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Pedro, el otro día, a raíz de estos fríos, se acordaba de un partido que tenían que jugar una mañana detrás de Vía Honda, en el segundo puente, detrás de los cañaverales. Nosotros conocíamos el terreno, era una canchita nueva que se le había ganado a la quinta, el problema era que teníamos un jugador fundamental, que era Huesito, que tenía problemas con la temperatura. huesito entraba con el 8 en la espalda pero le gustaba la posición del 10, algo que haría el Loro Gaitán años más tarde en Central. El Huesito era menudito y tenía unos tobillos fantásticos, que parecían de goma cuando se hamacaba, y nunca lo podían lesionar con temperaturas normales, pero si hacía frío se le complicaba. Así que lo bañábamos con aceite verde. Para ese partido, incluso, pasamos por lo de Cacerola y le pedimos a su abuelo aceite para caballos. Y le pusimos dos pares de medias de algodón porque con el frío se le ponía el tobillo rígido. Ese era el único temor que teníamos en los inviernos.
La imagen congelada del Che ya daba vueltas al mundo, imagen que quedó viva en la memoria del pueblo, como la sonrisa congelada de Gardel, o la de Perón. La gente, el pueblo, lo adoptó al Che para nuestra felicidad y bienestar. Eran años en los que en Rosario, por ejemplo, cayó nieve, y sin embargo, con esa imagen de Guevara que quisieron congelar para siempre, se nos calentó el corazón. Y nos encendió las ganas de subirnos a esos proyectos colectivos, enfrentar a los poderosos que siempre te quieren congelar la economía y el bolsillo, y desapasionarte, enfriarte.
Estos tipos que están hoy, dice Pedro, vinieron a eso. Y si nos congelan la economía, es como pasaba con el tobillo de Huesito: con cualquier golpe se te rompe. Entonces hay que calentar el cuerpo y el alma. Igual estoy contento, dice Pedro, después de haber visto, a contrapelo del frío, a esa marea verde de las pibas, de las mujeres, yendo por un derecho fundamental. Y quién te dice, pregunta Pedro, en una de esas con una marea humana multicolor, como la de los pueblos originarios, se descongelan las pasiones, con la voluntad heroica de aquellos compañeros, con la sonrisa del general, para que la idea de ellos quede congelada y apartada de nuestro camino, como aquella historia de la mitología griega en la que se volvían todos estatuas. Y que nosotros, con la habilidad de Huesito, y los corazones y la mente ardiente de pasión, en las calles, en donde tenemos que estar, los congelemos a ellos mientras nosotros nos abrimos paso. Y ahí sí que no importa que el partido se juegue a la madrugada, igual se lo vamos a ganar.