Los analistas políticos y académicos estadounidenses se devanan los sesos para caracterizar al gobierno de Donald Trump. Una expresión poco elegante pero muy gráfica que puede utilizarse es “bolsa de gatos”, porque no solo contiene una infinidad de sectores de poder en pugna, sino que la lucha es encarnizada, feroz, sin reglas. Es una pelea en el barro. Esto puede decirse de todos los gobiernos del mundo. Pero la diferencia, y esto lo marcan con mucha vehemencia los analistas, es que quien está a la cabeza, lejos de ordenar y conducir, aporta más caos. Porque, según marcan los funcionarios de su gobierno y la prensa yanqui, “es un loco, un imbécil, un enfermo, un ególatra, alguien que no entiende nada”, “un tipo que se pasa el día viendo televisión y que es incapaz de mantener la atención por más de diez minutos”.

“Carece de capacidad de liderazgo” es la expresión que, en la cultura política estadounidense sintetiza en forma tajante y terminante la incapacidad de Trump para encauzar esa bolsa de gatos de intereses en pugna que es, y siempre fue y será, la Casa Blanca. Por su incapacidad de liderazgo, en vez de “Comandante en Jefe” le llaman “Comandante en Caos”.

Esta situación hace que esté bajo la influencia de infinidad de buitres que revolotean a su alrededor intentando torcer sus intempestivas, caprichosas, a veces absurdas decisiones: cada uno le lleva su negocio, su guerra, su candidato para un puesto clave, y el presidente va y escribe un tuit con su decisión.

Esta semana que pasó la puja tuvo dos ganadores muy claros. Y muy peligrosos para el mundo. Los ultraconservadores del Tea Party y la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Al iniciarse la gestión de Trump, no quedaba claro cuál sería la relación con el conglomerado de la inteligencia (las más de veinte agencias de espías), que son los que tienen el poder real junto con el complejo militar-industrial, el complejo del espionaje interno y la vigilancia, las finanzas, y la industria petrolera, por nombrar solo algunos de los principales centros del poder fáctico estadounidense.

En realidad, lo que no quedaba claro era cuánto demoraría la CIA en poner en caja al loquito, imbécil e ignorante que, para sorpresa de todos, incluso de él mismo, había ganado la presidencia. Hubo tironeos, cabildeos, negociaciones. Pero esta semana quedó claro.

Trump echó el martes 13, por Twitter obvio, al secretario de Estado, Rex Tillerson, y propuso al director de la CIA, Mike Pompeo, para reemplazarlo como secretario de Estado. Un espía de la CIA, la asociación terrorista más letal del mundo, manejando las relaciones internacionales de la potencia militar más peligrosa del mundo. Y una especialista en las más crueles torturas, Gina Cheri Haspel, como jefa de la CIA.

Planeta Tierra, estamos en problemas.

El mandatario alegó divergencias en cuanto a opiniones sobre asuntos de política internacional para justificar la salida de Rex Tillerson, un texano de 65 años, petrolero, ex CEO de Exxon Mobile. O sea: sale un representante de la industria petrolera (a la que Trump apostó fuerte, escupiendo sobre todos los acuerdos internacionales sobre cambio climático y vaciando las agencias de control de medio ambiente estadounidense) y lo reemplaza un espía de la CIA. El enroque deja bien al descubierto el tablero de ajedrez donde juegan los distintos sectores de poder. Y a la CIA, una interrogadora feroz, especialista en submarino, privación de sueño y colocar a los prisioneros dentro de ataúdes para hacerlos hablar.

Según dijo Trump ante la prensa en Washington, él quiso abandonar el acuerdo nuclear alcanzado por la comunidad internacional con Irán en 2015, pero Tillerson no. “Cuando uno mira el acuerdo nuclear con Irán, yo pensaba que era terrible, él pensaba que estaba bien. Así que realmente no estábamos pensando lo mismo”, admitió.

A su vez, el presidente anunció el miércoles pasado que el hasta ahora director de la CIA, Mike Pompeo, ocupará el cargo de secretario de Estado. “Con Mike Pompeo tenemos una forma de pensar similar. Tiene una tremenda energía, un tremendo intelecto; siempre estamos en la misma onda”, señaló. El director de la agencia de inteligencia es un ardiente enemigo del acuerdo nuclear con Irán.

Tillerson, quien había tenido públicos entredichos con Trump, fue despedido horas después de regresar de una gira por África y sin mantener ninguna conversación previa con el presidente.

La partida de Tillerson llegó en momentos de intensa rotación de funcionarios del gobierno que ha alarmado tanto dentro como fuera de la Casa Blanca. El senador Robert Menéndez, el demócrata de más alto rango del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara alta, opinó: “El presidente Trump ha demostrado una vez más que es el Comandante en Caos (…) Su constante ruido de sables y sus andanadas verbales contra la diplomacia, nuestros aliados y nuestros valores, en última instancia, han debilitado el liderazgo estadounidense en el escenario global”.

Dentro de las últimas bajas dentro del gabinete se encuentra el asesor económico número uno del gobierno, Gary Cohn, quien anunció su renuncia la semana pasada, no mucho después de que la directora de Comunicaciones Hope Hicks y el secretario de gabinete Rob Porter abandonaran la administración al inicio del segundo año de Trump en la Presidencia.

De la CIA a la diplomacia, lobo en el gallinero

Si hay algo que esté más lejos de la idea de diplomacia como diálogo, como resolución pacífica y sujeta a derecho de los conflictos entre países es la CIA, cuya historia chorrea sangre, mentira, traición y genocidios.

Otorgar el puesto de secretario de Estado (homólogo al de Canciller) a un ex director de la CIA es plantear toda una concepción de la diplomacia y de la política exterior.

EEUU se llevará el mundo por delante, como hasta ahora, o más aún. Desconocerá los tratados y leyes internacionales y las resoluciones de la ONU. Invadirá y bombardeará todos los países que quiera.

El perfil del nuevo secretario de Estado lo deja claro. Mike Pompeo es de la “línea dura·, un eufemismo para decir genocida y terrorista de Estado.  “Estoy profundamente agradecido al presidente Trump por permitirme servir como director de la CIA y por esta oportunidad de ejercer como secretario de Estado”, indicó Pompeo en un comunicado enviado por la Casa Blanca.

Según analistas estadounidenses, Pompeo llevará consigo una línea muy dura para liderar el Departamento de Estado. Entre otras cuestiones, ha apoyado la decisión de Trump de mantener abierta la prisión estadounidense de Guantánamo (Cuba), inaugurada por George W. Bush (2001-2009) tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Asimismo, considera que Irán y el terrorismo jihadista son las principales amenazas de la seguridad nacional del país, posiciones alineadas totalmente con las del presidente. Estas inclinaciones sugieren que la visión de las relaciones internacionales de Pompeo se acerca más “a los ideales de Trump” una expresión tal vez excesiva, porque da al pensamiento de Trump una coherencia que no posee.

Pero las decisiones del mandatario siempre tienen que ver con la violencia y benefician a la industria armamentística.

Una feroz torturadora jefa la CIA

Gina Cheri Haspel la primera mujer en encabezar la CIA, es una espía de carrera que estuvo destinada en varios países del mundo desde 1985 y a quien se involucró en un programa de torturas a los sospechosos de extremismo.

“Estoy agradecida al presidente Trump por la oportunidad y por la confianza que ha depositado en mí al ser nombrada la próxima directora de la Agencia Central de Inteligencia”, señaló Haspel. Y agregó que, como directora de la CIA, espera “poder brindar al presidente el excelente apoyo de inteligencia al que se ha acostumbrado durante su primer año de mandato”.

El extenso historial de Haspel, de 61 años, la llevó a ocupar la jefatura de Estación en varios países hasta que en 2013 fue nombrada jefa interina del Servicio Clandestino Nacional de la CIA. Sin embargo, fue reemplazada pocos días después, cuando se reveló su intervención en interrogatorios en los que se emplearon métodos de tortura para hacer confesar a los sospechosos de extremismo. Entre 2003 y 2005, Haspel era una oficial senior que supervisaba un programa secreto de la CIA, en el que se obtenían confesiones a través de métodos como la privación del sueño a los interrogados, apretarlos en ataúdes y someterlos a técnicas de ahogamiento, conocidas como “submarino”.

Según informó Página 12, antes de eso, en 2002, Haspel estuvo entre los oficiales que interrogaron a Abu Zubaydah, un miembro de Al Qaeda que actualmente está preso en Guantánamo y que fue torturado hasta el punto de que lo creyeron muerto, según el semanario estadounidense The New Yorker.

De acuerdo con el informe de ese interrogatorio, los doctores tuvieron que revivirlo. Durante su confinamiento, Zubaydah perdió la vista en su ojo izquierdo. El video de ese interrogatorio fue destruido en 2005, junto con otras imágenes, entre ellas la de otro miembro de Al Qaeda, Abd al Rahim al Nashiri, en cuya tortura estuvo presente Haspel, cuando era jefa de gabinete del Centro de Contraterrorismo de CIA, informó Página 12.

Según el alto funcionario de Human Rights Watch, John Stifon, la orden de destruir las cintas fue de Hapsel y de su jefe, el director del centro, José Rodríguez. Stifon también dijo que Haspel estaba íntimamente involucrada en un programa secreto de la CIA conocido como RDI (entrega, detención e interrogatorio). A través de ese programa, ilegal, no sólo se interrogaba a los sospechosos sino que además se los secuestraba en diferentes lugares del mundo y, en algunos casos, se los entregaba a terceros países para que los torturaran.

Fuente: El Eslabón

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