A 101 años de la Revolución rusa, la agencia Sputnik reeditó la entrevista que realizó el periodista Miguel Ángel Julià un año atrás a los tres autores del tomo “Entre dos octubres”, publicado al cumplirse el centenario.

Un siglo después de la revolución que marcaría el siglo XX, numerosos trabajos se están aproximando a este acontecimiento histórico. “Entre dos octubres” (Alianza, 2017) supone una revisión minuciosa de aquellos hechos, que si bien estallaron en el entronizado octubre de 1917, fueron incubándose en el Imperio ruso durante décadas.

El catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) Francisco Veiga, el militar de carrera Pablo Martín y coautor junto a Veiga de “Las guerras de la Gran Guerra, 1914-1923” (Catarata, 2014) y el diplomático cubano Juan Sánchez Monroe, destinado en la antigua URSS, Mongolia y legaciones de Europa oriental desde 1965, son los autores de esta historia de la Revolución rusa. Los tres han respondido a las preguntas de Sputnik sobre su trabajo, que trata de romper, apoyándose en los hechos y recurriendo a fuentes rusas originales, la visión canónica de aquellos “Diez días que estremecieron al mundo”, como los definió John Reed en su obra homónima.

—Para explicar los orígenes de la URSS, en el libro se empieza hablando de la guerra con Japón en 1904 y la Revolución de 1905, ¿hasta qué punto fueron hechos decisivos para marcar el inicio del fin del zarismo?

Hay una continuidad y a la vez un paralelismo claros entre las revoluciones de 1905 y 1917. De hecho hablamos de tres rupturas revolucionarias: la burguesa de 1905, la republicana de febrero de 1917 y la socialista de octubre. Es más: tanto la revolución de 1905 como las de 1917 están directamente influidas por sendos desastres militares. No se debe minimizar el tremendo impacto de la derrota frente a los japoneses, hacia los cuales muchos rusos de la época, comenzando por Nicolás II, veían con importantes prejuicios raciales. En fin: que la revolución rusa devenga en un sistema político socialista no significa que esta corriente política haya sido la única o principal. La revolución rusa es el resultado de la contestación social a la autocracia zarista y 1905 constituye la primera capitulación de la autocracia ante esta presión social.

—En 1914, el Imperio ruso entra en la I Guerra Mundial del lado aliado, junto a franceses y británicos, y contra el Imperio Austro-húngaro, el alemán y el otomano. En el libro se repite en varias ocasiones la idea de que si Nicolás II se hubiera abstenido de entrar en guerra –tal y como pedían, entre otros, el enigmático Rasputín, seguramente las revoluciones y cambios posteriores no se hubieran producido, ¿por qué fue una decisión tan crucial para el futuro del país? ¿Qué se jugaba el Imperio ruso en la I Guerra Mundial?

Según el historiador Sean McMeekin, Rusia fue de hecho quien dio el empujón final hacia la guerra generalizada, al desencadenar la carrera por la movilización, esa fatal marcha hacia el abismo muy bien descrita por el historiador A. J. P. Taylor. Por lo tanto, y aunque no le diéramos crédito a McMeekin, no había voluntad de neutralidad en la cúpula del poder rusa. Desde la guerra de Crimea (1853-1856), el Imperio había cosechado toda una serie de frustraciones en sus aventuras militares: la guerra de 1877-1878, la contienda contra Japón de 1904-1905.

Incluso durante las guerras balcánicas de 1912-1913 Rusia se vio obligada a permanecer al margen y al final la pequeña Bulgaria incluso intentó competir en designios imperiales con el Imperio ruso, pretendiendo tomar Constantinopla. Y precisamente, la destrucción del Imperio otomano –misión histórica que los zares consideraban suya desde el siglo XVI– fue el objetivo principal de la cúpula política rusa en 1914, muy influida por entonces por los paneslavistas. Para ello, Rusia contaba por primera vez en su historia con aliados importantes: Francia y Gran Bretaña, que podrían contener a los alemanes en el oeste, mientras que Rusia se lanzaría a su misión histórica.

De otra parte,  el rearme ruso, principalmente vinculado a la reconstrucción de la Flota, es un proyecto de la monarquía. Este importante programa armamentístico, llevado a cabo contra el criterio de importantes sectores de la Duma e incluso de primeros ministros o ministros de Defensa, proporciona a la autocracia una importante regeneración tras la crisis de 1905: reactiva la economía con un indiscutido liderazgo estatal, que le permite mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras y atar a la burguesía industrial con contratos con el Estado. Pero todo esto solo fue posible gracias a importantes créditos externos, principalmente franceses. Por lo tanto, hay también una vertiente económica a considerar en el alineamiento ruso en 1914.

Un soldado defiende el Palacio de Invierno con una ametralladora, en octubre de 1917. Foto: Agencia Sputnik

—¿Qué papel desempeñaron los propios zaristas en el proceso de arrinconamiento y anulación política final del zar? En algunos momentos parece que son más zaristas que el propio zar.

No fueron exactamente los “zaristas”, una categoría política difícil de definir en 1914. El origen de lo sucedido reside en 1905. Durante esa revolución burguesa, las clases medias y el proletariado actuaron juntos, al menos en la capital, San Petersburgo. De ahí surgió un ensayo de monarquía constitucional que el zar Nicolás II boicoteó y torpedeó todo lo que pudo.

La aparición de movimientos contrarrevolucionarios del estilo de las Centurias Negras, amparados desde el más inmediato entorno de la autocracia, tenían en un primer nivel de su agenda una reactivación del papel autócrata del zar. Esto debía plasmarse en una mayor participación del zar en la vida política y social, pero el zar no solo carecía de esa personalidad, sino que su consorte lastraba fatalmente su actuación. Esto le costó a Nicolás II el surgimiento de un núcleo de opositores activos en la misma cúpula del poder: aristócratas descontentos, empresarios y políticos desilusionados, paneslavistas que no encajaban en un imperio de modelo medieval. Esos personajes contribuyeron a una labor de zapa del sistema desde dentro y precipitaron la Revolución de febrero, doce años después de 1905.

Hay que añadir otra consideración más, que se remonta al siglo XVIII, cuando se inauguró el pulso de fuerza en la corte entre los Románov y los Oldenburgo.

Desde el inicio, las relaciones de estos zares y sus entornos con el resto de la nobleza rusa fueron complejas. De ello escribió en su momento el célebre Alexandr Gertzen (demócrata, ideólogo de la revolución campesina y escritor), pero la cohesión en la cúpula se mantuvo hasta que la ola de nacionalismos que impulsó la I Guerra Mundial, donde Rusia y Alemania se enfrascaron en una batalla a muerte, convirtió en imposible la ulterior coexistencia de ambos clanes. De manera que una parte importante de la nobleza, de la oficialidad y de los funcionarios estatales abandonó y o se enfrentó al zar.

—Tras la abdicación de Nicolás II y la formación del Gobierno provisional empieza la «luna de miel» de la Revolución de febrero y reina el optimismo. Los bolcheviques todavía estaban muy lejos de gobernar, ¿cómo pudieron pasar de ocupar una posición minoritaria a principios de 1917 a acabar haciéndose con el poder tan solo 9 meses más tarde?

Porque se mantuvieron al margen del tremendo desgaste que sufrían el Gobierno provisional e incluso los soviets y le ofrecieron a la población las dos cosas que más deseaba: la salida de la guerra y la posesión de la tierra, mientras el Gobierno provisional, a pesar de estar integrado por fuerzas básicamente de izquierda, quería llevar la guerra hasta el final victorioso y mantener en el campo la propiedad terrateniente. La gran masa que hizo crecer el bolchevismo de 25.000 en marzo de 1917 a unos 350.000 en octubre del mismo año, provino básicamente de los socialistas revolucionarios –eseristas– de izquierda, que eran fundamentalmente campesinos.

De otra parte, entre febrero y septiembre –calendario juliano–, los bolcheviques  no pudieron ocupar un papel central en el proceso revolucionario. Aunque ahora cueste creerlo, Lenin  no fue un actor tan relevante en esos meses como la leyenda bolchevique nos ha hecho creer. Durante ese periodo, buena parte de la prensa rusa ni siquiera lo mencionaba. Después, las jornadas de julio, que pudieron ser una Revolución de octubre antes de tiempo, resultaron un desastre para los bolcheviques. Al final, la así denominada Revolución de octubre se desencadena contra un Gobierno provisional compuesto mayoritariamente por socialistas y con el objetivo de imponerse sobre los soviets, enviando a los social-revolucionarios y mencheviques al “basurero de la Historia”, en palabras de Trotski.

Hay también una consideración internacional: la revolución de febrero ocurre en un momento muy crítico de la I Guerra Mundial y en esa coyuntura debe verse más como un hito de continuidad que de ruptura. Aunque los socialistas empiecen a pedir la salida de Rusia del conflicto desde marzo, es precisamente la continuidad en la contienda, bajo un Gobierno más eficiente, lo que se pretende mediante el derrocamiento de un zar, que se presentaba como inepto y manejado por la traidora de su mujer.

Los aliados ven con buenos ojos lo ocurrido y lo respaldan con nuevos préstamos de guerra, incluso para EEUU la caída de la autocracia elimina un importante reparo en su camino de entrada en el conflicto.

—Una de las polémicas que aborda el libro es la financiación del espionaje alemán al viaje de Lenin y otros exiliados en tren hasta Petrogrado. ¿Qué le debían los revolucionarios comunistas rusos a Berlín?

Es una polémica muy antigua, que estalla estrepitosamente durante las jornadas de julio de 1917 y ahora vuelve a resurgir. Está documentado que existió una ayuda consistente de los alemanes, comenzando por la que le prestan a Lenin para regresar a Rusia desde Suiza, en abril de 1917. Sin embargo hay que entender el oportunismo bolchevique a la luz de sus objetivos en la época: se trataba de desencadenar una revolución internacional que incluso contagiara a los alemanes, en primer lugar. Ese era el objetivo de Trotski durante las conversaciones de paz con ellos en Brest-Litovsk, una vez que los bolcheviques habían tomado el poder y buscaban salir de la guerra. Por lo tanto, ante un fin de ese calibre, el aceptar dinero o apoyo de las futuras víctimas incluso era visto como una astucia ejemplarizante.

Marineros bálticos, participantes en el asalto al Palacio de Invierno en Petrogrado en octubre de 1917. Foto: Agencia Sputnik

—También se le dedica un episodio a Alexandr Parvus, el llamado “mercader de la Revolución”, un personaje que a veces recuerda a Onofre Bouvila de “La ciudad de los prodigios”, ¿los bolcheviques tuvieron que “ensuciarse” las manos para alcanzar el poder?

Los bolcheviques eran revolucionarios profesionales. Y entre ellos, Parvus era un personaje extraordinario, clarividente. Sabía que sin medios y contactos no era posible la revolución, cualquier revolución. Por eso tuvo tanta importancia en la Revolución bolchevique. Se le niega protagonismo porque se le asocia con el apoyo alemán, con esa cuestión de la que hablábamos en la pregunta anterior. Y él mismo se convirtió en enemigo de sí mismo debido a su carácter desabrido y soberbio.

—Con la Revolución de octubre, Lenin y los bolcheviques se hacen con las riendas del país, aunque los Social Revolucionarios tenían un mayor apoyo popular, según los resultados de las elecciones para la Asamblea Constituyente, ¿en qué punto y cómo los comunistas consiguen asignarse el poder y hacerse respetar entre los demás grupos políticos?

Obviamente, tras la clausura de la Asamblea Constituyente por los bolcheviques, en enero de 1918. De esa forma la guerra civil empieza en realidad con los choques armados entre los mismos revolucionarios. Hay ya un primer avance en los combates entre las fuerzas de Kérenski y las del nuevo poder en torno a San Petersburgo a finales de octubre de 1917; y luego enfrentamientos a mayor escala entre los bolcheviques y esa especie de República que organizan los eseristas, el Komuch —las iniciales en ruso de Comité de Miembros de la Asamblea Constituyente de todas las Rusias— en el Volga. La guerra de rojos y blancos, al menos a gran escala, llega más tarde, cuando estos logran apoyarse en las fuerzas intervencionistas, sobre todo, la Legión checa, que controla el Transiberiano. El arranque de la guerra civil rusa es poco conocido y está lleno de paradojas e historias “políticamente incorrectas” hasta hace poco.

—Es una constante la diferenciación y a veces choque entre el campo y la ciudad, entre los obreros industriales y el campesinado. ¿Por qué era tan difícil de encajar al campesinado en el nuevo régimen? ¿Cómo, siendo una clase relativamente minoritaria, los obreros del sector industrial acabaron pesando más en el diseño del país y el sistema sociopolítico surgido de la Revolución de octubre?

En aquella época, el campesinado era mayoritariamente social-revolucionario, una ideología radical que era evolución del populismo decimonónico. Por lo tanto, cuando triunfó la Revolución de octubre y los bolcheviques torpedearon la Asamblea Constituyente, que hubiera legislado sobre el patrón eserista, estos intentaron resistir en el Volga en torno a esa curiosa república denominada Komuch. La Revolución rusa y los primeros compases de la guerra civil tuvieron un paradójico componente de izquierdas vs izquierdas que esto últimos años ha sido muy difuminado. Por lo tanto, la victoria bolchevique en la contienda supuso también –entre otras cosas– el triunfo del modelo revolucionario proletario. Las revoluciones en Asia, tras la II Guerra Mundial, cambiaron hasta cierto punto ese modelo soviético. Pero la tendencia al modelo económico industrial como objetivo final de la revolución siempre supuso la aparición de una especie de clase media técnico-profesional y  la expansión del proletariado a costa del campesinado.

Tampoco debemos olvidar que el carácter industrial urbano mayoritario en los apoyos del régimen bolchevique, que contribuyó a darle preeminencia en los centros neurálgicos del imperio ruso, constituía también su talón de Aquiles. La movilización de estas masas necesitaba de un fluido abastecimiento alimenticio y energético a las grandes ciudades y particularmente al cuadrilátero definido por la diagonal Petrogrado-Moscú, dependiente del exterior en ambos casos. Esta vulnerabilidad manifiesta fue inicialmente identificada y empleada contra los bolcheviques por las potencias centrales tras Brest-Litovsk y posteriormente por todas las facciones antibolcheviques como vía para minar y derrotar al adversario. De ahí que la dinámica de la guerra civil también contribuyera a dibujar grandes trincheras, con pocos matices entre ambas.

—Poco después de llegar al poder los bolcheviques estalla la guerra civil rusa, ¿qué implicación tuvieron las potencias mundiales en el conflicto? Seguramente poca gente hubiera apostado en aquel entonces por los bolcheviques, ¿cómo pudieron acabar imponiéndose?

En parte se imponen por la incapacidad de sus enemigos. Y en esa habilidad para la resiliencia jugaron un papel central dos factores: a) Tenían las ideas claras, unos objetivos diáfanos. Frente a ellos, los intervencionistas y los blancos eran una cacofonía de intenciones; b) Supieron organizarse. Eran pocos —los líderes y personalidades bolcheviques no eran más de 70— y sabían cómo imponer una férrea y dura disciplina. El fin justificaba los medios.

Vistas las cosas desde la óptica de la intervención aliada, esta no comienza a ser relevante hasta que no finaliza la Gran Guerra en Europa Occidental. Hasta entonces, su acceso al Imperio ruso estaba vetado por la ocupación de los imperios centrales y solo el lejano puerto de Vladivostok permitía su presencia. Durante 1918 los aliados solo manejan el peón de la Legión checa en el gran tablero ruso, de ahí su desproporcionado papel en el conflicto.

Llegada la capitulación de las potencias centrales, en noviembre de 1918, también ocurre la máxima expansión internacional del fenómeno bolchevique, principalmente con la revolución espartaquista en Alemania y Bela Kun, en Hungría. Este temor a la revolución internacional, conjugado con el terrible cansancio y desilusión que libera la desmovilización de las potencias aliadas, socavan sus intentos de intervenir en el Imperio ruso, ahora ya con un con un ilimitado acceso al mismo: tanto británicos como franceses sufren importantes motines militares cuando pretenden prolongar sus operaciones militares en Rusia tras el armisticio.

—En ese contexto también se produce el intento fallido de expansión de la revolución a la Europa occidental y el posterior giro al este, ¿la Revolución fue “euroasiática” por necesidad o por vocación? ¿Qué beneficios había en ello?

La revolución debería ser mundial. Pero a los bolcheviques les parecía más lógico comenzar extendiéndola por Europa. Había razones de peso para ello: en el Viejo Continente existía un proletariado numeroso y consciente. A pesar de que no había podido detener el estallido de la guerra, ahora podría redimirse deteniéndola y propagando la revolución. Pero en el verano de 1920 la Caballería Roja se quedó detenida ante Varsovia y el empuje hacia el corazón de Europa falló. No cabe duda de que ese fracaso frustró terriblemente a Lenin, que al año siguiente experimentó la decadencia física que lo llevó a la muerte en 1924. En septiembre el Congreso de los Pueblos de Oriente, en Bakú, inauguraba una nueva dinámica de expansión hacia Oriente. Pero aunque se pusieron en juego ideas muy interesantes, ese intento nació muerto al no poder resolver problemas prácticos importantes: cómo extender la revolución socialista entre unos pueblos sin proletariado y a veces incluso sin campesinado, en Asia Central. O cómo compaginar marxismo e islam. Paradójicamente, las asignaturas pendientes de 1920-1921 tuvieron mucho que ver con el final de la Urss, en 1991.

—Da la impresión de que fue una época llena de posibilidades y de sueños, desde las esperanzas de los bolcheviques ante el supuesto inminente estallido de la Revolución mundial hasta los planes de algunos ministros y militares “kadetes” de tomar los estrechos de los Dardanelos e incluso invadir y arrebatar Estambul a los otomanos. ¿Por qué era una época en la que todo o casi todo parecía posible?

Porque el planeta estaba patas arriba. Y entonces, en esa situación, todo el mundo piensa que todo es posible. Luego se imponen las circunstancias y la realidad, pero entonces políticos y estadistas intentan adaptar sus antiguos proyectos a la nueva situación. El resultado final puede ser bastante imprevisible. El resultado final fue la Unión Soviética.

—Finalmente, la Urss queda consolidada y hace que todos los acontecimientos que condujeron a su creación y formación pasen a ser “inevitables”. ¿Eran realmente inevitables? ¿La Rusia postzarista pudo haber sido otra cosa?

La Rusia postzarista “fue otra cosa”, de hecho. En su fase inicial, el movimiento revolucionario buscaba sustituir a la autocracia por una monarquía parlamentaria, la resistencia de Nicolás II y su entorno frustraron la continuidad de la monarquía y la Rusia “postzarista” debía ser una democracia parlamentaria republicana, que tampoco cuajó por el estrés generado por la Gran Guerra. Pero sobre todo, recordemos siempre que para los bolcheviques la Revolución de octubre nunca debió ser “rusa”, sino internacional.

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