La bandera de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (Hijos) irrumpió en la marcha del 8 de marzo con una marca distintiva: una letra «A» atravesando la «O» de la sigla, marcando la cancha, advirtiendo quiénes sostenían ese día, esa vez, y como siempre, la bandera y la columna. Y es que el 8 de marzo marcharon las hijas y las nietas; los hijos acompañaron desde casa, desde la discusión y el debate, desde el aguante a una visibilización que todos y todas saben que es indispensable. La vibración del Día Internacional de la Mujer persiste y, de cara a otra movilización disruptiva, como es año a año la del 24 de marzo, el eslabón dialogó con esas hijas y nietas que marcharon y juntas se preguntaron: ¿Existe una lucha por la memoria y los derechos humanos con perspectiva de género? ¿Cómo se hizo feminista el reclamo por memoria, verdad y justicia?
“Esta marcha me encantó. Ya venía pintando emocionante desde unos días antes para todas, pero terminar de dar esta vuelta… yo podría haber marchado con varios colectivos de los que formo parte, pero decidí ir con Hijas porque me pareció fundamental hacer ese giro”. Florencia Garat tiene 45 años y desde 1995 militó en Hijos. Ella aclara que ya no es miembro orgánica –desde 2011 aproximadamente– de la agrupación, pero que tampoco es fácil desprenderse del “nosotros”. El 8 de marzo fue más difícil que nunca escindirse de sus compañeras y compañeros. “Hace ya muchos años que la sigla Hijos cambió para ser Hijos e Hijas, pero de todas maneras en los discursos o en los medios de comunicación eso se pierde. Agregarle la «A» es agregarle una mirada distinta, poner la atención en otras cosas que por ahí no estaban presentes, o que costó, y cuesta, que se le haga presente a todos”, suma Garat.
Florencia se topó con la bandera intervenida en la marcha. No sólo le pareció “buenísima, re anarquista pero con un firulete”, sino que destacó la importancia de que esté ahí, mezclada entre las columnas que habían llegado desde sus propios debates. “Se trata de una serie de cosas que se fueron haciendo en el marco de un gran compromiso y emoción con esta marcha, que pintaba ser lo que fue: algo muy groso”.
Ingrid Schegtel traduce lo “buenísimo” de la bandera en un hecho concreto: la cantidad de veces que se turnaron para llevarla a lo largo de las más de 30 cuadras de movilización. “Todas teníamos ganas”, dice. Ingrid, también militante de Hijos desde mediados de los 90, destacó la presencia de la agrupación desde otro lugar, “un lugar muy necesario”. “Estos años vimos eso: hay un debate que tiene que plantearse con los compañeros, los que están al lado nuestro todos los días. Hijos e Hijas como firma, como sigla, hace rato que está. Pero este gran movimiento de mujeres hizo que nosotras planteemos la necesidad de volver a discutir y decir en este momento cómo queremos participar. Esta vez, quisimos hacerlo saliendo a la calle con una bandera que diga Hijas. No porque queremos cambiar la sigla, sino porque queremos hacer evidente la necesidad de una lucha distinta”.
Para Ingrid es fundamental diferenciar la intervención de la bandera del significado de la sigla. Como Florencia, destaca: Hijos es hijos e hijas, esta vez marcar la «A» era “pujar por una visibilización que hace que el otro tenga que pararse y pensar un poco más”. “Este año sentimos que en muchos espacios se está pudiendo dar esta discusión y está bueno que sea entre compañeros, porque eso pasó en Hijos”, relata. Y entre risas, sigue: “Las chicas pusieron a los chicos a pensar en que nuestra sigla, nuestro nombre, en un punto oculta a las mujeres”. El debate en la agrupación no sólo se transformó en una intervención a una bandera, sino también en un documento y en la decisión de que esa vez sólo marchen ellas. “La discusión llevó a lo que buscamos muchas mujeres en distintos grupos: decir, una vez más, que hay cosas que hay que revisar, que las estamos sosteniendo de un modo mecánico y que necesitan un poco de cabeza para pensarse. Por eso, nos pareció que esta vez sólo teníamos que movilizar mujeres y le pedimos a los compañeros que no salgan. Ellos, por supuesto, nos acompañaron: tanto en la discusión como quedándose en casa. Eso fue claro: que en este momento se note la mayoría femenina que somos, que en muchos otros momentos no se ve”.
Nadia Schujman resume la sensación de la movilización en una palabra: alegría. No sólo porque era el clima de la marcha en general o por haber estado a la par de su hija Juana que estuvo “teniendo perfectamente claro por qué marchaba”, sino porque se sumaba el producto de su discusión interna, es decir, una bandera intervenida y un documento firmado por ellas, las Hijas. Para ella, fue una forma de otra contención y representación en la movilización. “Hay una pelea de las mujeres que nos contiene y no puede estar escindida de la memoria, la verdad y la justicia”.
Feminista no se nace, se construye
Schujman es, además de miembro de Hijos desde sus comienzos, abogada de la agrupación y por lo tanto querellante en más de un juicio por lesa humanidad. Nadia tiene 41 años y se plantó más de una vez frente a los mayores genocidas de la historia del país. Y en esa forma de pararse frente a la historia se reconoce mujer, que estuvo atravesada por un patriarcado que fue desnaturalizando con el paso de su formación, pero que también estuvo atravesada por una mirada de género incluso sin reconocerla como tal. Para ella, esa condición y construcción de mujer hace la diferencia: aporta otra sensibilidad.
“Yo siempre me siento muy cercana a las personas que represento. Las quiero mucho y estoy muy involucrada con cada una de sus historias. Me acuerdo que una vez, cuando estaba alegando, se me quebró la voz al hablar del caso de una compañera. Después de eso, un compañero, un sobreviviente, me llamó y me dijo: “Después de escucharte hoy te quiero decir que te quiero más que nunca, pero te quiero decir también que no se te puede quebrar la voz así delante de ellos…”. Yo pensé mucho en eso, porque suelo emocionarme mucho en el juicio, en muchas oportunidades, y me di cuenta que no es así, que eso era parte de la rigidez de un compañero que todavía llevaba una lógica muy setentista, pero que parte de mi fortaleza en los juicios es esa sensibilidad. Son componentes más habilitados y permitidos para mujeres. Ahí radica la fortaleza y desde ese lugar yo me paro”. Nadia termina el relato y remarca un dato: desde que arrancaron los juicios, en Rosario la mayoría son más las abogadas querellantes.
Nadia sabe y reconoce que su lucha y su perspectiva no nacieron feministas. La lucha se contradice, se discute y construye todos los días. Nadia sabe también que muchas referentes históricas tampoco se hicieron o reconocieron como tal pero no significa que ahora no deban ser parte de un todo: es una lucha de género y es una lucha por la memoria, la verdad y la justicia. “Es una lucha de años de mujeres invisibilizadas y avasalladas. Nosotras nos reconocemos como hijas de una generación de mujeres de los 70 que rompieron con los mandatos del patriarcado, que cuando les pidieron que vayan a quedarse a su casa, a cuidar de sus hijos y maridos, abrazaron la militancia en el terreno de lo público y desafiaron doblemente ese mandato: por ser militantes políticas y por ser mujeres. Por eso mismo fueron doblemente castigadas. El ensañamiento contra las mujeres y los delitos sexuales que sufrieron en los centro clandestinos de detención es algo sobre lo que ya se ha escrito bastante y está muy probado en los juicios de lesa humanidad”.
Pero además, cuando se habla de memoria, verdad y justicia, y cuando se le suma esa mirada feminista, una perspectiva de género, aparece lo que ya nos es obvio, cotidiano, parte de la vida de un país: aparecen las Madres y las Abuelas. “Nos reconocemos nietas de ellas, que nos marcaron un camino de lucha y nos enseñaron a pelear siempre desde el amor. Creemos que no es casualidad que las madres hayan sido madres y no padres. Así también como entiendo que nuestra pelea siempre está del lado de quienes han sido sojuzgados. Las mujeres conquistamos cada uno de nuestros derechos con mucha lucha en una pelea muy asimétrica de poder que aún sufrimos”.
Ingrid Schegtel improvisa una línea histórica. Al principio, la lucha de las Madres fue una necesidad de denunciar lo que le había pasado a los que ya no estaban. Eras las mujeres, las familias, que buscaban a sus hijos y sus nietos, y esa figura se potenció cada vez más: la tozudez fue ganando camino. “Pero con el correr de los años fue cambiando el discurso y nos pusimos en el lugar de pensar que lo que ocurrió nos ocurrió a todos; y nos pusimos a ver cómo aparece la reivindicación del rol de mujer. Eso está buenísimo, porque fue un modo de hacer ver que ahí había algo distinto, que planteaba otra manera de mirar y que planteaba algo diferente en cuanto a las lógicas de construcción. Hay algo ahí, no feminista tal vez desde un principio, pero todas en algún momento de nuestras vidas vamos a serlo, aunque aún no lo sepamos”.
Para Florencia Garat, se tome partido o no, se reivindiquen o no como tales, Madres y Abuelas están re-atravesadas por una lucha feminista. “Para mí son el re-ejemplo a nivel mundial de insistencia, perseverancia y sobre todo de poner el cuerpo, que es lo que distingue a todas las mujeres. Ellas lo pusieron frente a cualquier situación y lo siguen poniendo todos los jueves”.
La alegría como bandera
Hay una palabra que Florencia Garat no encuentra para describir la coyuntura actual de cara al 24 de marzo. Dice primero que es un momento complicadísimo. Después se traba. “Muy aterrori… ¿aterrorizador? ¿Aterrorizante? No me sale del miedo que me da”. El deseo de Garat es claro y simple: que sea multitudinario. También mantiene una seguridad: va a haber mucho protagonismo de las mujeres, de la creatividad y de la frescura de las más jóvenes.
Nadia Schujman también confía en las multitudes que van a salir a la calle y que crecen con los años. Cuando habla de la movilización que se viene, lo hace sin parar, sin respirar. No sin pensar, sino de modo catártico y esperanzador a la vez. “Frente a este discurso terrible y negacionista, esta avanzada del Poder Judicial, espero que seamos más que nunca y llenemos las calles de alegría. Y espero que le digamos una vez más a Mauricio Macri y todo su gabinete que contrariamente a lo que ellos sostienen, el pueblo argentino no olvida, no perdona ni se reconcilia, sino que exige memoria, verdad y justicia”.
La lucha por la memoria, verdad y justicia del país tiene –sin ánimos de exagerar– una de las improntas más lindas del mundo: es una lucha colmada de alegría. El trabajo histórico de Abuelas, Madres e Hijos puso la vida sobre el horror y transformó la historia más sangrienta y triste en una historia de sueños, de deseos y de lo más simple pero tal vez lo más lindo del mundo también: una historia de vidas, nada más y nada menos. Ese sello distintivo se palpa con toda su fuerza y vitalidad en cada una de las movilizaciones del 24 de marzo.
Ese sello distintivo se trasladó como un gen nacional a otras luchas. No es casual palpar vida cuando marchas contra la violencia institucional, por ejemplo, y no es casual tampoco que las mujeres hayan transformado el horror de los femicidios, violaciones y múltiples formas de violencia en un pedido por la vida: vivas, libres y deseantes nos queremos.
Ingrid Schegtel reconoce la etapa de resistencias y como al pasar, como un suspiro, menciona: “… esto de cargar con dolores…”. Reconoce lo pesado de lo terrible y también lo importante de recargar pilas en la calle. Y plantea la importancia de haber pasado el umbral del horror para reivindicar la lucha desde la alegría de pensar la felicidad y el encuentro. “Me parece que por suerte pudimos aprender todos desde la sociedad. La mayoría de las luchas vienen siendo desde ese lugar y es muy positivo para que cada vez se sume más gente. Se trata de la alegría de luchar, de saber por qué estás en la calle, de tener plena conciencia que es por la vida”.
Fuente: El Eslabón