Uno entiende que la televisión se rige por el ráting. Tanto para decidir qué programa va en el horario central como para cotizar el salario de un conductor o el valor de una pauta publicitaria. Esto es: lo que más se ve, más vale y más cuesta. Pero el negocio multimillonario de la televisación del fútbol argentino no parece tener los mismos parámetros. Es absolutamente cierto que Boca y River tienen una enorme cantidad de hinchas, y por ende posibles televidentes de las transmisiones de los partidos que protagonicen xeneizes y millonarios a lo largo del año.
También es verdad que son los equipos que mayor cantidad de títulos ostentan, nacionales e internacionales, muy por encima del resto. Por eso es lógico que, de la torta del reparto de dinero proveniente de la TV, sean los que se queden con las tajadas más grandes, como ocurre y ocurrió siempre. En un escalafón más abajo uno puede coincidir en que se ubiquen Independiente y Racing, por la cantidad de copas que lucen en sus vitrinas y porque en sus años de gloria sumaron simpatizantes en distintas provincias, gracias a gestas que llegaban –justamente a través de los televisores– a hogares de todo el país. Ahora, que Vélez, más allá de que supere en campeonatos ganados a Newell’s y Central, cosa que en algún momento fue al revés y se puede volver a revertir, tenga más hinchas –y por ende televidentes– que los equipos rosarinos es una falacia total. Salvo cuando alberga grandes recitales, el José Amalfitani luce generalmente vacío. ¿Por qué entonces canayas y leprosos perciben menos que los de Liniers? El rendimiento deportivo es otra de las cuestiones que se ponen en la balanza que determina cuánto le tocará a cada institución afiliada a la Asociación del Fútbol Argentino por derechos televisivos. Pero Godoy Cruz, subcampeón en el certamen que acaba de finalizar, recibirá unos 88 millones de pesos este año, muchísimo menos que los 145 palos que se llevará River, por ejemplo, que terminó octavo. Esto es porque, para seguir beneficiando a los mismos de siempre, se agregó otro ítem bastante tirado de los pelos al nuevo sistema de distribución: la meritocracia histórica.
Ahí sí pesan los logros cosechados desde el inicio del profesionalismo hasta aquí. Lo cierto, lo histórico, es que la casa madre del fútbol argentino, desmadrada desde la muerte de Julio Humberto Grondona, sigue defendiendo los intereses de los poderosos de siempre. El desembarco de Mauricio Macri, ex titular de Boca Juniors, a la presidencia de la Nación, agrandó esa brecha. No sólo porque mató al Fútbol Para Todos, que permitía ver de manera gratuita todos los encuentros, después de haberse cansado de prometer en campaña que no lo iba a tocar, sino también porque volvió a meter la mano en el tarro donde se juntan las monedas que los clubes necesitan para poder darle prestigio a sus planteles y así poder pelear con los que más dinero y por ende más armas tienen. Los dirigentes de Newell’s y Central deberán de una vez por todas ponerse los pantalones largos y plantarse en los pasillos de Viamonte 1366, que es donde funciona la sede de la entidad que ahora comanda Claudio Tapia, amigo íntimo del jefe de Estado, para que no les sigan metiendo la mano en los bolsillos.