Existe una zona en la cual el movimiento nacional se encuentra trabado. La misma está configurada por la combinación del gran caudal de votos que posee Cristina Fernández de Kirchner y el elevado nivel de rechazo que carga sobre sus espaldas. Algo semejante, en sentido inverso, sucede con las diseminadas vertientes del peronismo no kirchnerista. Han pasado tres años de la elección del 2015 y los indicadores en uno y otro sentido se mantienen bastante estables.

En ambas regiones se observan núcleos duros que condensan esa situación en un puñado de adjetivos calificativos. Están los que indican que el no kirchnerismo es traición al movimiento y a la construcción lanzada por Néstor Kirchner en 2003 y también los que señalan que la ex presidenta encarna una traición a los valores del peronismo histórico, traducida en sectarismo.

Se le da vueltas al asunto pero –con todas las variantes que se quiera- allí está el nudo. La resolución satisfactoria del dilema puede llevar a ganar las elecciones del año que recién empieza; la resolución negativa del mismo, facilitaría la continuidad del rumbo oligárquico, antiindustrial y antinacional que hoy gobierna el Estado.

Las mediciones son claras. CFK alcanza, inicialmente y sin estar en campaña, un volumen significativo: 37 por ciento de la intención de voto. El segundo dirigente del espacio que congrega sufragios propios es Sergio Massa, con un 9 por ciento aproximado. El resto de los probables candidatos –un muy promocionado Roberto Lavagna, Agustín Rossi, Felipe Solá, entre otros– sólo llegarían a un nivel competitivo si son apoyados explícitamente por aquellos dos referentes.

Nobleza obliga, es preciso añadir una consideración a las cifras expuestas. El 9 por ciento que agrupa el dirigente del Frente Renovador –como se conoce a su formación públicamente, más allá de nuevos bautizos y desprendimientos- no reúne a todo el anticristinismo, que en su conjunto tiene un volumen apreciable. Sea por errores propios y/o por campañas mediáticas hostiles, la figura de CFK cautiva cuestionamientos que superan el porcentaje indicado.

El peronismo cuenta con una ventaja inicial hacia octubre: el 65 por ciento de la población manifiesta su rechazo a la política económica que lleva adelante el presidente Mauricio Macri y su gobierno. Sin embargo, al observar el párrafo anterior, se comprende que no es lo mismo canalizar ese malestar a través de una candidatura unificada que dispersar los votos en varias nóminas que se presenten como opositoras.

El movimiento obrero, esencial para el movimiento nacional, dijo lo suyo el año que concluyó. Sus máximos referentes genuinos depusieron diferencias y conjugaron esfuerzos en la pelea contra el proyecto oligárquico. Ahora bien: meses después de aquellos pronunciamientos acompañados por masivas movilizaciones, es posible indicar que los núcleos duros de los dos espacios políticos citados no tomaron debida nota.

Una de cal, otra de arena. En cambio, los dirigentes mencionados y muchos más –varios gobernadores, numerosos intendentes, líderes de agrupaciones– coinciden en promover diseños económico sociales peronistas, esto es, asentados en el mercado interno, el mejoramiento de la situación social y la reposición de una función rectora para el Estado nacional.

Esto es importante, dentro de los problemas señalados, porque evidencia que la pugna de proyectos concretos es tenue: a diferencia de lo ocurrido en los años 70 y en los 90, no existen propuestas absolutamente contrastantes en el interior del movimiento a la hora de proponer las grandes líneas para conducir los destinos nacionales.

El esquema oligárquico en vigor es lo suficientemente cerrado como para expulsar asociados en vez de sumarlos. Hasta ahora, algunos chantajes presupuestarios y otros –lamentables- de carácter político jurídico, han servido para mantener en caja a ciertos referentes que, a su vez, observan decrecer su popularidad al quedar en las cercanías del oficialismo.

En ese marco, es preciso observar, junto a la lucidez de los sindicatos –que vienen reuniendo fuerzas con las organizaciones sociales–, la borrosa acción de los empresarios. Las pequeñas y medianas compañías, así como las cooperativas, poseen un peso específico trascendente en la vertebración económica nacional. Sólo los medios especializados lo menoscaban. Este segmento se ha mostrado en línea con el andar del movimiento obrero.

Por otro lado, las firmas más grandes con asentamiento en el mercado interno, parcialmente representadas en la UIA, vienen cuestionando con agudeza el camino gubernamental. Su decir se asordina cuando la presión judicial crece –asociación ilícita vs cohecho– pero la crítica es audible. ¿Cuál es el elemento que tensiona? En buena medida la cultura antiperonista y antisindical de este espacio.

De allí que resulten firmes y sostenidos los intentos de promover a Lavagna como candidato opositor, en busca de un gobierno que reoriente aspectos básicos de la economía pero conserve la distancia con las franjas que anhelan derechos sociales en toda la línea. Algo así como un neo duhaldismo. No quieren a CFK, no quieren a los sindicatos, desconfían de una potente intervención estatal.

(Acápite: quienes recabamos esta información sabemos que si una nueva gestión nacional popular no va a fondo, con la presencia del espacio laboral entre los ejes de la construcción, la salida puede transformarse, paradójicamente, en utópica. Lo que hacemos en estas líneas es volcar la información disponible, sobre la cual se asientan los armadores para definir los caminos a seguir).

Entonces, los comentados encuentros de los distintos agrupamientos del peronismo, existen. Sólo que aquí intentamos mostrarlos según sus bases de sustentación, dejando de lado las superficialidades habituales registradas por los medios tradicionales a derecha e izquierda sobre quién le cae mejor a tal o a cual dirigente.

Cada espacio está pagando tránsitos que dejaron heridas tremendas. El hegemonismo de La Cámpora y cercanías durante el tramo 2012 – 2015 quebró la confianza en CFK y su círculo cercano al punto de generar una camada de referentes que prefieren perder antes que articular allí. Como contracara, la cooperación de muchos de ellos con el gobierno de Macri en su tramo inicial, ideografiada en las fotos de Davos y concretada en votaciones del Congreso, granjeó una imagen de complicidad con la destrucción que lleva a la contracara: hay quienes prefieren perder antes que concurrir juntos a un comicio nacional.

Vamos a señalar un nombre que tiene un sentido: la introducción de Alberto Fernández en las gestiones hacia una unidad es un mensaje relevante. Por un lado, da cuenta de lo relativo de las afirmaciones terminantes: quienes desde La Señal presentamos este informe recordamos las consideraciones vertidas sobre su figura desde mucho tiempo atrás.

Alberto fue “la mano derecha de Néstor” y también “parte del grupo inicial, junto a Cristina”. Luego, “un agente de Clarín” en el movimiento. Más tarde “colaboró con los traidores que se fueron” al Frente Renovador y otras instancias. Ahora, un armador que brega por la unidad y en su seno, por el reconocimiento de CFK como la máxima referente del peronismo.

¿A qué vienen estos recuerdos? El movimiento ingresó, en los años recientes, en un huracán de acusaciones tajantes que, de haber resultado ciertas, no admitirían vuelta atrás. Con un puñado de improperios lanzados al aire, en muy poco tiempo se barre con figuras propias, se condena a quienes dialogan con ellas y se traza una raya muy gruesa de la cual no se debe pasar. ¿Nadie va a reflexionar al respecto?

(Estas observaciones no intentan reverdecer confrontaciones sino hacer eje en la importancia de definir grandes líneas de acción política estratégica y evitar confundir los pasos parciales con elementos centrales. De hecho, somos conscientes que durante la lectura del presente texto, muchos dirán “pero no podés comparar a ese traidor con tal compañero” y “no podemos seguir tratando de construir con esos izquierdistas”. Así siguiendo.)

Bueno, las cuentas, de otro modo, no dan. Hay quienes dibujan, para darse ánimos. Pero sin unidad, será bien difícil.

Ahora que tenemos unos instantes para procesar la información, evaluemos la difundida expresión de “primero tenemos que unirnos los peronistas y luego hacemos frente a izquierda y derecha con socialdemócratas, empresarios, sectores eclesiales, etc”. Quien mejor formula esta aseveración es Guillermo Moreno, pero late en el concepto de muchos compañeros.

La idea tiene la virtud de ser razonable, y al mismo tiempo contiene algunas esquirlas que la damnifican en la práctica. Resulta atractiva para quienes nos definimos nítidamente como peronistas, pero una de las condiciones para ser peronista es la capacidad de integración, dejando de lado antecedentes y tomando en cuenta el futuro. ¿Dónde está el problema?

Básicamente que parece imposible que el kirchnerismo, para construir la unidad, concurra a la misma desprendiéndose de toda una masa militante y dirigencial intermedia que reniega del peronismo y percibe su identidad únicamente afincada en el tramo 2003 – 2015. ¿Porqué una fuerza de esta dimensión participaría debilitada en un encuentro donde cada voto vale mucho? Por tanto, resulta lógico pensar el modo de integrar ese espacio sin pedirle fracturas.

Los esfuerzos, claro, tendrán que ser compartidos. El sector que conduce CFK debería abandonar la prédica acusatoria horizontal como factor básico de propia identidad. Y dejar de lado, en la misma dirección, la confusión entre banderas parciales que ameritan debates y permiten variedad y la gran bandera del Proyecto Nacional. Tendrá que comprender que es inviable ganar con una prédica eminentemente agnóstica, despectiva para con culturas y creencias distantes de los centros universitarios; y con baja valoración de las organizaciones gremiales donde, ahí sí, los trabajadores se perciben “empoderados”.

Hace unos meses señalábamos que todos estos elementos, que pueden resultar confluyentes, necesitan ser impulsados de abajo hacia arriba por una vorágine que impida salirse del camino de unidad. Esa sería una tensión sobre los referentes para que, más allá de sus intenciones, comprendan que si elaboran hacia afuera, se lima su prestigio y se anulan sus posibilidades electorales.

En vez de fomentar esa vorágine, los espacios han persistido, los meses recientes, en la cómoda práctica de imputarse mutuamente. Los argumentos de sus militantes más activos saturan redes y charlas dando cuenta de lo dañino que resultaría reunirse con los “rivales”. Los encuentros convocados tienen apariencias de apertura, pero en la selección de las voces que se difunden sólo pueden hallarse representantes de los núcleos duros. Se esparcen aquí y allá pedidos de censura ante las diferencias, en vez de intentar el desarrollo de discusiones a fondo.

En nuestros medios, claramente orientados hacia la información certera y el debate pleno, lo sentimos: pocas veces como en el tramo reciente del año que se fue hemos sido tan hostigados con frases del tipo “¡cómo van a sacar al aire a ese…!” o “no entiendo porqué publican cosas de …” y “pero si ese tiene una historia que ya sabemos…”. Lo primero que cruza la mente de los abanderados de las causas chicas es anular el decir del otro para construir espacios monocordes basados en los conceptos propios.

Muchos compañeros, algunos de ellos queridos y cercanos, poseen más deseos de tener razón que de ganar.

Pero el movimiento nacional es un mar bravío, siempre picado y bien revuelto. Quien se niega a nadar en aguas abiertas, recala en cómodas piscinas caseras. Pequeñas aunque sean “grandes”. Controladas; manejables.

Sin cauces briosos que aporten torrentes variados, y desemboquen en el mar.

(*) Director La Señal Medios | Sindical Federal | Area Periodística Radio Gráfica.

 

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