hilos de la CIA, pueden esperarse más operaciones encubiertas en territorio latinoamericano, una ofensiva brutal sobre Venezuela, ya sin precisar el apoyo o visto bueno de los países de la región, un retroceso más pronunciado aún en la recomposición de las relaciones con La Habana, y la más peligrosa de las políticas exteriores: tensión con Irán y Corea del Norte. El ominoso cuadro lo completa el dato brindado más arriba, con el incremento de fondos destinados al Pentágono, una política que no puede tener otras consecuencias que más conflictividad bélica en distintas partes del mundo.
Trump parece haber perdido, si alguna vez tuvo lugar, la batalla con el complejo militar-industrial y la comunidad de inteligencia. Habrá que ver hasta dónde llegan las esquirlas de la granada que acaba de estallar en la Casa Blanca.
Fuente: El Eslabón