Yo no sé, no. Pedro me contaba que cuando a Manuel se le ocurría ir a cazar ranas a las lagunitas pegaditas a la Vía Honda, argumentaba que de noche y después de la lluvia seguro que se levantaba una niebla, y seguro que aparecían las ranas. En realidad, casi siempre había ranas. También se acordaba que Manuel cuando iba para la escuela a la mañana, antes de pasarse al turno tarde, se subía a las vías para cantar cuántos metros de visibilidad había producto de la neblina y para jugar a caminar a contramano del tren, de espalda. Eran unos 300 metros llenos de adrenalina y lo más peligroso eran las zorras del ferrocarril, por silenciosas. En los partidos que se jugaban a la hora del crepúsculo en invierno, mucha veces con neblinas o niebla, cuando el equipo no aparecía, Manuel decía: “Estamos en tinieblas”. A Pedro le asustaba la palabra tiniebla, porque le hacía acordar a Narciso Ibáñez Menta con El muñeco maldito, entonces para que se le pasara el cuiqui tarareaba la canción de los 5 Latinos A la hora del crepúsculo.

Lo cierto es que en esos partidos, si no encontrábamos el juego, terminábamos atrapados en “el poder de las tinieblas» y perdíamos, dice Pedro. Y bueno, a veces, cuando veo la sesión de Senado a la madrugada y hay un resultado adverso, me pregunto, cómo se lo preguntaría Manuel, ¿esto es niebla, neblina o tiniebla? Porque si es neblina, es cortina; si es niebla, las cosas se verán mejor más adelante, pero si se instaló el poder de las tinieblas, traído de las religiones y la ignorancia, va a estar más brava la mano.

“Con neblina, a lo sumo te ensartás con un sapo en vez de una rana. Con niebla, sólo en un juego podés ir a contramano de la historia. Ahora, con la tiniebla en el marote de tantos senadores, va a ser muy difícil, muy difícil”, me dice Pedro mirando a lo lejos, como queriendo encontrar la laguna, la vía y el campito a la hora del crepúsculo.

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