Para Nicolás Valentini, el realizador del documental sobre las Madres Kurdas que protagoniza Nora Cortiñas, el film es un registro de la lucha de las Madres que bregan por memoria con justicia, más allá de las fronteras.

“Cuando fuimos con Norita a un acto de las Madres de la Paz en Estambul, mientras filmaba veo que al ponerse su pañuelo blanco las mujeres la reconocen y la rodean para saludarla y abrazarla. Es una referente, muy valorada porque conocen esa lucha y quiénes son nuestras Madres”, dice Nicolás Valentini, quien junto a Alejandro Hadad dirigieron la película Pañuelos para la historia, el registro de un viaje al Kurdistán de Nora Cortiñas, de la Asociación Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.

“No es una película con el fin en sí misma, sino más bien un mensaje que intenta aportar a la lucha de estas madres más allá de las fronteras. Las Madres de la Paz son más jóvenes que las nuestras  porque el violento conflicto con el gobierno Turco surge en los años noventa”, explica Nicolás. Esa agresión produjo unos 17 mil desaparecidos, pero la investigación es lenta y el Estado no reconoció esa situación ni hubo juicios por los crímenes cometidos, pero las madres kurdas siguen adelante con sus rondas semanales para organizarse y visibilizar el conflicto.

Una hormiguita que no para

“Norita tiene mucha energía. En el viaje nunca dijo «hoy quiero descansar». Con el grupo buscamos que no se cansara, pero si fuera por Norita podíamos seguir”, cuenta Nicolás.  En una llamada telefónica a sus familiares, registrada en el film, Nora advierte: “Me paso el día subiendo montañas”, pero se ríe y sigue recorriendo las calles de la ciudades con su pequeño aspecto y a paso rápido.

“No parecía que tenía 82 años. Y pese a que tenía la marcha del 24 de ése 2013 y  que el 22 de marzo era su cumpleaños –agrega el director–, vino para filmar a miles de kilómetros de su casa. Hoy con 89, en su casa de Castelar, además de cuidar con dedicación su jardín, cada mañana sale para ir a apoyar una fábrica tomada, un reclamo gremial, una protesta o ir a liberar detenidos en comisarías. Puede ir a una escuela o al Chaco, a EEUU, hace poco también voló a Japón para apoyar un acto por las mujeres que en la Segunda Guerra Mundial habían sido prostituidas”.

“Norita le puso colores a la película y así no resultó triste y solemne. Ella sacó adelante el trabajo con su humor, sus bromas y toda su energía. Es divina”, valora Nicolás, quien explica que “apenas la conocía y viajamos juntos en el avión. Aunque no se podía filmar, igual tomé imágenes. Se acostumbró el tema de la cámara. Pero hay formas de filmar: yo tenía siempre la cámara en la mano y a ella no le molestaba”.

“El viaje de Ezeiza a Estambul fue larguísimo. Allí tomamos otro avión y fueron otras dos horas más hasta Dyarbair. Esa ciudad es como el centro urbano más importante de los kurdos, de unos dos millones de habitantes, expandido por la inmigración interna de aldeas cercanas a la frontera con Siria”, explica el cineasta.

Y agrega: “Allí  opera la organización militar que implementó las desapariciones, asesinatos y la quema  de viviendas”.

El monopolio de la violencia

En una de las secuencias de la película, una madre del pueblo kurdo le cuenta a Cortiñas que su hija se inmoló ante sus ojos para pedir paz. La situación impresiona a Norita y les dice que hay que cuidar la vida para resistir, y dice que se puede presentar una carta ante Naciones Unidas, en la sede de Ankara. Pero sólo recibe la denuncia un funcionario de segunda. Hacía unos pocos días, en la vereda de esa misma oficina, había estallado un auto-bomba. En ese clima se realizó el viaje.

Nora se interesaba por esa búsqueda de la paz y el cese de la guerra que reclaman los kurdos, presentado oficialmente como un enfrentamiento entre pueblos, aunque es el Estado quien tiene el monopolio de la violencia y nunca reconoció la desaparición de personas durante los años  90. Por eso no se realizaron juicios a quienes perpetraron crímenes de lesa humanidad, como ocurre en Argentina.

En memoria

“Norita ya conocía aquella lejana región”, dice Nicolás y menciona el papel de Alejandro Haddad, “un maestro, poeta, documentalista y periodista comprometido con la resistencia del pueblo kurdo y en especial con la defensa de los derechos humanos, publicando notas en revistas como Sudestada y Resumen Latinoamericano”.

“Al viajar a Chiapas , Alejandro conoció al kurdo Erdal, a quien visitó luego en Turquía”, relata el director del documental. “Así se acercó a la cuestión kurda y regresó en 2011 para participar de un foro social en la Mesopotamia, donde le pidieron que fuera con algún referente de nuestro país. La invitó a Norita y así viajó ella por primera vez”.

Pero Alejandro Haddad falleció en 2014, tenía 34 años y no llegó a ver a la película, luego dedicada a su memoria. También admite el realizador rosarino que “fue muy duro porque trabajamos juntos y debíamos producir el documental sin su participación. En tanto, el mismo Erdal fue protagonista del trabajo y traductor”.

20 millones sin territorio

La etnia kurda sin Estado propio –más de 20 millones de personas– se reparte en cuatro países: Turquía, Siria, Irak e Irán. Siguen unidos por la milenaria cultura, la lengua y sin dejar de buscar un Kurdistán unido y autónomo.

Los historiadores señalan que los kurdos provienen de los medos, imperio desarrollado en la región hasta ser anexado por los persas en el siglo VI A.C. Luego, con las invasiones árabes-mulsumanas, los kurdos se convierten al Islam, pero resguardando su identidad aunque sean separados en distintos principados.

Intereses europeo

Al final de la Primera Guerra Mundial, con el desmembramiento del Imperio Turco, algunos kurdos impulsan el proyecto de un Kurdistán independiente. Cuestión que hasta recomendó, en 1920, el Tratado de Sèvres, tras  la rendición del Imperio Otomano.

Las potencias occidentales también redibujan las fronteras. Francia instaría a darle partes del territorio habitado por los kurdos a sus protegidos de Siria. Mientras que Inglaterra pidió para Irak la zona petrolera de Mosul.

Por esos territorios en disputa y donde la violencia estatal goza de impunidad, andaría Norita llevando su solidaridad y sabiduría.

Doble lucha

Otra de las situaciones registradas en la película es la experiencia profunda de las  organizaciones de las mujeres. En ese sentido, la lucha contra la represión y su ataque a los derechos de género de las kurdas. Ellas siempre aparecen en fotos con ametralladoras, pero no se visibiliza el alto grado de organización logrado con el establecimiento de escuelas, talleres de oficio y centros culturales, además de tener una agencia de noticias femenina, Jinha, siempre perseguida.

De todas formas, la organización femenina provoca terror a los hombres del Estado Islámico (ISIS), para quienes caer en un ataque de mujeres los afrenta por sentirlo como una profunda humillación.

Por otra parte, señala Nicolás, “pudimos viajar y filmar en ese momento, pero hoy los compañeros nos dicen cómo recrudecieron la persecución, los bombardeos y la censura”.

El productor kurdo de la película fue preso casi cinco meses y le abrieron una causa judicial. Otra  productora también fue perseguida y a una periodista que participó la despidieron de su trabajo.

El recorte de la cultura

“Pudimos hacer y financiar la película gracias al apoyo del Instituto Nacional de Cine, por los subsidios que antes impulsaba a  los documentales, pero ahora eso se cortó con el gobierno de (Mauricio) Macri”, cuenta Nicolás. Y sostiene: “Ya fue todo eso, ni hay Ministerio de Cultura”.

La lucha es por la identidad: en una escuela de Turquía no se puede hablar en lengua kurda, ni escribir en ese idioma, viven como inmigrantes y son un pueblo de 40 millones de personas. A una diputada que juró en kurdo le negaron los fueros, la Constitución pena como un crimen la alteración de la «turquedad». Creo que si no íbamos con Norita, una persona de reconocimiento internacional, posiblemente no nos hubieran dejado filmar. Incluso en canales de televisión kurdos difundieron la película, pero luego los censuraron y cerraron”, resalta Nicolás.

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