Último día en La Habana, culminó el Congreso 60 años de la Operación Verdad, el motivo que me llevó a Cuba, y comienza mi viaje. Poco equipaje, poco dinero pero un camino que me debía.
Santiago, 9AM. Entreabro los ojos. Está fresco. Me vuelvo a tapar. Disfruto unos minutos más ese momento previo a todo comienzo. Enciendo el TV en el canal local. Primero descreo de lo que veo, después sonrío… Decido prolongar un par de horas antes de partir. En la pantalla acaba de empezar Pelo (Hair). No lo puedo creer, mis 16 años. Esto se está poniendo bueno –pienso– a la noche parto hacia Santiago.
22PM. La Guagua ya está por salir. Me acomodo como puedo. Me esperan 14 horas de viaje hacia el Oriente de Cuba, tres horas de música cargada para acompañar. Parece un viaje de tantos. No lo es. Me espera Santiago, donde empezó todo. No está en mi cabeza esta crónica. Sólo tratar de dormir lo más que pueda, quiero llegar.
La guagua me recuerda esos micros de asiento duro que me llevaban de regreso a mi pueblo cuando estudiaba en la Universidad. Eran 15 o 20 horas, pero claro, tenía veinte años –pienso–. La Habana va quedando atrás y Zeca Pagodinho me arrulla mientras me dice que todo va a estar bien… “Vim pra probar/ que o amor quando é puro/ Desperta e alerta o mortal/ Aí é que o bem vence ao mal/ Deixa a chuva cair/ que o bom tempo há de vir”…, y así me duermo.
6AM Abro un ojo, después otro. Me acomodo y miro por la ventanilla. Verde y más verde. Se van sucediendo palmeras, cultivos de caña y ese verde. Pequeños poblados, viviendas, campesinos que van hacia sus tareas. Mi vista se pierde y se encuentra. Algo sucedió. Algo se movió adentro. La revolución se me va presentando, y con ella mis 20 años. Algo pasa. Trato de entender. Desisto. Me entrego a lo que sea, empiezo a mirar, empieza mi viaje…
Al frente de la guagua se enciende una pequeña pantalla con una imagen como las del televisor de mi casa en mi infancia. Aparece una lista de reproducción. Veo por la ventanilla el muro de una casa blanqueada a la cal y una prolija leyenda: “Sierra Maestra arde. Seguimos en 26”. En la pantalla comienza a sonar… “Si lloras por mi/ será/ por que me quieres/ si sufres asi será porque me extrañas/ recuerdas tal vez las cosas que han pasado/ que lejos ya están que lejos han quedado”… En la pantalla de los 60’ jóvenes en minifalda bailan y Los Iracundos siguen y “…hoy lloras por miiiii”… Sonrío y pienso, que bueno que me equivoqué, que no era llegar, era el viaje.
Sigue ese verde. Poblados, casas que se suceden, pintadas de colores, tabaco secándose, la guagua se zarandea en la ruta poceada, mi espalda lo sabe, ya 10 horas de viaje. Observo el paisaje interno: Cubanos de todos los colores, dos italianos, un español que también canta conmigo, franceses, alemanes y chinos. Eso es Cuba.
Los muros de las casas me siguen hablando, ahora del aniversario de la Reforma Agraria. Empiezo a garabatear mientras canto con la pantalla… “…dejaré la llave en mi puerta/ Esperaré tu vuelta/ estará así toda la vida/ por si has de volver algun díaaaaaa”… Al gallego le salta el corazón, me lleva algunos años pero no puede evitar ponerse a cantar conmigo. Sonreímos. Me estalla el alma. Se suceden los poblados: Las Tunas, Boyano, Santa Rita, San Luis, Palma Soriano…
Le pregunto a un hombre que subió en uno de los pueblos por un árbol que se empecina en hacerme sonreír con sus flores estalladas. Es un framboyán –me dice– florece en invierno. A contramano, como la revolución–pienso–. Sigo cantando y las chicas con sus cabellos batidos. No podía faltar Fernando de Madariaga… “Adiós, es mi último adiós/ ya basta de fingir/ ahora sobran las palabras/ Llegó la hora de decir adiós”… El gallego está emocionado y el italiano lo mira y asiente mientras lo escucha cantar bajito, casi con vergüenza, casi con temor de emocionarse demasiado. Esperamos cada canción que empieza como si fuera el último parte de Fidel desde Sierra Maestra. Otro muro de una casa color celeste intenso me habla: “El dolor no se estimula, lo extraordinario si. 26 de julio”.
Doblamos en una curva y ahí está. Se me acelera el corazón. La Sierra Maestra… Nada me resulta extraño, como si ese pasaje que va discurriendo fuera mi vida, como si volviera a mi juventud, donde empezó todo, como ahí empezó todo, en la Sierra. Como si fuera una película en la que observo, participo y soy observada. Ahora Leonardo Favio aparece peinado a la gomina… “Cuando llegue mi amor/ le diré tantas cosas/ o quizás simplemente/ le regale una rosa”… Se suceden imágenes de Martí, banderas del 26 de julio, nombres en los muros de las viviendas diseminadas en el paisaje, Vilma Espin, Celia, sus ojos y sus sonrisas. En otro muro Fidel me dice “con la revolución no se firman contratos, se firman compromisos”. El framboyán sigue estallando en flores, me hace sonreír. Y sí, florece en invierno, como la revolución, me vuelvo a decir.
Ya estamos cerca de Santiago. Era mi destino –pienso– pero ahora no quiero llegar, quisiera que ese viaje fuera eterno, como la revolución. La pantalla muestra a un cantante sufriendo mientras clama: “Reloj/no marques las horas/porque voy a enloquecer…canto yo también”… y ahora al gallego se le suma el italiano.
“Yo soy Fidel”, me dice el muro de una vivienda entre palmeras y ese verde… y la Sierra Maestra. Un cartel de madera en una vivienda me informa «Sala de TV aguacate abajo». Estamos entrando. “Bienvenidos a Santiago”. De regreso a la revolución, donde empezó todo… “Vuelvo a ti después/ de tanto tiempo/ De tantos desengaños/ vuelvo a ti/ Vuelvo a ti En busca de un consuelo/ Que me trae tu recuerdo”, y con Manolo Otero la pantalla se apaga.
Santiago me recibe con sus colores, sus calles en subida y bajada. Se mezclan la revolución, los autos viejos que van a toda velocidad y sin semáforo –me persigno cada vez que voy a cruzar… lo confieso– sus mujeres con sus vestidos ajustados de todos colores y las uñas eternas y con brillos. Raisa me dice con su sonrisa eterna “acá mandamos nosotras” y estalla en carcajada. Pienso en la progresía de mi país tratando y no entendiendo nada. Como les pasó siempre con el Peronismo. Raisa me recuerda a nuestras mujeres peronistas, enormes, con sus tacos y remeras ajustadas y coloridas.
Noel nos acompaña a la habitación con corrección. Después de unas horas ya nos está contando que es retirado de las FAR por una operación y nos narra sus años en Angola mientras habla con devoción de su revolución.
En un barcito al paso en los que comen los santiagueros –cómo explicar lo que es un barcito en Santiago…no puedo–, una negra con una presencia y autoridad que aturden nos cuenta que podemos comer. Elegimos lo de siempre, es decir lo más barato, pasta y una botella de agua. Como en todos lados, cada vez que digo que soy argentina me sonríen con un sentimiento que tampoco puedo explicar.
Vuelvo a la casa un poco aturdida, una no está acostumbrada a tanta humanidad junta. Pienso que así debía ser la Argentina de Evita, no puedo evitarlo, si hasta la estética y los modos son como los que me contaba mi abuela. A mi comentario ya saltaría un progre diciéndome que la revolución es marxista y que Perón era militar y zaraza… nunca van a entender nada –pienso– ni a esa mujeres que quieren vestirse como las cantantes o actrices mientras te hablan de su revolución con orgullo.
Se suceden El Moncada, el Museo de la Clandestinidad, la ceremonia de cambio de guardia frente a las tumbas de Fidel, Martí y los héroes del 26 de Julio, la Casa de la Trova, la granjita Siboney. Las paredes que me hablan con sus garabatos y papeles pegados de la revolución. Las plazas con esos hombres de habano que tienen edad de haber sido la historia misma, con su mirada perdida vaya una a saber en que recovecos de su memoria.
Un grupo de adolescentes pasa como cualquier adolescente de cualquier país, pero estos saben de la revolución, de su historia, mientras escuchan su música, horrible, como la de cualquier adolescente en cualquier país…¿Cómo… no escuchan a Silvio y a Pablo…? No… tienen 16 años, y escuchan salsa y son…
La Casa de la Trova no cierra nunca, me dice un negro enorme con su contrabajo –si, un negro… no es un hombre de color, ni mulato que suena mejor– en plena calle con su compañero arrancan cuando la palabra mágica se escucha, sí, soy argentina. “Porque no engraso los ejes/ Me llaman abandonao/ Si a mi me gusta que suenen/ ¿Pa qué los quiero engrasaos?”, entre milongueado y son. Y para despedir sale Favio “Ella, ella ya me olvidó/ yo/ yo la recuerdo ahora”… Adentro, una mulata de unos 60 años, con una voz tremenda, que me recuerda a Billie Holiday canta Virgen del Cobre. Sí, en la revolución también le pueden cantar a la virgen, aunque manden las mujeres y sean marxistas…
Dos veces lloré en un cementerio, una cuando despedí a mi papá, la segunda fue frente a la tumba de Fidel, mientras el cambio de guardia de honor se sucedía frente a mis ojos. Dos jóvenes y una mujer con el cabello hasta la cintura que con paso marcial desplegaba su presencia. Si, las mujeres militares no andan de rodete, o algunas sí, bueno, andan como ellas quieren. No se olviden que acá mandan las mujeres, dijo Raisa.
El último día terminó tomando café en la calle –el mejor de Santiago–, me dice el hombre de unos 70 años, que es electricista en un hotel importante, pero después sabría que además era (o es…) retirado de las FAR. Empiezo a pensar que todos acá son retirados de las FAR, hombres o mujeres; que están en donde tienen que estar; bueno, retirados es una forma de decir ¿no?
Debo volver a La Habana previo paso por Trinidad y Santa Clara. Me mezclo en las calles atiborradas de cubanos, cubanas y jóvenes, pero sobre todo viejos de todo el mundo –perdón, adultos mayores, aunque acá digan viejos– que van conmovidos, turbados y felices por esas calles que te descarrilan la columna con sus piedras. Allí nadie dice todes, cuando lo hablo con una joven universitaria me mira y se ríe. Y si… yo también me río con ella. Se termina el tiempo. Es sábado, y a partir de las 16 se arma la fiesta en las calles y las plazas. Se corta el tránsito y hay puestos de comida y bebida por todos lados. Se sigue hasta el domingo sin parar –me cuenta Noel– y saben qué… hasta la policía lo disfruta.
Bueno… ahora los dejo, faltan un par de horas para tomar la guagua. Me siento perturbada. Demasiada información en poco tiempo, demasiadas imágenes, demasiada felicidad… Y sí, somos argentinos tangueros que la felicidad nos perturba. Los dejo, les decía, ahora necesito retirarme a ordenar mi corazón, subo por la calle empedrada, dejando atrás la fiesta que empieza, vuelvo al comienzo del viaje que me trajo, a esa pantalla que se encendió y me llevó en el tiempo y tarareo… “Reloj, detén tu camino/ Porque mi vida se apaga/ Ella es la estrella/ Que alumbra mi ser/ Yo sin su amor no soy nada./ Detén el tiempo en tus manos/ Haz esta noche perpetua/ Para que nunca se vaya de mi/ Para que nunca amanezca”… Continúo camino arriba con mi cintura que ya no tiene 20 años y sigo tarareando…¿o acaso no es la revolución una canción de amor…?
Adhemar Principiano
16/02/2019 en 22:04
La revolucion si es una cancion de amor. Pero no puede morir en la nostalgia de aquellos hechos. Debe continuar con la dinamica revolucionaria de nunca acabar. si no la burocracia de los nostalgicos se la come.