En este artículo, el autor refuta referencias –en algunos casos insidiosas, en otros malintencionadas– respecto del partido Hezbollah, a propósito de la caza de brujas que el macrismo desató luego de episodios en extremo oscuros.

Habrán visto lo ocurrido con los pibes de Floresta. Si por un lado es preciso seguir la información y difundir la voz de la familia; si por otro resulta importante evitar la identificación de un credo con cualquier acción delictiva; también es pertinente –en el período Cualquier Cosa– volver sobre la cuestión informativa.

A lo largo de los días recientes, decenas de colegas han escrito y pronunciado la frase “la organización terrorista Hezbollah”. Bueno: ya no se trata de un debate ideológico, que depende del prisma. La expresión es falaz, porque si se tuviera que hallar una definición en el campo militar, el agrupamiento citado bien podría ser catalogado como “antiterrorista”.

Aunque el público desde este Sur lejano del Líbano no lo perciba, ese error constituye una tremenda falla profesional de los periodistas que han difundido la situación y de las áreas internacionales de medios como La Nación, Clarín, Infobae, Perfil y algunos más “cercanos” que se prestan a calificar lo que venga, del modo en que los servicios se lo indiquen.

En algún momento definimos esto como ausencia de autorrespeto profesional. Sería interesante que alguno de los analistas internacionales de esos medios fundamente a cara descubierta, con datos políticos concretos en la mano, qué puede llevarlos a calificar como “terrorista” a la organización que conduce Hasan Nasrallah.

A decir verdad Hezbollah, nacida en Líbano en 1962, es una organización política que representa millones de pobladores de la región, la mayor parte de ellos islámica chiita. Como cualquier movimiento nacional popular del planeta, ante la invasión registrada en ese tramo, adoptó formas variadas de resistencia.

De allí que esa vertiente haya desplegado alianzas, andando el tiempo, con el sector del Partido Baas que levanta banderas confluyentes –partido que se presenta regularmente a elecciones legítimas en casi toda la zona, salvo donde es prohibido y perseguido- y con la Revolución Iraní. Desde 1992 Hezbollah participa de los comicios en su país, con resultados que vale revisar.

En principio: donde arma listas, gana. Se impuso en todos los distritos electorales sin sospecha alguna de fraude y pasó a representar a la mayoría de los libaneses. A tal punto que amplió su política de alianzas hacia otros espacios, lo cual debería relativizar la acusación de “fundamentalista” que también ha recibido: con cristianos ¡pero también con judíos!, forjó “Líbano Multiconfesional”.

Ante las continuas agresiones del Estado de Israel con respaldo de la OTAN, los Estados Unidos y Arabia Saudi, los libaneses resguardaron su derecho a la autodefensa armada, por una sencilla razón: si se desarmaban, eran barridos por esa coalición. Jamás Hezbollah actuó fuera de la región señalada y mucho menos con operativos militares sobre algún país de América latina. Eso no está en su lógica ni en su radar.

Hay dos textos que definen su rumbo de modo inequívoco: la Carta Abierta a los Oprimidos de Líbano y del Mundo, y el Manifiesto de Hezbollah. En ambos expresa la decisión de luchar por “la tierra, el pueblo y la soberanía del país” para “un Estado que tenga un ejército nacional, fuerte y preparado; un Estado que esté estructurado sobre la base de instituciones modernas, efectivas y que promuevan la cooperación, un Estado que esté comprometido con la aplicación de las leyes a todos los ciudadanos sin distinción; un Estado que garantice una representación parlamentaria correcta y justa sobre la base de una moderna ley electoral que permita a los votantes escoger sus representantes sin verse afectados por presiones”. Bien, vamos más lejos.

Pues ¿cuál es el Proyecto Nacional que encarna Hezbollah? Preste atención, lector. Sus objetivos son crear “un Estado que dependa de personas cualificadas con independencia de cuáles sean sus creencias religiosas y que establezca mecanismos para la lucha contra la corrupción en la Administración; un Estado que disponga de un Poder Judicial independiente y no politizado; un Estado cuya economía promueva los sectores productivos y trabaje para fortalecerlos, en especial la agricultura y la industria; un Estado que aplique el principio de desarrollo equilibrado entre todas las regiones; un Estado que cuide a sus ciudadanos y les suministre los servicios adecuados».

Hay más, con rasgos significativos: «un Estado que se ocupe de la joven generación y ayude a los jóvenes a desarrollar sus energías y talentos; un Estado que trabaje para consolidar el papel de las mujeres en todos los niveles; un Estado que se ocupe de la educación y trabaje para mejorar las escuelas y universidades oficiales y aplique el principio de la escolaridad obligatoria; un Estado que adopte un sistema descentralizado; un Estado que trabaje duro para frenar la emigración y un Estado que cuide a sus ciudadanos en todo el mundo y les proteja y se beneficie de sus conocimientos y posiciones para servir a la causa nacional”. Así es la cosa.

Como se verá, todo muy poco “terrorista”. Por el contrario, esta organización –reiteramos: representativa de la mayoría de los libaneses– ha actuado con energía y con la ley en la mano para expulsar a Al Qaeda y al ISIS de su zona de influencia. Todo esto, y bastante más que por ahora no incluimos para evitar abundar sin sentido, es información.

Información abierta disponible para todos los colegas que intenten asomarse aunque más no fuera un poco a la realidad de Oriente Próximo y Medio Oriente. La posibilidad de que Hezbollah configure un grupo terrorista para operar en la Argentina es la misma que si la Juventud Peronista destinara brigadas para actuar violentamente sobre Yemen, por así decir.

Un disparate; difundido continuamente, estos días, por medios que dicen tener secciones cuyo leit motiv reza “Internacionales”.

  • Director de La Señal Medios | Sindical Federal | Área Periodística Radio Gráfica.

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