Entiendo a los compañeros y compañeras que hace tiempo reniegan del Partido Justicialista, comprendo sus razones, comparto algunos de sus argumentos. Puedo contar que a muy poco de comenzar a militar en el peronismo, en mi Resistencia natal, entendí claramente por qué algunos cumpas reniegan.
Fue en un plenario en la sede central del Partido Justicialista de la provincia del Chaco, en el ‘84 o el ‘85, en el que osé, pibito como era, pedir la palabra y dirigirla contra la dirigencia de entonces, por cuestiones que, la verdad, ya ni me acuerdo.
Lo que sí me acuerdo es que algo más o menos fuerte habré dicho, porque varios de los presentes se abalanzaron sobre mi persona a puteada limpia, uno llegó a apagarme un pucho en la cara, y solo me salvaron de más reprimenda mis compañeros de aquella que llamábamos la JP 26 de Julio. Supe casi al mismo tiempo, que mi “bautismo” fue mucho, pero mucho más suave que el de tantos otros que me precedieron en eso de abrazar al peronismo hasta meterlo dentro de uno para siempre.
Entiendo entonces, está dicho, a los compañeros que reniegan y que hoy dicen no importa la intervención.
Los entiendo, pero no comparto. Creo que la intervención del Partido Justicialista de la Argentina es un ataque feroz. Es otra prueba de que, si bien los peronistas hemos sido nervio de acciones violentas, no somos nosotros los que persiguen, los que proscriben, los que odian. No somos nosotros los violentos sin remedio. Y creo que frente a gente como esa, frente a acciones como esta de la intervención, tenemos que defendernos.